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sábado, noviembre 10, 2012

De críticas y amateurs

En ocasiones se acercan a mí alumnos o ex alumnos, aspirantes a escritores (yo mismo me sigo entendiendo como tal), escritores amateurs, en especial quienes saben que pasé por la academia y dejando una huella cuya calidad yo no estoy calificado para describir. Lo hacen en calidad de amigos más que de otra cosa. Se acercan para que opine sobre sus textos. Me recuerdan las veces que en mi juventud hice lo propio inquieto por insertarme en este maravilloso mundo de las letras, la expresión y la comunicación, acercándome devoto a mis maestros de la universidad o a escritores, periodistas o artistas que impartían conferencias, o los que fortuitamente cruzaban mi camino en la calle o algún recinto cerrado como un museo. Así o en el transcurso de la carrera profesional y el trabajo conocí a unas muy pocas celebridades: Octavio Paz, Juan José Arreola, Emma Godoy, Pita Amor, José "Perro" Estrada (amigo de mi madre), los hermanos Bichir (Odiseo, compañero de banca), José María Fernández Unsaín, Jacobo Zabludovsky, Valentín Pimstein, Ernesto Alonso, y muchos más cuya memoria no quiero ofender omitiéndolos, pero tampoco quiero cansar con una lista larga y una petulancia fuera de lugar. Digresión aparte, me recuerdan también las críticas que me llegaron a hacer sobre mis textos esas u otras personas, en su mayoría familiares, amigos o compañeros de escuela o trabajo.

Recientemente hice una observación (no simple opinión) a una joven aspirante a escritora, indicándole algunos aspectos y detalles de carácter formal. Su cariñosa respuesta de agradecimiento se limitaba a decir que "no todos piensan eso"; se entiende, lo que yo pienso en cuanto al ritmo, la medida, la respiración del micro poema objeto del comentario y que con todo propósito anoto editado: 
Préstame tus labios esta noche,pero bésame cada día hasta mojarnos en las mieles de tu cama
por Janet Louth
Apostillé:
Hay algo que he notado últimamente en tus "micro poemas": generalmente los formas con dos ideas, en enunciados adversativos. Eso no está mal, pero preocupada por la imagen metafórica estás descuidando la respiración del verso, el ritmo y la métrica. 
Tus textos en cierto modo podrían derivar al hai kai, pero la adolescencia anotada se los impide. Es decir, el primer enunciado avanza lentamente: Prés-ta-me tus la-bios es-ta no-che (10 sílabas comenzando con una esdrújula frenada por un monosílabo y siguiendo con tres vocablos graves). La imagen auditiva es de un brinco seguido de una caída rápida y continuando con un largo trecho horizontal. Luego, el segundo enunciado de más sílabas, comienza igual, con esdrújula rimando (esto está bien), pero la ubicación de los acentos siguientes precipita y alarga la caída. El problema, insisto, no está en la extensión, sino en el control de la métrica, el ritmo y la respiración. Recuerda siempre que la poesía se basa en mucho en la creación de imágenes auditivas, no sólo conceptuales. No es gratuita la relación melódica de la poesía con la canción. Besos. Vas evolucionando.
Su respuesta, breve como dije, me movió a reflexionar aún más, sobre todo alrededor de la idea de la crítica y los críticos, y en especial de los lectores dados al elogio fugaz, espontáneo, gratuito. Y, entre haciendo memoria y criticando la labor de crítico colijo una verdad que se antoja de Perogrullo, aunque no parece serlo en primera instancia: que quizá no todos los lectores son tan analíticos y son más bien "condescendientes". Si lo segundo, es lo más común en el medio artístico o entre aspirantes al oficio de cualquier arte, entre los que el temperamento a flor de piel los tiene en general aterrados ante la sola idea de ser criticados.

Anécdota: más de una vez algún artista ha respondido exaltadamente a una crítica, aún bien intencionada y fundamentada, al amparo de su "libertad de expresión".

Una ocasión hice apuntes debidamente fundados y razonados sobre el texto de alguien y la aspirante a escritora se ofendió amargamente, me odió por semanas o meses, de no dirigirme la palabra. Cuando, retadora, optó por estudiar autodidácticamente y tomó libros adecuados para el oficio y no nada más dejó a su ser fluir alocada y libremente, cayó en cuenta de las torpezas que cometía y cómo estas incidían en el equívoco de significado de lo que en realidad quería expresar. Se acercó de nuevo a mí, rencorosa, con afán reticente de aceptar mi razón e incrédula me dijo: ¿por qué los demás no me dicen lo que tú?

Los otros, la mayoría legos, sólo condescendían con ella, para animarla, para motivarla a continuar en la labor de desarrollar el oficio de escritora. Así hicieron conmigo y han hecho con muchos más. Ella, ciega por los halagos de los neófitos, engreída por ello, creyendo haber alcanzado "la perfección" de forma y fondo, de pronto entendió que, si de verdad quería Escribir y no escribir, su deber era no tanto para consigo misma y su necesidad de desahogo y expresión, sino aún más para con la herramienta que le hacía posible satisfacer dicha necesidad: el lenguaje, y por lo tanto con el oficio. No hacerlo era tanto como prostituirse por puro sporting y ligereza de entretenimiento. Entonces se puso a cuidar cada detalle, conocer cada norma para comprender el modo de romperla, transformarla, reconstruirla.

En la experimentación de la forma, el fondo de sus textos comenzó a pulir su sentido y a ser aún más certero en sus efectos. Entonces los amigos dejaron de loarla con la típica palmada en el lomo. Callaron. Dejaron de ser compasivos y los nuevos comentarios empezaron a ser de respeto y admiración, algunos de envidia, otros porque, en su limitada comprensión se sintieron lejanos de la forma y el fondo renovados, madurados. El elogio visceral, el elogio diplomático más interesado en no herir susceptibilidades empezó a dar pie a otra clase de elogio más comprometido, más dispuesto a examinar las razones detrás de lo que sorprende a los sentidos y al pensamiento; un elogio de la lectura más atento al detalle, más exigente de sensaciones dirigidas.

Ella hizo pues, ahora, oídos sordos para no caer en las trampas de la vanidad. Siguió siendo autocrítica sin pasmar por ello su producción, sin dejar de ser aventurera de la palabra. Comenzó a ver que entre los amateurs hay más petulancia aún que entre los profesionales del oficio, y que más vale una crítica formal dada a tiempo, que cientos de vítores y vituperios ganados por desidia o desiderata.

Es verdad que cada escritor es, somos dueños y señores del destino de nuestras palabras. Pero, padres y madres al fin, engendradores de mundos y percepciones, tenemos, debemos reconocer el compromiso que nos ata íntimamente con lo que nos define como escritores, como artistas. Ay, pero hay tantos artistas olvidados de sí mismos, caníbales de los efectos de su belleza mientras dura...

De ahí mi llamado a los noveles, entre los que siempre me incluyo aun sin parecerlo, para no caer ni en las trampas de la fe, ni en las de la vanidad y mucho menos las de la literaria, artística soberbia. Jamás critico en otros lo que no he pasado antes por el mismo tamiz siendo derivado de mi autoría. Y aún así, no estoy exento de yerros incluso de fallas de criterio, pues también es cierto que ninguno poseemos la verdad y cada cabeza y corazón son un mundo.

martes, mayo 15, 2012

Elogio a Carlos Fuentes

Hemos perdido un maestro de maestros, en el día del maestro.

