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sábado, mayo 28, 2022

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Mensaje en la botella

Imagen de Antonios Ntoumas en Pixabay 

Anoche, luego de estar dando algunos pespuntes a mi saga Calima en esta labor de revisarla, pararla de cabeza, modificar el esquema y redactar de nuevo lo necesario para darle mejor sustancia, puedo decir que dejé ya listos, preparados para republicar en el blog creado para el efecto de difundir mi blovela los dos primeros capítulos.

Pero —siempre hay un pero— vino a mi memoria el video con los consejos para escritores que compartí días atrás en mi página de autor en Facebook y en la publicación previa a esta.

Uno de los consejos que se suelen dar a los escritores noveles o entre nosotros mismos —que no lo somos tanto después de un tiempo de presumir de marquesas y abanicarnos, aunque cada día es como empezar de cero en este oficio y arte—, está ese de someter a la lectura de terceros lo escrito para calar desde la perspectiva de un "lector beta" los efectos de nuestra creación en sus simientes o incluso en su completud previa a ser publicada por entero. He ahí el máximo problema que recalca la calidad de solitario de nuestro quehacer. Muchas veces no tenemos a quién someter nuestro trabajo para ser criticado, destrozado para bien o para mal. O, si lo tenemos, es como si no lo tuviéramos porque el favor no es puesto en la misma prioridad por famiilares o amigos o vecinos que a veces se comportan, duro es decirlo, como plagas en el taller del hortelano. Y es que, como dijo Joan Miró:

Considero que mi taller es como un huerto. Por allí hay alcachofas. Por aquí, patatas. Trabajo como un hortelano… las cosas llegan lentamente… siguen su curso natural. Crecen, maduran. Hace falta injertar. Así maduran en mi espíritu…

Por lo tanto, a uno le quedan dos opciones, esperar a que los "jueces" se dignen ojear el mamotreto apilado en sus pendientes y hasta entonces, recibida su retroalimentación, continuar nosotros el proceso creador afinando lo señalado y lo necesario; o el segundo camino, seguir como el náufrago resolviendo día a día como Dios, el universo, la naturaleza o la intuición manden o nos den a entender los meandros, recovecos y obstáculos cotidianos de nosotros como escritores y de nuestros personajes y sus situaciones, hasta que quizás tardíamente llegue la ayuda solicitada por nosotros en el errático mensaje embotellado.

En parte por eso es que ocurren también las realistas y odiosas observaciones acerca de lo frustrante que puede ser dedicarse al arte, a cualquiera de las artes, auque parecería más acusado en la literatura como bien describe en su video de advertencia crític este escritor y profesor Andreu Martín, tan desconocido para muchos como puedo serlo yo o quizás menos que yo desde que él sí ya consiguió una ficha en Wikipedia y toda una larga lista de títulos publicados mientras a mí hasta me expulsaron alegando que mis correciones son motivadas por la autopromoción; ¡ah, si la envidia fuera tiña, me dirán algunos! Mas, ¡no, nada de envidias! A cada cual lo suyo en su tiempo y su espacio, si a honor merece.


Y ya sé que no faltará quien, conociéndome y si lo hay, dirá enseguida que la frase inmediata anterior implica una contradicción en mi lógica desde que me he declarado apóstata de la meritocracia execrable. Lo soy, empero no dejo de reconocer que, guste o no, el mérito como lo que se hace ya merito son dos de las llaves que abren el cerrojo de la puerta que separa la habitación del anonimato del salón de la fama y la popularidad.

