En ocasiones se acercan a mí alumnos o ex alumnos, aspirantes a escritores (yo mismo me sigo entendiendo como tal), escritores amateurs, en especial quienes saben que pasé por la academia y dejando una huella cuya calidad yo no estoy calificado para describir. Lo hacen en calidad de amigos más que de otra cosa. Se acercan para que opine sobre sus textos. Me recuerdan las veces que en mi juventud hice lo propio inquieto por insertarme en este maravilloso mundo de las letras, la expresión y la comunicación, acercándome devoto a mis maestros de la universidad o a escritores, periodistas o artistas que impartían conferencias, o los que fortuitamente cruzaban mi camino en la calle o algún recinto cerrado como un museo. Así o en el transcurso de la carrera profesional y el trabajo conocí a unas muy pocas celebridades: Octavio Paz, Juan José Arreola, Emma Godoy, Pita Amor, José "Perro" Estrada (amigo de mi madre), los hermanos Bichir (Odiseo, compañero de banca), José María Fernández Unsaín, Jacobo Zabludovsky, Valentín Pimstein, Ernesto Alonso, y muchos más cuya memoria no quiero ofender omitiéndolos, pero tampoco quiero cansar con una lista larga y una petulancia fuera de lugar. Digresión aparte, me recuerdan también las críticas que me llegaron a hacer sobre mis textos esas u otras personas, en su mayoría familiares, amigos o compañeros de escuela o trabajo.
Recientemente hice una observación (no simple opinión) a una joven aspirante a escritora, indicándole algunos aspectos y detalles de carácter formal. Su cariñosa respuesta de agradecimiento se limitaba a decir que "no todos piensan eso"; se entiende, lo que yo pienso en cuanto al ritmo, la medida, la respiración del micro poema objeto del comentario y que con todo propósito anoto editado:
Préstame tus labios esta noche,pero bésame cada día hasta mojarnos en las mieles de tu camapor Janet Louth
Apostillé:
Hay algo que he notado últimamente en tus "micro poemas": generalmente los formas con dos ideas, en enunciados adversativos. Eso no está mal, pero preocupada por la imagen metafórica estás descuidando la respiración del verso, el ritmo y la métrica.
Tus textos en cierto modo podrían derivar al hai kai, pero la adolescencia anotada se los impide. Es decir, el primer enunciado avanza lentamente: Prés-ta-me tus la-bios es-ta no-che (10 sílabas comenzando con una esdrújula frenada por un monosílabo y siguiendo con tres vocablos graves). La imagen auditiva es de un brinco seguido de una caída rápida y continuando con un largo trecho horizontal. Luego, el segundo enunciado de más sílabas, comienza igual, con esdrújula rimando (esto está bien), pero la ubicación de los acentos siguientes precipita y alarga la caída. El problema, insisto, no está en la extensión, sino en el control de la métrica, el ritmo y la respiración. Recuerda siempre que la poesía se basa en mucho en la creación de imágenes auditivas, no sólo conceptuales. No es gratuita la relación melódica de la poesía con la canción. Besos. Vas evolucionando.
Su respuesta, breve como dije, me movió a reflexionar aún más, sobre todo alrededor de la idea de la crítica y los críticos, y en especial de los lectores dados al elogio fugaz, espontáneo, gratuito. Y, entre haciendo memoria y criticando la labor de crítico colijo una verdad que se antoja de Perogrullo, aunque no parece serlo en primera instancia: que quizá no todos los lectores son tan analíticos y son más bien "condescendientes". Si lo segundo, es lo más común en el medio artístico o entre aspirantes al oficio de cualquier arte, entre los que el temperamento a flor de piel los tiene en general aterrados ante la sola idea de ser criticados.
Anécdota: más de una vez algún artista ha respondido exaltadamente a una crítica, aún bien intencionada y fundamentada, al amparo de su "libertad de expresión".
Una ocasión hice apuntes debidamente fundados y razonados sobre el texto de alguien y la aspirante a escritora se ofendió amargamente, me odió por semanas o meses, de no dirigirme la palabra. Cuando, retadora, optó por estudiar autodidácticamente y tomó libros adecuados para el oficio y no nada más dejó a su ser fluir alocada y libremente, cayó en cuenta de las torpezas que cometía y cómo estas incidían en el equívoco de significado de lo que en realidad quería expresar. Se acercó de nuevo a mí, rencorosa, con afán reticente de aceptar mi razón e incrédula me dijo: ¿por qué los demás no me dicen lo que tú?
Los otros, la mayoría legos, sólo condescendían con ella, para animarla, para motivarla a continuar en la labor de desarrollar el oficio de escritora. Así hicieron conmigo y han hecho con muchos más. Ella, ciega por los halagos de los neófitos, engreída por ello, creyendo haber alcanzado "la perfección" de forma y fondo, de pronto entendió que, si de verdad quería Escribir y no escribir, su deber era no tanto para consigo misma y su necesidad de desahogo y expresión, sino aún más para con la herramienta que le hacía posible satisfacer dicha necesidad: el lenguaje, y por lo tanto con el oficio. No hacerlo era tanto como prostituirse por puro sporting y ligereza de entretenimiento. Entonces se puso a cuidar cada detalle, conocer cada norma para comprender el modo de romperla, transformarla, reconstruirla.
En la experimentación de la forma, el fondo de sus textos comenzó a pulir su sentido y a ser aún más certero en sus efectos. Entonces los amigos dejaron de loarla con la típica palmada en el lomo. Callaron. Dejaron de ser compasivos y los nuevos comentarios empezaron a ser de respeto y admiración, algunos de envidia, otros porque, en su limitada comprensión se sintieron lejanos de la forma y el fondo renovados, madurados. El elogio visceral, el elogio diplomático más interesado en no herir susceptibilidades empezó a dar pie a otra clase de elogio más comprometido, más dispuesto a examinar las razones detrás de lo que sorprende a los sentidos y al pensamiento; un elogio de la lectura más atento al detalle, más exigente de sensaciones dirigidas.
Ella hizo pues, ahora, oídos sordos para no caer en las trampas de la vanidad. Siguió siendo autocrítica sin pasmar por ello su producción, sin dejar de ser aventurera de la palabra. Comenzó a ver que entre los amateurs hay más petulancia aún que entre los profesionales del oficio, y que más vale una crítica formal dada a tiempo, que cientos de vítores y vituperios ganados por desidia o desiderata.
Es verdad que cada escritor es, somos dueños y señores del destino de nuestras palabras. Pero, padres y madres al fin, engendradores de mundos y percepciones, tenemos, debemos reconocer el compromiso que nos ata íntimamente con lo que nos define como escritores, como artistas. Ay, pero hay tantos artistas olvidados de sí mismos, caníbales de los efectos de su belleza mientras dura...
De ahí mi llamado a los noveles, entre los que siempre me incluyo aun sin parecerlo, para no caer ni en las trampas de la fe, ni en las de la vanidad y mucho menos las de la literaria, artística soberbia. Jamás critico en otros lo que no he pasado antes por el mismo tamiz siendo derivado de mi autoría. Y aún así, no estoy exento de yerros incluso de fallas de criterio, pues también es cierto que ninguno poseemos la verdad y cada cabeza y corazón son un mundo.