El mejor homenaje que me nace hacerle a Carlos Fuentes, el otro pilar de nuestra cultura que ahora nos deja tras Octavio Paz y Carlos Monsiváis, una de mis principales influencias, es guardar silencio. Callaré al menos por un día o dos, cuanto sea necesario, mi poesía. Amordazaré mi pluma, para que no suelte su tinta de lágrimas anegadas; para que no forme letras que enturbien la región más transparente en esta terra nostra. Me volveré espectro, ominoso chac mool de melancolía áurea y dejaré que los otros digan todo lo que yo no puedo. Dejaré que las líneas, esas ondas de crestas como palabras tiñan mi página de blanca ausencia, ensombrecida solo por el dulzor del naranjo floreciente. Permitiré que la voz de Cervantes, en la forma del viento que mueve molinos, sea principio y fin de su herencia. Defenderé como ellos mi lengua, con el mismo ahinco, con la misma soltura. Narraré lo que me han dejado, que no es poco, pero ya tampoco es tanto. Seré negrura que geste blancura. Imaginación que aspire a instaurar la democracia libérrima entre las ilusiones.

Yo no sé si alcanzaré su estatura, para pararme en sus hombros y desde su cima, desde su testa, mirar y medir la morada de mis musas, como a su vez ellos hicieran sobre sus precedesores.

Soy un hombre que ha llegado tarde a todo, empezando por su nacimiento. Soy un escritor que, aun cuando comencé a temprana edad, he llegado tarde a la literatura. Lento y tarde, para menoscabo de las buenas conciencias.

Carlos Fuentes, el hombre, descansará en paz, pero el escritor universal, apenas hoy ha nacido para la eternidad.

Otra pérdida en mi haber. Otra razón para extrañar.

martes, abril 24, 2012

Sexo elogioso

El cuerpo humano es de las cosas más bellas de la naturaleza. Cómo lo usemos, cómo lo interpretemos (cómo lo leamos) determina su corrupción o su maldición. He leído en Facebook una narración muy buena intitulada “Ronquido rojizo” salida de la pluma del joven escritor queretano Hoz Goliardo Leudández, de quien ya hice elogio de la lectura en el pasado. Texto que incluyo sic transit (algunos puntos y aparte no le vendrían mal) más abajo para su respectivo elogio y el cual, considero, aún más que ser leído por varones, debe ser disfrutado por las mujeres, quizá las más reacias a hacer florecer el erotismo en ellas.

Los mojigatos, de cualquier tinte, dirán (por ser mis cuentas públicas) ¡esto lo leen niños! ¡Que le corten la cabeza! (y no faltarán los que quisieran caparme por hereje, atrevido indecente, luego de pasar por el torque del garrote vil al autor de las líneas incluidas más abajo.) No obstante, la belleza de metáforas empleadas por el autor, la valentía y audacia en el manejo del lenguaje, de un tinte podríamos decir (si hacemos el intento de clasificar) entre posmodernista y reaccionario neoexpresionista, aunadas a la hermosura de la imagen que ilustra el texto, más que soliviantar y pervertir han de ser abonos en la ardua tarea de educar en la sexualidad, tarea que el estado mexicano (y no únicamente) ha acometido no sin trabas por parte de obtusos padres de familia, maestros, clérigos, y demás runfla de intolerantes que, si bien tienen y respeto y defiendo todo su derecho de expresar su sentir y pensar alrededor de estos temas, así como sobre la ecología, la tauromaquia, la política o quién mató a la vaca, no pueden (no deberían) perder de vista que la omisión como consecuencia de la vergüenza lo que propicia es la ataraxia de los sentidos.

Nos quejamos de tener los gobiernos, las economías, la educación que tenemos, pero somos los primeros a título individual en negarnos la maravillosa experiencia de explorar, y a modo de legado  pretendemos que las generaciones ya presentes y las venideras continúen nuestra herencia de  vilipendios y falsos pudores Olvidamos que es lo primero que hacemos en nuestra tierna infancia, y que el primer terreno en el que nos aventuramos a conocer lo que de divino hay en nosotros es precisamente nuestro cuerpo y el cuerpo del otro (el de la madre, el del semejante a cada cual). O, qué, ¿no sucede que hay madre y padres que al momento de cambiar los pañales a la cría se ruborizan al corroborar que  tiene pene, que se erecta y por lo tanto es señal de que funciona?; o los que, independientemente de la cultura, siguen viendo en la vagina y el clítores la cueva de los ladrones de ilusiones de la familia?

La soberbia que podemos observar en calidad de “sentido común” en los individuos adultos educados en la culpa, conduce a la conformación de sociedades frustradas en lo más elemental de sus sentidos: la piel.

Si hablamos de miradas de deseo, las llamamos lascivas. Si hablamos de olfatos que se incitan por causa del aroma bajo la axila o el cabello de alguien cercano, los empatamos con la fineza sensitiva de los cerdos o los perros. Si hablamos de gustos deseosos de confundir la vulva con la boca, decimos que son muestras de hambrienta procacidad. Si escuchamos los gemidos que encienden nuestras carnes, los nombramos con apelativos embriagantemente irrisorios cuando no ridículos. Si tocamos lo que otros dicen es intocable, nos sentimos morir entre la culpa el placer. No digo más.