Dicen quienes han podido abrir esa puerta que detrás hay una enorme galería repleta de retratos, algunos de ellos empolvados porque la posición en que cuelgan de las paredes vuelve  muy difícil pasar el plumero o siquiera enfocar la vista para extraer de ellos más que las pistas evidentes como enseñanza de lo que la luz de la razón puede iluminar. Pero también dicen que hay algunos que han acabado arrinconados, ocultos bajo sábanas o francamente maltrechos por el descuido o por el olvido o por la erosión del tiempo o roídos por el hambre de los imitadores o desgastados por la recurrente consulta de maestros y aprendices que los siguen considerando, aun siendo piltrafas, referencias fundamentales de lo deseable y ejemplar.


miércoles, mayo 25, 2022

Calima y la carabina de Ambrosio


A veces es mejor reírse de uno mismo antes que otros lo hagan y además de mala leche. Digo esto porque tengo detenida mi saga Calima desde hace varias semanas. Las causas las he sintetizado en una actualización ya publicada allá, en el espacio de la blovela, sin embargo aquí quisiera abundar en unos pocos detalles.

En un momento determinado, mientras avanzaba en la conformación del primer libro de la saga el conjunto de tramas y subtramas de ese libro y los subsiguientes empezaron a hacérseme nudo y los personajes ya parecían más grumos de engrudo que otra cosa. Pronto, realmente pronto me di cuenta que eso no iba por buen camino aunque parecía que con toda la planeación mantenía yo un cierto control sobre el proceso creativo. Sucedía que en mi afán por trabajar de forma simultánea la elaboración de los distintos libros con sus historias, me estaba complicando demasiado por "innovar" y por lo mismo corría riesgo de provocar el desinterés de los pocos o muchos lectores que pudieran estar interesados en un proyecto que ya a la fecha, en sus estadísticas, muestra poco más de trescientas visitas, nada despreciables si consideramos que comencé el proyecto en forma a comienzos de este 2022, si bien lo venía pergeñando desde años atrás.

No hice por lo tanto una pausa sino un alto total. Metí el freno de mano, es decir que jalé el cambio de la velocidad en el carro (para usar el significado etimológico de la palabra "cambio"). Como se dice en inglés, saltó la llamada de atención: "hold your horses!". Antes de que se desbocara el andar había que cortar el impetu, jalar las riendas, rayar la montura.

Seguí por lo tanto los consejos que otros y yo mismo hemos dado a escritores noveles, a los estudiantes. Porque a veces la experiencia y la sapiencia nos ensoberbecen y obnubilan. Entonces se hace necesario reconocernos tan inexpertos como el más neófito, porque cada día y cada proyecto significan un nuevo comienzo desde cero por más que se presuma de marquesa y de saber mover el abanico.




Pero este ejercicio no se ha tratado nada más de solo corregir los errores e incluso lo ya corregido. Sino de parar de cabeza todo, sacudir la caja para extraer todo el contenido, las piezas del rompecabezas y volver a empezar desde la pieza más sencilla, llamativa y comprensible para, desde ella, reconstruir la catedral.

Así, a la par de una revisión intercalada con pausas reflexivas que motivaran incluso el olvido, el borroneo de lo trabajado para evitar los vicios adquiridos, sometí a la lectura de terceros lo escrito y escuché con cuidado las críticas. Reconocí los faltantes, los sobrantes, lo tergiversado. Tuve ante mí los dos grandes pecados en que puede incurrir un creador: o se preocupa demasiado por la planeación, o se preocupa demasiado por el lector final. ¡No! ¡No debe pesar ni lo uno ni lo otro! Lo único valioso es la historia, los son las historias, los personajes. Estos deben ser entrañables para fijarse en el ánimo del lector y sus historias, la forma de transcurrir y al margen de la técnica, deben ser legibles, apegadas a una lógica asequible. Entonces, sin perder de vista los objetivos originales, me di a la tarea de empezar de cero, trabajando uno a uno libro por libro, novela por novela y comenzando a redactar la primera, solo la primera, empero mirando de soslayo las siguientes y complementarias, independientemente del valor que puedan tener como antecedentes o consecuentes (precuelas y secuelas) en el cuerpo total de la saga.