RONQUIDO ROJIZO
Hierve el contraste al margen del que la tenía en cuenta a la venuseta que acaba de terminar la faena, sobre la colchoneta yace su cuerpo tendido, exhausto, aún con el espasmo del orgasmo nítido que derramó sobre mi ombligo, en esa misma cama donde antes galopaba con fiereza, rompiendo las temples de mi olvido semanal donde no la tengo, donde ando sin ella perdido, esperando el escape clandestino a su casa para soltar rienda al libido, esperando a que venga si quiera un pequeño rato para calmar las fauces de mi urgencia por su ausencia. Termino, y ella termina, las horas en las que nuestros sexos se enlazaron en ritmos, parecen no ejercer su gravedad sobre nuestros cuerpos vencidos, pero no por esa gravedad horizontal –la que avienta a los cuerpos hacia delante y nos hace envejecer–, sino por la opereta de cuerdas bucales que enrollaron los racimos de gemidos atosigados, esos que parieron mudos porque en el cuarto de abajo estaban durmiendo sus padres. Éramos prófugos de la luz reptantes aullando a nuestros abismos, suspirando a nuestras honduras, e inundando con gritos nuestras oquedades, para que los “suegros” no tengan sospecha alguna, de que un reptil se coló hasta la alcoba con las vestiduras de una sombra, de un murmullo, de un crujir nocturno que ronda el paseo de sus recintos desnudo y con la mecha hecha tromba, filosa y fiera. Durante, ella avasallante mostraba esas poses relampagueantes que chasqueantes, pregonaron los óleos más bellos, con su cabello de fuego y sus carnes alumbradas de blancas y casi transparentes y alucinantes desaires, eran harems perspicuos que invitaban al delirante vaivén, era su piel un enjambre de sabores desconocidos y de golpeteos irreconocibles a su status de “ven con tus pedales, no vente con tus genitales”. Los torpedos que surgían sin aviso, eran el ronroneo de una felina en pleno delirio, en justo celo, uno que otro suero que goteaba, de entre sus piernas o sobre mis garras, emulaban a una cascada de cristalino néctar, de entre su vestido negro, solo se podía entre ver un remolino maligno turbosuccionante que regocijaba y clamaba mi nombre, y sabía mi hambre, era ella una telaraña tejida de goce de cuerdas de acero y de encaje en pantaletas en jugos de veneno. No hubo de necesitar mostrar por completo su desnudez, lo necesario fue solamente doblar el revés y entrar sin esperanza de salir limpio, sus ojos en la oscuridad resplandecían verdosos, céfiros arcaicos de alguna deidad occidental inventada para rezarle un buen movimiento de caderas o alguna cosecha de cultivo afrodisiaco para fortalecer al sexo, su cabello fosforecía con su fuego, era un rojo carmesí que emulaba un Armagedón de meteorogemir que amenazaba a mis tierras. Sus manos plácidas de astucia tentáculos de evavulva frutapulpo, acomodaban mi arma que entraba como un fusil en ambos de sus cañones bélicos obtusos, salía la bala de una para entrar a otra sin remedio a decir; que alguien saldría vivo cuando decidiera escurrir la pólvora de mis adentros. Ella develaba hermosura en sus gestos, revelaba locura en su coqueto sieso, ella plasmaba vanguardismo en su vagina y elasticidad en sus envestidas, pero, todo en silencio, todo a oscuras, todo en blanco y negro y sin el dobly sourround de nuestras palabras rudas. Al término, rastros de mi vida líquida aún le perforan en gotas grosas la idiosincrasia de su pecho, recorren sinuosas hasta estancarse pariendo un bordo de agua aglutinante al final de su garganta y al principio de su cuello, charcos tibios que rebasan las calcas de pliegues capilares con mis renacuajos híbridos que nadan y nadan, hasta difuminarse tatuaje y volverse el ropaje de unos humores pervertidos. Algunos peces de mis mares tuvieron alas y descansan en sus labios vívidos y en sus mejillas lívidas, boca sorbemoles, rostro ninfosonoroerótico. Muchos perecieron entre las queratinas flamas de su cabello, pero es el crimen perfecto, ni un mensaje, ni un sonido, ni una sola palabra alojada en las esquinas de eco de su recinto permanece crucificada en las paredes, ninguna incitación hacia algún pómulo, hacia alguna protuberancia curva, hacia algún lunar o hacia algún movimiento que causó morbo el uno en el otro, nada, no hay pistas y nada se alcanza a dibujar en los espacios que sudan en la alcoba que fue lupanar, ni una miga de bruma permanece latiente ni aún después de tanto resuspiro humedénico, ni de tanto regemido recaliente. Ella pide calma y sigilo, ella clama paz después de lo llovido y de lo arremetido, y yo encaro la necesidad de más, pero ella en fatiga me mira con los ojos entre cerrados y los sentidos entre dormidos, y me trago la insaciabilidad reptilica. Un eslabón son sus piernas rodeándome de frente, sus brazos son cadenas que son imposibles de romperse, y en calor, y en dulzura, admiro su rostro de tranquilidad después de la batalla que casi me roba la cordura y me quedo dormido. Nada se escucha, el edicto era permanecer quieto, callado, sin ningún movimiento brusco para no causar un despilfarro de los padres que, si llegasen a entrar, hagan que terminé en una situación difícil para mí humanidad e imposible de escaparme. Pero yo duermo confiado de su ausencia, confiado de su invisibilidad, de sus voces tenues con el arrullo en mute. Mis ojos resguardan su sublime soltura y su epicúreo rostro, su hermosura aún después de la justa es insoportable y endiabladamente saboreable y exquisita. Pienso; no cabe duda que no tiene más que la suerte de una belleza espontánea que jamás veré con alguna otra anti-musa, pero al cabo de sueños, empieza un auge nuevo. Un berrido se escucha, la belleza de sus definidos trazos faciales permanece hundida en la almohada con esquizofrénicos reptares, su boca entre abierta suelta saliva ácida, mientras sus cuerdas bucales cantan una satánica misa aguda y luego grave. No pienso en ella como nada más que una bruja que con sus wicas cantares, qué belleza me resulta el ronquido bélico de tan diminuta boca suya que, antes parió de ahí mi suspiro. Y despierto por completo, asediado por los espectros de su sueño pesado y su crujir de muerto, y la observo, detenidamente, y me vuelvo a sentir incitado vehemente por su pose de cadáver mal enterrado. Su pecho derecho vibra con cada verso salmo de su ronquido edénico arrastrado, y no soporto el solitario pezón que parece casi desterrarse de la aureola, y lo meto a mi boca, y le respaldo con mi lengua loca que quiere calmarle el aparente danzón por frío, pero no, es el ronquido de la venuseta que es imparable y erógenamente rico. El cuarto se llena de más oscuridad y su susurro se vuelve graznido, y aletean los poros nasales de forma descomunal que se me hace inhumano el dejarlos así, sin darles a probar esto que se humedece en mi mano. Pienso que quizás evoca miles de maldiciones, es el gutural reclamo del Ichiredión, el engolar arcaico del Grimorio, o el blasfemar prosaico del Malleuz Mallefecarum, o quizás un poema del Necronomicón y una imagen del Codex Gigas. Y me incita excitándome con malicia a penetrarle nuevamente mientras ella desfallece en los artilugios de Morfeo, arqueo un poco su vientre, y me mojo un poco con su lengua, y quiero salvarle pese a cualquier cosa; persignándola con mi pene para que no sufra de algún demonio que entrar a su cuerpo osare y aterra. En el nombre del padrote, del tipejo y del espíritu sátiro… amén y va para su boca. La pose atropellada de la desfallecida venuseta, me parece la más bien lograda que no pude transmutar en la noche en que la tuve completa, y no me aguanto, y el movimiento chusco de su pie desnudo volando fuera de la cama, me mata, me enerva, me ata, y lo lamo, y lo felo, y lo mamo, y lo quiero todo dentro para no dejar caer ni una sola gota si es que ella eyacula desde su pies pedazos de cielo, pedazos de plumas, porque ella cree que no sobre pasa los pisos, cree que sus pies no rebasan el suelo, pues ignora que sabe levitar y sabe transformar sus piernas en alas hechas al vuelo como un demonoave multi enérgico. Y me introduzco dedo por dedo, y su alarido de dormida parece una sicofonía que presagia el holocausto, es una vocera eficaz del apocalipsis, incauto permanezco en sincronía con sus flemáticos cantos, su boca de six strings poseen un distorsionador muy escueto, pero aún así yo bailo; ella inhala y yo me meto, ella exhala y yo me salgo. Es un fox throt de cuatro pasos que, me carcome y me hacen ponerme a tope, su vestido negro aún está mal puesto con un muslo suelto y un pecho fuera que la hacen estar criminalmente erecto. Separo sus piernas y me abro paso, quito por completo la pantaleta y escucho un gemido que da un cambio, no como el graznido de hace un rato, es más bien como el alarido de un conjuro que seguro profanará el santo legado de Jehová, y su pose de muerte es tan poética que, me parece imperdonable el no dispararle, fuerte, recio, directo y a quemarropa.

Sus cabellos rizados se electrizan y crean una nueva forma simbolista de cómo divisar una enredadera mortal, ella ignora de sus bellas deformidades, y yo disfruto el violarle el sueño, porque en la mañana que apenada me pida que mis ojos los tape, para no verla en sus incomodidades matinales, le diré que soy el más afortunado superviviente de sus evocaciones de bajos astrales, y que no me importa si perdió el estilo o se le corrió el maquillaje. Ya que hay magia en ella, negra, pero magia al fin de cuentas, tanto hay que me hacen enloquecer hasta en sus poses más fatídicas, donde parece ser la encarnación de pesadillas bestiales. Le diré que no me importa y que no me pesa, le diré que me enamora y que me embelesa… ser yo la víctima de sus posesiones demoniacas, donde ella me muestra que la belleza se encuentra; hasta en las posiciones más extravagantes que da la fatiga, y en los cantos más hilarantes… como lo pueden ser sus ronquidos que tanto me incitan, a hacérselo mientras sueñe, importándome poco el no haber dormido, importándome poco que el rocío del sueño deje eses en sus ojos, importándome poco que el alud de la noche provoque manchas, importándome poco que el glamur de su fino rostro que tanto se aclama en las calles, permanezca borrado por los derrames del cansancio impiadoso que borra los amperajes de su electricidad embriagante. Le diré que no me importa y que no me pesa, le diré que lo único que sé, es que quiero que sea ella el ángel de la guarda en mi cama cuando duerma, y el monstruo que me desvele en mi cama cuando insomnio tenga, no importa; lo de menos, es volver a persignarla queriendo exorcizarla con mi húmeda y erecta arma. Y no, no me importa nada más que siga ella, a mi lado, como cómplice y prófuga de la luz dándome más y merecida guerra.

sábado, abril 07, 2012

APUNTES PARA NO EXPLICAR UN POEMA


(Publicado originalmente en mis notas en Facebook, 14 de enero de 2011. En cuanto al poema mencionado, ya se puede leer también en mi blog VETA Literaria)

Normalmente uno no exhibe la correspondencia privada. Sin embargo esta vez he recibido una interesante solicitud de parte de un amigo y lector que quiero compartir con todos, pues estoy seguro que su duda será compartida por más de una persona luego de leer el poema "Piel de Tarde" que publiqué recientemente.
Mi amigo me escribe:
SOLO PARA PODER ENTENDER TU POEMA, DESDE CUANDO NO HAS ESTADO CON UNA MUJER, NO PASA NADA PORQUE TE MANDO ESTE MENSAJE SOLO A TI PARA QUE NADIE LO SEPA PERO EN BASE A TU RESPUESTA , YO TE TENGO UNA RESPUESTA, SALUDOS
He aquí mi respuesta que expongo abiertamente, sin tapujos pero hasta donde, como autor y persona estoy en derecho y disposición a contestar.
Un poema, como toda obra de arte, lo último que debe ser es entendido. El arte no se entiende, sino se padece, se vive, se disfruta, es una experiencia primeramente estética y en segundo término intelectual, aun cuando en el proceso de creación pueda ser una relación inversa (como de hecho lo es, aunque no de un modo tan simplista). 
Es obvio que toda forma de expresión conlleva un significado o miles. Toda obra es objeto de lectura, es decir de interpretación tanto por el sujeto creador como por el sujeto espectador. Y por lo mismo puede ser leída en tres niveles: 
  • Desde la perspectiva del autor
  • Desde la perspectiva del lector
  • Desde la perspectiva de la obra en sí misma
Un poco más de detalle sobre estos puntos puede ser leído en mi ensayo en dos partes intitulado "¡Alerta, primeros lectores! (1)" y "¡Alerta, primeros lectores! (2)" publicado para "Cadena de Lectores" de Editorial Alfaguara; pero, abreviando anoto que de los tres niveles el más importante es el último, sin demérito de los otros dos. 
Una vez separada del autor, aun viviendo este y teniéndolo a la mano, como es mi caso, la obra habla por sí misma y desde sí misma y por propio derecho, a partir tanto de su forma y estructura, que supone un orden, como de su fondo y trasfondo, que suponen una lógica propia. 
Es verdad que la lógica de la obra tiene como punto de partida la lógica del autor, pero como re-creador de significados, el lector aporta su propia lógica y añade por ello nuevos significados al conjunto, así como a los elementos constituyentes aislados de la obra. 
Desde el punto de vista analítico. Es perfectamente lícito y comprensible que el lector quiera entender lo que motiva la creación, tal vez para entender al autor en tanto ser humano. El lector tiene todo el derecho a preguntar al autor, si lo tiene al alcance. Aún así, cuando el afán intelectual se antepone al sensual, se ve la superficie de la obra, acaso se mira su texto, se mide y dimensiona su forma, entonces no se observa y mucho menos se contempla su contexto y el alcance de su proyección. La experiencia del autor sólo es un pre-texto generalmente útil apenas para definir los aspectos introductorios, genéticos de la obra, de fundamento de la obra, incluidos los de método y técnica, hasta los relativos al género en el cual queda inserta. 
Un poema, un cuadro, una construcción arquitectónica, etcétera, en tanto obras hablan por sí mismas de sí mucho más que de su creador y del contexto que las justifica. Son seres vivos, metafísicamente hablando, y en este sentido metáforas del autor y sus motivaciones, así como del lector y su apreciación del contenido e incluso del continente; pues no es igual publicar un poema o un retrato en una red social como esta, que hacerlo impreso en un libro o enmarcado bajo la luz de una galería. 
Mi experiencia real o vicaria, como individuo y persona, no necesariamente determina mi capacidad sensual como autor para examinar analíticamente mis impresiones respecto de un "objeto" sensual como la mujer o, en este caso concreto, de dos mujeres específicas que detonaron el poema, una madura y una joven, existentes, palpables. Las conclusiones a que llegue el lector respecto de mí no me importan más que las conclusiones a las que llegue respecto de la obra de interés. Los "hijos", ya desapegados de la madre, han de experimentar su propio derrotero, ser aceptados, rechazados, queridos, odiados, halagados o vituperados, crecer y gobernarse por mérito propio, y todo ello forma su carácter, delinea su alcance y proyección. Mi "Piel de Tarde" como cualquiera otro de sus hermanos anteriores o posteriores, o las ficciones, ensayos, artículos periodísticos, incluso las efímeras llamadas de atención que implican los tuits que hago en Twitter o las revelaciones de estado en Facebook u otros sitios, han debido y habrán de enfrentar la crítica de los ojos y pensamientos de los otros con la entereza que su propia forma y contenido les provean. Algunos sobrevivirán las pruebas del caprichoso gusto y tal vez las del tiempo. 
En cuanto a una respuesta precisa a la pregunta, la exhibición de mi intimidad personal como individuo es irrelevante en contraste con mi intimidad autoral, si caben las expresiones. En ese triunvirato de relación autor-obra-lector, no es gratuito que la obra quede en el centro, como medio de comunicación bidireccional y sin embargo tan aislado e independiente como los otros dos factores. Decir cómo la obra es leída por el lector explica medianamente al lector. Decir cómo la obra es creada por el autor explica insuficientemente a este. ¿Qué dice la obra de ella? ¿Qué dice la obra del autor? ¿Qué dice la obra del lector? Esas son las preguntas que importan y abren la gama de interpretaciones y por ello abren un universo de significados. 
Lector, no busques entender. Disfruta, que gozando comprendes. Aprecia. La lectura de comprensión amplía el campo de análisis, pero la apreciación se ancla en la síntesis implícita en la obra acabada y que salta a los sentidos. 
El organismo humano primero accede a la sensación, luego percibe sus efectos, enseguida establece las asociaciones entre estos y las emociones que disparan. Acto siguiente, semejante detonación ha de ser razonada, clasificada, calificada, aquí comienza el entendimiento que permite los pasos comprensivos vía la aceptación o rechazo del estímulo y su sentido, tras lo que, en el proceso, deviene la asimilación de la experiencia, la asignación de un significado denotativo, la relación con otros probables significados connotativos que expliquen la experiencia y, finalmente, la asunción de esta como algo apropiado por uno. 
La vida me colocó en fechas recientes dos mujeres para satisfacción de mis sentidos, en realidad. Las he gozado ¿con cuántos sentidos?, ¿hasta dónde?, ¿hasta cuándo?, ¿carnal o imaginariamente? ¿Ellas son conscientes de lo que provocaron? Una, puedo asegurarlo; la otra, estaría por verse. Pero, ¿en realidad me refiero a ellas o el poema aspira a alcanzar a otras mujeres y hombres del pasado, actuales o por venir?
El poema, cierto, como extensión mía en tanto autor, refleja parte de lo que soy. Pero como todo reflejo tiene cierto grado de distorsión, lo que ves de mí no es entera, exactamente yo. Lo que concluyes de mí puede estar sesgado por la refracción de la luz del entendimiento empecinado en dilucidar el estricto y ¿único? significado de cada palabra, cada verso, cada estrofa, cada espacio. No se trata de enunciados como los que construyen este ensayo-misiva, las frases obedecen a otras reglas gramaticales, unas que enriquecen mejor que empobrecer el trasfondo de las cosas. 
Que el autor haya estado seguido o nunca con una mujer, aquí y en el poema, no es el tópico central; pero ello no obsta  para que al lector así le parezca, y su cuestionamiento es válido y su conclusión muy suya. 
Amigo, hacer el amor no es solo un acto sexual. El amor no sólo se hace con caricias y besos e intercambio de fluidos. Amar va más allá que solamente mostrar una actitud, incurrir en hábitos, cortejar, conquistar, seducir. Se puede hacer el amor con palabras, incluso inmediatamente antes y después del coito. Aún más, se puede hacer a través de la distancia y las épocas, en silencio o ruidosamente, en contacto directo así como de manera indirecta. 
La palabra da el tiempo y el compás de espera, ajusta la respiración para que el decir se transforme en creer, para que el deseo dé pie a la necesidad y esta culmine mediante la satisfacción en la entrega. ¿Entrega de qué? De lo que el lector, a fin de cuentas, imagine, quiera, suponga, sepa, intuya, deduzca, compruebe. La obra consolida la entrega primordial que las cosas y las personas originarias pudieron proveer de cualquier modo, a veces insospechado, al autor; para que este vuelque de nueva vez lo ya hecho suyo, enajenándolo para la complacencia de otro. 
Amar es una acción tan sencilla que sólo abarca cuatro letras. Y ya se sabe que lo más sencillo suele ser lo más complicado.