Ahora, pues, lo escrito lo regresé a ser borrador y dentro de poco ya podrá leerse lo que espero ya sea la versión definitiva de los primeros capítulos del primer libro de esta mi blovela Calima a riesgo de que ustedes, amigos lectores, la vean como la carabina de Ambrosio, que se mantiene descargada detrás de la puerta.




domingo, mayo 22, 2022

Ser o no ser, el dilema de mi vida



Veo una video reacción con dos años de diferencia acerca de cierto canal que luego he compartido aquí y cuyo giro es tratar sobre conspiraciones. Comprendo y acompaño algunas de las reacciones del yutuber especialista en Google y sus observaciones, lo que no significa por fuerza que esté de acuerdo con algunas de ellas. Como tampoco estoy de acuerdo con las aseveraciones que llega a hacer el conductor del canal sobre el cual reaccionó.

Yo tengo haciendo contenidos en mi blog en Blogspot y en YouTube y otras plataformas ya no sé cuánto tiempo, añales. Muy al comienzo sí "ganaba" dinero, pero solo lo pude cobrar siendo una bicoca hasta siete años después de estar taloneando. Luego, vinieron los cambios en Google, tanto de políticas como de algoritmo, los que no aplican igualmente en todos los países, por lo que he observado que hay una censura discriminante y diferenciadora, a veces hasta segregacionista que haya en la "neutralidad" programática del algoritmo su mejor justificación.

Hay temas que los españoles se quejan que no pueden ni hablar y sin embargo en otros países no pasa nada. Los filtros no son meros artilugios de programación, obedecen también a los intereses de quienes los desarrollan e incluyen con apego a las presumibles "normas de la comunidad", una comunidad tan anodina como anónima.

Hay contenidos que no representan problemas de derechos de autor en algunos países, y en otros sí, las reacciones a videos musicales, por ejemplo, alegan estar forzadas a hacer cortes cada tanto por motivos de copyright, cuando hasta donde sé las leyes de muchos países no especifícan argumentos para sostener esas falacias. Las grandes corporaciones se han adueñado de los derechos y a tiro por viaje sus reclamos implican o derivan en penalizaciones para muchos de nosotros que a veces ya no sabemos ni cómo sortear el vendaval para ilustrar, vestir los contenidos, hacerlos atractivos. Conseguir música, imágenes, clips de video se ha vuelto una monserga, ya no hablemos del handycap que significan las novedades efímeras de las historias breves o las transmisiones en vivo. Por ello yo, que antes defendía con mi vida los derechos de autor, hoy los vomito, los execro y opto por defender el copyleft de creativecommons, más flexible y justo.

Personalmente con el paso del tiempo y viendo la manera como todos estos cambios me han afectado en la generación y difusión de contenidos tengo sentimientos encontrados. Por un lado me siento frustrado. Sin los recursos económicos, infraestructura, asociación con terceros (solo), la ardua y depredadora competencia de las grandes corporaciones o de los que, aun siendo pequeños le invierten en el desarrollo, los criterios imbéciles con que algunos cretinos que conforman el staff revisor de las plataformas hacen que me sienta devaluado. ¡Vaya hasta de Wikipedia me sacaron como editor porque una modificación la calificaron como motivada por la "autopromocion"!

Si al comienzo conseguí un crecimiento lento, adaptándome a los cambios, haciendo lo necesario técnicamente para posicionarme, hoy esa frustración me ha llevado a claudicar. No puedo estar creando diario, ¡es de locos estando solo! O escribo o grabo, o como o me pongo a aprender las técnicas para conseguir tráfico. Sí, como lo lees he renunciado a crear con frenesí, hoy lo hago cuando se me antoja, sobre lo que se me antoja y me importa un bledo si tengo o no audiencia, suscriptores, likes. Ya no vivo esclavo de esas mediciones. El rating y el ranking me los paso por el arco del triunfo. Y si me penalizan hago caso omiso, no vivo a expensas del "qué dirán Google o los patrocinadores". ¡Que tiznen a su progenitora!