¡No me ayudes, compadre lector!

Una amistad en Facebook compartió, difundió, promovió el texto que incluyo más abajo de la autoría de un joven y talentoso poeta queretano, Hoz Goliardo Leudandez. Me parece una pieza fabulosa, pero como todo en esta vida, perfectible.

Sabido es que no me dejo llevar solamente por la primera impresión o el simple gusto. Lo que este texto tiene de virtud en la exploración de sonidos, imágenes, metáforas, ironía, incluso extensión, del mismo modo adolece de respiración. Retrata sí, en la retahila continua, la ansiedad que ahoga al "personaje" detrás del autor y consigue ahogarnos igualmente en ella, incluso desesperar. Aún cuando emplea y en ocasiones con acierto la puntuación para introducir pausas y retomar el aire, no le vendría mal dar un vistazo a los capítulos que, sin ser como este texto prosa poética, Fernando del Paso escribió magistralmente en Noticias del Imperio y donde retrata los monólogos enajenados de Carlota. Ahí, sin usar ni una sola coma, la construcción lleva al lector de manera natural a determinar los matices, tonos y bocanadas para dar el ritmo demandado por el texto y el personaje de forma "literariamente natural".

Confieso que no terminé de leer el texto que voy elogiando. Me cansó, como tal vez pueden también cansar en ocasiones muchos de mis textos, estoy consciente de ello. Pero es mi disciplina y convencimiento personal que lo haré (y dicho post scriptum lo he hecho, antes de redactar este elogio en su sitio correspondiente), porque toda obra merece mucho más que mi respeto, exige habitar, existir en los ojos y la mente del lector; ese es su derecho.

Me da mucho gusto ver que tiene este joven autor lectores con la capacidad de traducir el cansancio en una forma constructiva de condescendencia; lo digo refiriéndome a los amigos y contactos que dejaron huella en la forma de comentarios en Facebook.

Siempre me ha quedado claro que, en tanto escritor uno debe desarrollar una piel gruesa, no para soportar las críticas (constructivas en este caso) de aquellos a los que otros llaman entendidos, aunque no lo seamos del todo (yo siempre estoy aprendiendo y dispuesto a aprender), sino para agradecer sin vanagloria las loas de propios y extraños más preocupados por la autoestima (valor nada despreciable por fundamental) que de la precisión y claridad en un quehacer tan determinado como es nuestro arte de expresión literaria.

Si bien no soy quién para emitir consejos, la experiencia personal buena y mala me lleva a poner el acento en lo siguiente, tal vez útil para cualquier joven escritor (gracias Rainer María Rilke por tu ejemplo): Recuerda siempre cuando escribas, no importa qué y cómo, que cualquiera de nosotros, lectores al fin, para ser buenos lectores hemos de apelar nunca a tu biografía, ni a nuestro pobre o rico conocimiento de causa detrás de lo que posibilita una obra. Nunca está de más recordar lo que escribí en mis "Apuntes para no explicar un poema":

Último apunte: Es triste ver cómo los lectores muchas veces son más obtusos que los mismos autores frente a la crítica. Si de verdad leyeran, es decir interpretaran, y no nada más posaran los ojos en las letras para apaciguar sus entrañas por la acción superficial y efímera del gusto provocado por una o dos imágenes, se darían cuenta que peroratas como estas han apuntado a un ELOGIO detrás del cual he apuntado las bondades y virtudes, quedándome incluso corto, del texto compartido. En pocas palabras: aplaudí el texto, hice observaciones mínimas de cómo puede mejorarse aún más. Si los lectores no lo comprenden, flaco favor hacen defendiendo al autor más de los propios admiradores que de los detractores, de los cuales, por cierto, si los hay, no he visto ni señas, pues nadie que yo conozca ha atacado, despreciado o vituperado el trabajo expuesto más abajo. Todo lo contrario.

Lectores como esos, amigos, familiares, fanáticos sin objetividad, si bien son un bálsamo para cualquiera son los que no convienen a ningún autor, por mucho que lo quieran y estimen y expresen opiniones como la siguiente, la cual, si no se hubiera extraviado del contexto de la discusión, yo mismo suscribiría con total acuerdo y benignidad. Pero vaya, quien presumió entender, jamás comprendió:
La persona que escribe, sobre todo si es poeta, expone cuerpo y alma en esos versos. No es un acto noble matar a quien se acerca desarmado y de frente. Hoz no te va a decir nada, pero yo sí. Más respeto y más amor para hablar de lo que otros sienten. Demasiado livianas y pomposas tus palabras para ensuciar un poema. La crítica es respetable cuando está del lado de la poesía.

Así, amable lector, te comparto el referido y elogiado texto tal cual fue difundido a través de Facebook, para tu solaz y tu interpretación.