Por otro lado, me siento ansioso. Porque tengo claro que les debo a los pocos o muchos que me han seguido (o creo que aún me siguen, no sé, ya no entiendo Google Analytics, me lo han complicado) no solo respeto sino calidad de fondo y forma. Traté de vender publicidad con AdWords y me lo complicaron aparte de que no puedo vender y crear y analizar. Me han incrementado las trabas para la monetización y hoy, harto de cambios y pretextos y reglas, ya mandé al demonio a GoogleAdSense porque nomás no jalan los anuncios o hay que hacer circo, maroma y teatro para colocarlos y ser visible. La pandemia, pudiendo haber significado una oportunidad para retomar todo esto me entrampó más pues en ese mismo tiempo los hábitos de consumo se revolucionaron, se atomizaron. Así, hoy he tenido una regresión franca y en vez de ser un creador, un prosumidor, soy un vulgar consumidor más de entre tantos y uso las redes sociales no para avanzar en la divulgación del conocimiento, sino en la replicación de los contenidos, chuecos o derechos, falsos o verdaderos que las grandes firmas o los afortunados garbanzos de a libra hijos de vecino que por ahí deambulan nos ofrecen como verdades. Me esfuerzo, pero ya no más allá de lo estrictamente básico. Hago las cosas con amor, pero ya me importa poco si soy retribuido igualmente. De haber hecho y administrado más de veinte blogs hoy me he reducido por economía de tiempo, dinero y esfuerzo y ganas, a un puñado donde concentro y acopio mi obra.

Me disculpo por la extensión de este comentario, pero necesitaba sacar esto de mi ronco pecho. Para terminar quiero decir que como amante de todo lo que la tecnología de comunicaciones nos ha venido ofreciendo, me siento fastidiado, enojado con ese afán avaricioso detrás de todos los desarrolladores que quieren cobrar hasta por el módulo más insignificante. Yo entiendo que el trabajo de programar cuesta y se espera la ganancia respectiva, pero ya raya en abuso: aplicaciones para cualquier estupidez, engañifas de toda suerte para engañar a bobos o esquilmar a ingenuos o crédulos de toda ralea.

Cuando miro mis estadísticas no sé si llorar o reír. Ellas dicen que soy un fracaso. Cuando veo que nadie o casi nadie comenta lo que hago, no sé cómo interpretar el silencio. Y esto contrasta cuando, hablando con la gente cercana, alguna de ella ubicada en posiciones políticas o económicas destacadas en mi localidad, en mi entidad, en mi país, ¡hasta me mandan vigilar! pendientes como están de lo que puedo decir o dejar de decir sobre los temas que abordo y que suponen una visión crítica, objetiva sobre sus quehaceres. Dicho por esas mismas personas, soy un "influencer" que les da elementos de juicio para las tomas de decisión y hasta una alcaldesa, en mi cara se declaró mi fan, a pesar de mis duras críticas a su gestión. Un gobernador y después presidente de México me puso vigilancia, espionaje, y lo sé porque incluso los espías se me acercaron tratando de sacarme información sobre ciertos personajes y asuntos sobre los que en su momento escribía. Entonces, vivo en confusión existencial. Soy y no soy. A ojos de unos mi peso específico parece ser tal que incide hasta en políticas públicas, aunque mis estadísticas de suscripción, likes, interacciones se muestran y antojan francamente ridículas.

No sé qué pensar. No sé a quién acudir o si vale la pena recurrir a alguien cuando ni para pagar asesoría tengo y a veces apenas para comer. Detenerme a comprender las entretelas para adaptarme constante y continuamente me desgasta y obstaculiza mi labor creadora. Por eso hoy me declaro con todo y mis más socorridos Indicios Metropolitanos un barco fantasma a la deriva, que espanta cuando se lo vislumbra en medio de la niebla caprichosa de la información.