I
–JUEVES SANTO–
cena; las últimas sobras.-



Desemboca en mi pupila este Júpiter pasional a tempranas horas, con la maldita abstinencia de la carne que le da paso al menú marino en descuento y por la mitad, y yo con estos bolcillos vacíos, es mi cartera en esta cuaresma; un mar profundo sin tesoros con temática de piratas y de pelotas u ostras sin perlas que no llegan al precio ni tienen peso – ¿qué es muy pobre mi escenografía? o será que; ¿me faltan tantos huevos, o es que quizá soy estéril? porque al fondo de mis bolcillos no hay monedas y aún más al fondo… no hay espermas ¡qué tristeza de alta mar, con mis lágrimas brotando en altas velocidades náuticas! Y para no quedarme con las ganas de mojarra o atún en esta temporada “marino-vegetariana”, mastico la sucia tanga que hace meses resbaló del colchón y desde entonces habita bajo la cama, esa que le perteneció a una amante sin nombre que permaneció anónima en mis labios, sí, es que solo así puedo ser un caballero para no hablar mal de ella y guardarme las guarradas, para citarla como lo más impúdico durante algún poema sin que se entere, así que mordisqueando esa diminuta tela, desayuno agraciado y complacido por no quedarme con las ganas de este capricho; y tener en la boca el sabor a “papayo-pescado” con uno que otro pelillo. Para un poeta pobre la vigilia en esta cuaresma, no es más que el sabor a vagina que suplanta a la abstinencia… de carne roja –literalmente, a menos que sean ciertos días de mes prácticamente. Así de fácil, el bohemio poeta sin monedas para pagar la dieta de la abstinencia y ajeno a la irrelevancia de la fe; lo remedia haciendo el pescado en la primera mañana de cuaresma, sea solo el terco saborcito que dejó el cunnilingus de la última noche de juerga del ayer. El atún de la mañana, es el eructo al flujo de anoche amén. Pero no solo de eso se alimenta el hombre –menos el mitad bestia– así que deambulo sobre las calles, ando por plazuelas, orfanatos, cantinas y hospitales, ando con el arreo ripio ¡desempleado! ¡con sed!, ¡con hambre!, ¡insípido! ¡acalorado y con mucha prisa y mirada baja! Y no es que tanto me deprima vida, es solo que estoy buscando monedas en las esquinas baratas parca, donde los ejidatarios tiran sus lonches y no les pesa, y no les lastima, y no les interesa, les sosiega incluso; la herida del callejón oscuro que aborta a sus hijos a las sociedades en busca de las más repulsivas migas, que no es nada más que la mirada indiferente del transeúnte que huye de los paisajes crudos, gracias a su tecnología divina que lo aleja de los llantos huérfanos tan agudos y dolientes, es por eso que no le duele, con sus mp3 sonando recio y sus gps dictándoles el sano camino, ¿qué ha de perecer ese hombre que evade lo insalubre y enfermo, de las contiendas de los moribundos que día a día, la única música que escuchan, es el rugir de tripas y el metálico ronroneo de la urbe fúnebre, y el único mapa que poseen, es la ansiedad de un nuevo día en guerra y medio vivos y completos muertos? Y no es que tanto me deprima vida, es solo que estoy buscando monedas en las esquinas baratas parca, donde las primeras damas derraman el postre para que la silueta no costee aquella nueva cirugía, pero para ella, nada le viene, nada le interesa, es más, apuesto a que ignora de las poluciones minando los campos, pues para las Ladys no son vistas, ellas con sus mp4 de high definition, qué carajos han de saber que ese basurero venéreo, es el hogar u hotel de muchos, ahí está la basura de los nobles… y huele igual o peor que la de los pendencieros, pero ella no sabe, no huele, desde su porche el mundo es bellísimo y de todo lo demás se abstiene. Y no es que tanto me deprima vida, es solo que estoy buscando monedas en las esquinas baratas parca, ya sea de ejidatarios o mojigatas, porque tengo hambre por eso sigo en la vagancia otro rato más. A pesar de mi estatus de bajo vago y de clase media, siempre estoy disuelto entre la juerga y la eterna espera del resplandor que me ilumine, y salve de esta sed, de esta hambre eterna, de siempre estar viviendo al día y al pan con agua de mar que no llena. Poseo un poquito de auge en este pueblucho que me invita a codearme con la “verdadera gente” de “verdadero arte”. Ya saben; el hijo del primo hermano del tío que tiene un amigo que es cuñado del dueño aquel que es el director e íntimo de quien sabe qué, que ya por el hecho de tener abolengo, pálida piel –vitalicio ejemplo de que en su puta vida han sufrido de buscar empleo para comer, y que no necesitan gel para el cabello puesto a que jamás se despeinan por buscar una moneda agachados mirando el suelo, o un plato medio servido en el basurero–, porte de europeo de colonia popular, y de diva de centro botanero, de olímpica musa playmate de tianguis y de galancete sangre azul de balneario y etc etc.
Son estos el special cast, de toda la prole que va y es de sorprender, ya que la fiesta da para algo más que un simple saludar y beber, con sus alfombras rojas llenas de resplandecientes cámaras que miran morbosas, y sus móviles de rapidez ávida y el máximo mega pixel como lápida para la crítica en el twitter y en el face… Yo tengo la invitación para el teatro que se renta para esta sacra fiesta empezando desde hoy, los artistas y trabajadores públicos se codean palmo a palmo, van desde; críticos, actores, abogados, guardaespaldas, pintores, dramaturgos, senadores y poetas, o séase para que me entiendan:
Críticus;
uno que otro coladus civilus que nunca está de acuerdus en nada.
Actoricus;
neandertalicus presidentis que da siempre la buena cara de hipocritus.
Abogadicus;
rastrericus con buenos honorarius que avalan este hecho infamicus.
Guardaespaldis;
monigotus estupidecus cuida hipocritus.
Pintoricus;
alguno que otro puberticus grafitericus.
Dramaturgicus;
conyuguis de actoricus verborreicus.
Senaduris;
tipicus atomicus gorron traga todo.
Poeticus;
termino pateticus para entes desesperadicus.
Mala pinta, me prohíben la entrada, porque mi look es; ¡fachón de tianguis! No ¡fashion en la pasarela! solo en las andariegas patitas de la pulga de colonia popular puedo ser un príncipe con este atuendo 4x4; porque es deportivo, casual, de gala, pijama y ¡ah! por cierto… ¡mi único pantalón! Miro a las parejas entrar; ellos de etiquetas –señalando y alardeando como vestidos de pingüinos, pero más bien parecen un iceberg por fríos, mentirosos, abusivos y presumidos, presumidos de calentura extrema, cuando quizás solo son frígidos y no aguantan toda la noche dándole con fuerza–, ellas de máscaras –ya saben, el saludo; “buen día” es mera cordialidad, no piensen mal al imaginar que significa que la cara misma de la dulce mujer que tacha con su falsa mirada por pura hipocresía, quiere aguantar toda la gala sin que se delate tan pronto por la grosería, ni se arrugue a la primera por la discriminación, ni se desarregle después de horas y horas y vidas y vidas de ensayar su pose de diva o de culto cuerpo que merece adoración, digo, de estar en el taller de hojalatería y pintura o en los vestidores maquillándose o como sea que se llamen esos lugares, no, no es nada de eso en verdad.
Ni mucho menos vayan a creer que la razón por la que nos saluda con “amabilidad” es porque está muy caro todo el kit de maquillaje ¡claro que no!, es solo porque ante todo… ella es una dama (o mejor dicho; ya que estamos aquí entre nos, para ellas sería el taller de ojalá-¿teoría? que es más propio, de algo les servirá el rezo si es que ellas son creyentes, o la tesis si es que ellas son científicos) Pero bueno, hagamos a un lado esto, más al fondo de aquello, está el buffet de mariscos; que en sí son todos los enemigos hablando mal a espaldas de uno como ¡maricones!; el hijo del instituto y la cultura, el que dice ser el poeta de hoy en día, el ex de mi ex con aquel ex de mi ex, ex, ex; la fotógrafa loca –ven que no exageraba en lo de mariscos– uno que quiere ser policía, otro del trabajo social, y un hippie que disque ahora es un tipo rastaman –con esto van más para la new generation village people ¿macho men? –etc. etc. etc. Aburrido y mediocre lugar es el teatro que funge nada más como el resguardo de la pantalla, como la máscara del anhelo, como la mentira del mitómano necio, como la guarida del que no está unido a lo sublime, y se aferra a la réplica de sus envidias, “qué yo soy más bohemio, que yo soy más poético, que yo lo hice antes que aquel, que yo leí y supe antes que él y bla bla bla” Gruñe la panza; y entiendo que aquí, no es un buen lugar para disponer el solventar ese hambre que se tiene, desde el despertar de este Jueves santo de falso espiritual, ¿y qué se puede hacer? más que terminar en casa de mamá, para pedirle limosna y recuperarte calmando el hambre, pero con esta mala suerte que se realza, en mi contra y contra mis deseos ya desaires; porque al llegar a casa no hay nadie, y se me han exiliado las llaves como para ver si tienen siquiera queso de días, moho con chocolate, cochambre con tortilla, o mínimo el agua del váter para calmar esta sed mía, pero no hay nada, nada qué hacer ¿a dónde ir? está cerca la vivienda de otra ex novia ¡pero es más frígida que la procesión del silencio! y yo con las ganas que tenía de darle de garrotazos como masoquista para limpiarle los pecados y entre sin peros ni recargos al cielo, más es mejor cuidarse puesto a que es una hiedra venenosa sin su Domingo de ramos, quizá una viuda negra de un Lunes de velos –¡es que es capaz de embarazarse a propósito para retenerlos! Nada, siguen las tripas vacías, y esperando la suerte de encontrarme una moneda mientras camino, sin darme cuenta ni prisa; regreso al cuartucho de hotel donde al parecer, de día no es muy sano llamarle vivienda, parece más un matadero o solo otra tumba fría. Al llegar me ofusco encontrando todas mis pertenencias vertidas en el pasillo, falta de pago, sin esperanza en los rotos bolcillos, y de mi vieja Olivetti no se sabe paradero, inciertos senderos habrá recorrido para tratar de alejarse de mi porno-hibridismo emblema, y mi alma que pena, y el recepcionista que dice no saber de nada del paradero, que lo niega y lo niega mientras cambia los anuncios de horarios de entrada que antes tenía escritos a mano y en papel para envolver pan, y que ahora curiosamente los presenta en tamaño carta, y con letra a máquina 12 puntos times new roman. ¿Qué haré ahora? ¿Visitar siete casas? pero si yo no tengo tantos amigos, hoy todos están de juerga o recluidos, y si están, no creo que me admitan a dormir una noche ni diciéndoles que sus hogares son las más grandes catedrales, los más pulcros recintos, si tengo la mala costumbre de masturbarme en casa ajena de todos los nuevos y los viejos conocidos ¿Y si les digo que incluso me lavaré los pies por si no me creen que ya no padezco de pie de atleta? Reviso la correspondencia, varios sobres para mí y descubro a todos mis apóstoles, de los que predicarán mi palabra, todos están ahí, llorando por mi próxima muerte, pues para colmo del día sin comida, las ciudades lejanas faltas de mi palabra reniegan de mis apóstoles venéreos, dicen todas las cartas contestándome que no tienen tiempo para poemarios bélicos, y me regresan los trabajos cuantas editoriales existen
– ¿es el Judas el correctorcete de estilo? ¡pero ni me conoce! Surge la pregunta mientras padezco hambruna en la calle en plan de desalojado, y derrotado por las industrias editoriales que no creen comerciables mis tonterías, surge la maldita pregunta; ¿en verdad soy bueno o es hora de aprender un oficio? ¿esto es ser un mártir muerto en la falta ortográfica Gólgota? Paso toda la noche pensando y conmiserando, pensándome y conmiserándome; ¿qué será de mí ahora sin empleo, sin dinero, sin hogar, sin máquina de escribir, con un solo pantalón, con todos estos apostólicos poemarios que no me consiguieron ni un suspiro y con el estómago vacío? Gruñe la panza y sopla eterno el frío, mientras miro atento hacia arriba casi al amanecer clareciendo, descubriendo ser un pétalo que cayendo la noche y naciendo el día, es solo el último de la fila para pedir un deseo sin contar con la ayuda de alguna estrella brillante que sí conceda más que el deseo el verdadero anhelo, todo al final, siempre me hace saber una nueva verdad… que se trata tan solo de una vieja mentira. Llega la mañana y acaba la noche, no se podrá pedir el deseo de cenar estando fuera de tiempo y veo una estrella apagarse tan rápido sobre el firmamento que ni me escucha, y aunque tenga el brillo de mi casi extinto fuego en los ojos, prefiero ahorrarme el llanto con sus lágrimas tontas para una carcajada enfermiza, para un enemigo muerto, o para cuando en verdad le gane a ese destino que me sataniza como un “poeta” escueto, para eso quiero aguantarme el llanto, porque son las últimas sobras de mi alma que agoniza… en este maldito Jueves santo, en este maldito Jueves sin cena… que no merece que llene el cántaro con vino sangre de mis pupilas... si siempre he tenido vacío el plato hasta por la más insignificante de las injusticias. Y me aguanto el llanto, porque sí hoy perecí de hambre, necesito el orgullo de saber que no morí de sed porque hundí la cabeza… y no dejé de llorar ese maldito Jueves sin cena.

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¡Alerta, primeros lectores! (2° y ¿último?)

(Publicado originalmente en el blog
Cadena de Lectores de Editorial Alfaguara, el 20 de marzo de 2009.)

Si no hay autor a quien preguntar; si el conocimiento del lector en torno a la obra y su autor es insuficiente o de plano nula, entonces sólo queda la obra misma en el contexto sustancial que la soporta (el libro, el cuadro, la escultura). Desde el texto en su contexto formal, las expectativas del lector se ven supeditadas a un grado más profundo y complejo de comprensión. La obra no apela a la intención autoral, es decir al propósito voluntarioso del creador; ni recurre, para sobrevivir y proyectarse en el tiempo, al escrutinio del espectador. La obra es, en sí y por sí misma, a pesar de la existencia de un lector y un autor (el editor es un ente que reúne facultades de uno y otro a la vez). Sus formas y significados indican su tendencia, su objetivo, su dinámica íntima. En la obra poco importan la razón por la que aparece una palabra junto a otra o el efecto provocado en el alma sensible del atento.

¿Cuánto más debo escribir al respecto? ¿Cuántas líneas más puedes tolerar, lector? ¿Sigues aquí o ya yo, en calidad de autor te perdí? Responderé graciosamente como en el cuento del tonto (omito regionalidad para no ofender a nadie en particular). Si lees "esto", entonces no te has ido; pero si esto ya cae en el silencio y es un monólogo, pues ya no estás. ¿Tú qué dices? Si respondes esta pregunta, sigues; si no, pues ya no. ¿Me sigues el hilo? ¿Ya te aburriste? ¿Y por qué sigues leyendo? Si cambias de blog o de artículo o de computadora; o si te duermes o estás al teléfono mientras las letras titilan pasmadas en tu monitor, como autor no me doy ni me daré ni pude darme cuenta, sólo tú cual intérprete sabes qué sucede en ese lado tuyo de la cancha. Y este texto ¿zozudo o sesudo?, por sí mismo ni espera ni desespera, simplemente está y de ahora en adelante estará, aunque tú ni yo queramos atenderlo en un rato o mañana. Mientras no lleguemos quien suscribe o el editor o un tercero virulento en discordia a dar al traste con la memoria digital que lo sostiene, aquí estará dispuesto a quedar expuesto.

Si aquí corto la reflexión para continuarla en otra entrega, tal como hice ya al dejar entre el artículo anterior y este un gozne para el respiro, ¿perderías la secuencia? Ayuda haber numerado las entregas, pero ¿qué hubiera pasado si cambio uno de los títulos? ¿Creerías que son párrafos aislados? Probablemente y más si no nos hemos saludado con asiduidad. Aun si en la próxima entrega incluyere una glosa a modo de liga, ¿un lector primerizo comprendería el contenido, se remitiría a los antecedentes o sería visitante de paso? ¿El texto futuro sería suficientemente capaz de explicarse por sí mismo, aún perteneciendo a una aparente serie? Surge de nuevo la duda. ¿Más allá de para qué se escribe, para quien escribo? Si la esposa de un amigo no captó en primera instancia el significado contextual de lo escrito por mí, sino hasta que me tuvo en calidad de autor a la mano, ¿qué puedo esperar de quienes no me conocen? ¿Qué pueden esperar ellos de mí al primer contacto? Algo similar se habrán preguntado los autores que publican bajo la firma editorial de Alfaguara, y también los de otras.

¿Dónde radica el éxito de una obra? ¿En el autor; en el gusto del lector; en la obra misma? El crítico dirá que en el primero; el mercadólogo, que en el segundo; pero la historia dirá que en la tercera por ser la más capaz de permanecer y maravillar.

El lector trasciende más allá de la conversación, la recomendación y el mercado. El autor puede trascender por intermedio de su obra, aunque no siempre lo consigue, siempre y cuando haya un lector o grupo de lectores en una o más generaciones que guarden memoria de su paso y su quehacer por esta vida y este mundo. La obra, a su vez, trasciende tanto por la referencialidad que deja en el gusto del primero, como por las señas de su existencia sola; trasciende total o parcialmente de una era a otra, sin que por ello importe más a los hombres de una época que a los de otra.

Mi muy personal intención con mis previos Apuntes alrededor del Deseo y ahora estos Apuntes alrededor del Vacío, y los que vengan, es y ha sido y será desprender de la lectura la efeméride egoísta, en un sentido positivo y constructivo; hallar en la obra leída la coincidencia con la anécdota cotidiana y, desde tal ejercicio de comprensión, explicarme, por lo menos y por lo pronto, mi vida; ya que soy nadie para explicar la de ninguno otro si no es sólo de reojo.

Esa intencionalidad no trata de hacer historia, sino de experimentarla humilde y honestamente con lo que se tiene: pluma y papel, sentidos y sentimientos, cuerpo y espíritu, gente amada y huéspedes ignotos. No encierra una bitácora íntima y simple.

La esposa de mi amigo, como parte de la conversación que dio pie a estos devaneos intelectuales (frase dominguera), expuso su gusto por las obras de Arturo Pérez-Reverte (siempre es bueno hallar gustos en común) en su afán de acomodar coincidencias conmigo (algo que siempre agradezco y, a mi vez, procuro hacer). Presumo que ella suponía en mí un conocimiento amplio de la obra de este admirable escritor. Quizá la decepcioné un poco. No obstante su esfuerzo por construir un diálogo, además de mostrar su inteligencia y su femenina intuición, hizo evidente su sensibilidad.

Que ayer yo haya escrito sobre mi madre o ahora lo haga sobre la esposa de mi amigo, ni me empata con Germán Dehesa cuando se refiere a su "tamal" (su benjamín vástago), como tampoco revela liviandad de mi parte. Son pretextos. Pre-textos.

Para un novelista, por ejemplo, la vida y las experiencias son suficientes pretextos para escribir y trazar aventuras y dilucidar confines. En mi caso, perdón por la egolatría, una novela, un cuento o un ensayo, vaya hasta una receta son suficientes pre-textos para hundirme en mi vivir y, desde el fango de mi existencia, edificarme palmo a palmo.
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¡Alerta, primeros lectores! (1)

(Publicado originalmente en el blog
Cadena de Lectores de Editorial Algafuara, 18 de marzo de 2009.)


Más allá de coincidencias, lo que puedes leer en las siguientes líneas, amigo lector, así como en anteriores entregas, son cruzamientos entre la vida de un servidor y las lecturas que voy haciendo de las cosas y situaciones que la vida me ofrece. En esto justo es en lo que menos podemos distinguirnos tú y yo.

¿Por qué dije lo anterior? Es bueno hacer un alto breve en el camino de las colaboraciones, para presentarme ante algunos lectores que pudieren llegar por primera vez a este espacio y los cuales, por primerizos, quizá puedan parecerles mis estilos temático y formal poco o muy peregrinos, máxime tanto si han como si no han pasado por mis variados sitios los cuales pueden revisar desde mi Blog Central.

Tal sensación experimentó recientemente la esposa de un amigo que jamás había leído nada de lo que he o hube escrito en mi vida y en distintos medios.

En cierta reunión me halagó sacando a la plática que acababa de leer el texto que antecede a este. Sin ánimo de entrar en polémica hizo un par de observaciones críticas, constructivas, tras las cuales me quedó claro que, en los blogs como en el periodismo impreso, hasta cierto punto la secuencia vale para puro sorbete y confirma que "en gustos, se rompen géneros".

Expliqué a mi amiga que lo escrito por mí en esta Cadena de Lectores obedece a una relativa secuencia, y que mi estilo elegido no tenía ni tiene como pretensión redactar reseñas comunes y corrientes, tampoco ensayos aislados e independientes o relatos de ficción, aun cuando puede darse el caso.

En entregas anteriores, como bien recordarán los asiduos seguidores de quien suscribe (si los hay; ya mi mamá sólo me leerá desde otra dimensión), ya había expuesto el punto, enfatizando mi interés no tanto en provocar la venta de tal o cual libro (mi especialidad no son las ventas; yo no he podido vender-me, ¡sigo en la "estantería" de mi casa!; y miren que mi madre ya estaba rematándome), sino, en la medida y alcance de mis posibilidades, propiciar el ánimo para la lectura.

Me di cuenta también que algunos lectores toman el rábano por las hojas y adjudican al autor las palabras de determinada cita incluida en tal o cual texto, sin reparar en su calidad de préstamo literario; es decir, no discriminan fácilmente o, por no discriminar, terminan discriminando paradójicamente y no en el sentido más edificante y cabal para su comprensión.

Quedé sorprendido con la afirmación, un poco indignada, de la esposa de mi amigo en torno a ciertas aseveraciones sobre los lectores anotadas en la entrega que ella leyó (la anterior a esta, insisto). ¡Pasó desapercibido, a pesar de lo evidente, que cité las palabras del personaje de la novela Entre Fantasmas escrita por el colombiano Fernando Vallejo. ¡Interesante fenómeno! Me llevó a la reflexión. ¿Acaso mi forma de escribir fue y es tan oscura y enredada como señaló esta amiga en su experiencia de lectora primeriza de mis letras? ¿Puede achacarse una torpeza interpretativa y de comprensión en ella? ¿O hay otra explicación? Aunque sería razonable, me inclino a no responder a la primera pregunta por vanidoso temor. Prefiero dejarla abierta para tus comentarios, críticas y sugerencias, amable lector a quien me debo, tanto si has llegado a este texto por primera vez, como si, primerizo o no, has leído otras entregas de mi autoría.

Me niego también a contestar la segunda pregunta, porque mi respeto hacia el lector me impide calificar su labor individualmente, sin un previo y concienzudo análisis de la comprensión lectora y sus alcances como proceso mental. Hay mucho escrito al respecto por psicopedagogos y educadores y, aun cuando he estudiado el tema y he impartido cursos y talleres sobre el pormenor, soy el primero en cuidarme y reconocer lo difícil de decir a uno "tú no comprendes" sin arriesgarse, con razón o sin ella, a ofender y lastimar la autoestima del otro, con la consiguiente ganancia de enemistad.

Así, para no volver refractarios a mis líneas a los pocos o muchos (qui sá) lectores presentes y futuros interesados, opto por lucubrar desde el tercer cuestionamiento.

Hay otras explicaciones; y parto para esta aseveración de lo que Umberto Eco expone en su ensayo Los Límites de la Interpretación. Ahí, en resumen, dice que hay tres niveles para la interpretación de una obra cualquiera que sea su índole.


  1. La interpretación que hace el autor de su obra desde su creación y en vista de su proceso creativo.
  2. La interpretación que hace el lector desde su óptica peculiar aislada del autor y la obra.
  3. La interpretación que provee la obra desde sí misma, por su estructura y sus funciones semánticas, o sea sus significados implícitos, independientemente de la existencia del autor y el lector.

Para el primer nivel basta con entrevistar al autor y este podrá explicarnos de manera medianamente inteligible qué quiso decir en un párrafo, eligiendo tal o cual palabra o imagen, cuál era su propósito al abordar determinado tema. Es más o menos lo que hizo conmigo la esposa de mi amigo en el afán de fincar la conversación. Pero no siempre se tiene al autor a la mano o este es anónimo, así que luego aquí queda un misterio.

En el segundo nivel, ese misterio puede ser regularmente resuelto por la intervención del lector, quien con su opinión enterada puede estar en capacidad de explicar el trasfondo y hasta la superficie de una obra, y así aventurarse en el ejercicio de la explicación adivinatoria o incluso en el enjuiciamiento crítico.

Pero, ojo, se necesita que sea una "opinión enterada". Esto es, el lector requiere no nada más hacerse una idea de lo que lee, sino que esta idea habrá de estar fundada en un conocimiento suficiente y previo sobre las características particulares de la obra, el autor y el contexto que los rodea. Un conocimiento "enciclopédico", al menos, sobre el estilo, la biografía y otras minucias relacionadas. Claro, no siempre el lector, primerizo o no, tiene a la mano o en su bagaje cultural la información básica o el interés por investigar, o esta puede variar en vastedad o exactitud entre un lector y otro, y entonces la opinión raya (hecho más que común) en el acto de fe: "creo que esto es bueno porque me gusta". El gusto jamás construye ni ha construido juicios de valor por más apetecible y respetable que sea semejante presunción. El gusto (y me remito a los ensayos y estudios de Gillo Dorfles) es impulso no razonamiento, aun cuando pueda ser razonable; la opinión tira hacia el dogma por basarse en el parecer y no en la demostración, y el juicio envuelve al dictado de la razón.

¡Me vi muy kantiano? Disculpen la involuntaria petulancia, so pena de ser tergiversado.

(CONTINUARÁ)