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jueves, marzo 27, 2008

EL GRAN TRANSFORMISTA

Vestido de nostalgia, en un juego de mascaradas, Con la Literatura en el cuerpo me expuso, como baraja tendida boca arriba, los motivos del anclaje de Alberto Ruy Sánchez, presentándomelo por primera vez en papel.

Siendo ese libro una colección de ensayos sobre escritores, decanta sutilmente la razón de ser de la propia obra de Ruy Sánchez. El mosto del deseo aquí comienza a justificarse a modo de experiencia vicaria. Con cada nombre, con cada referencia, las palabras se vuelven gotas cargadas de anhelo.

Al paso de las páginas, uno avanza adentrándose no sólo en los intereses, devaneos y rutas de la melancolía entendida como forma aletargada del afán; no sólo se la asocia con la biografía y la operalia de artistas reconocidos u olvidados, sino sirve de sendero para aproximarse tímidamente a la embriaguez del máximo deseo expresado en el dilema de ser o no ser lo que la vocación dicta, aun a contrapelo de lo establecido.

Convienen las líneas de Ruy Sánchez que frustraciones y triunfos, o su sola posibilidad, convierten al artista en un lector artesano, cuya especialidad en entramar textos sean literarios, pictóricos o de cualquiera otra índole, lo empata con el pesador de ilusiones. Así parece asumirse Ruy Sánchez.

Afortunada o desafortunadamente para mí, el volumen de la obra reseñada es de veras de una rareza de colección, a causa de una falla de imprenta. Encuadernado con la falta de todo un pliego que abarca las páginas 113 á 128, aparte de ocasionarme este hecho malestar, provocó en mí un inusitado deseo. Tan a propósito no podía haber sucedido el error, cuantimás porque leyendo la obra a 13 años de distancia de haberla publicado por primera vez la editorial Taurus, la sensación de haber extraviado el satisfactor de mi hambre lectora me contrarió. Vino a mí la idea de que, al impresor, autores como Beckett, Frisch y Víctor Hugo eran meros apéndices y los lances verbales de Ruy Sánchez en torno a ellos para pescar “la gravedad de la Luna”, “la identidad deslavada” y “un viejo sol gótico”, servían de cebo.

LEGAJOS CON LA LITERATURA EN EL CUERPO

Decidí leer a Alberto Ruy Sánchez sencillamente por desconocerlo. Como ejercicio de escrutinio.

Mientras llegaban los libros que me proveería la editorial Alfaguara, encontré en casa un volumen que adquiriera en una Feria del Libro. No lo había más que manoseado. No lo recordaba. Era, es de este autor a quien había visto y oído mentar en dos o tres entrevistas televisivas o periodísticas, y tras las que el hombre además me resultó una persona agradable en más de un sentido. Por lo tanto, esta iniciación partió del acercamiento a tres obras y no sólo a dos; de saludar a un completo extraño como quien sonríe graciosamente y con cortesía al convidado a un cóctel.

Igual que Cantinflas, así como digo una cosa digo otra, y ahora pienso que aparte de lo lucubrado líneas arriba, para que un lector cumpla cabalmente con su labor de escritor, no puede acercarse a su objeto de observación predisponiéndose. Su labor debe ser un poco más ingenua, su mirada ha de ser como la del científico principiante cuya curiosidad inocente le lleva a los descubrimientos más asombrosos.

De ese modo, de entre legajos, tomé el sugerente libro y comencé a devorarlo... saciándome de literatura en el cuerpo. ¿Lo que he ido descubriendo? Decididamente una mano fogosa.

viernes, marzo 21, 2008

LA MUERTE DE UN MURCIANO EN LA HABANA

La cubana Teresa Dovalpage (un día habrá de explicar la extraña ortigrafía de su firma) resultó finalista del Premio Herralde en el año 2006 con la novela La Muerte de un Murciano en la Habana, novela que va de lo contemporáneo doméstico a la ficción realista.

El título de la novela La Muerte de un Murciano en la Habana parece el título de una novela policíaca y es como una muerte anunciada, por él aparentemente todo está dicho, desde la portada sabemos quién es la víctima premonitoria que la autora ya nos dice que se trata de un oriundo de Murcia y que ocurre en La Habana, Cuba. Pero esto no es lo importante.

La autora, mediante esta novela ha vuelto a Cuba sin tener que entrar. Como en su otra novela, Posesas en La Habana, cuenta pequeñas historias, las de las personas marginadas y santeros, utilizando un vocabulario deslenguado y muchas obscenidades que, según ella, al corregir el libro trató de reducir lo más posible.

Quien hojee sus páginas podrá pensar que se encuentra frente a una novela algo ligera y que al tratarse de una autora cubana, de ese maravilloso país que es Cuba, se va a encontrar una novela pesimista, que sus personajes son seres intentando sobrevivir en una sociedad cubana que pone a prueba su capacidad de resistencia. Nada más lejos de lo que pretende la autora Dovalpage.
Aquí, Dovalpage da vida a los personajes de una manera teatral estructurada por voces con formato de zarzuela española, escenas y representaciones muy cubanas que tuvieron cierto eco en Cuba, donde se componen zarzuelas que aúnan el estilo español con elementos autóctonos.

En la zarzuela, el tema o argumento puede ser dramático o cómico, de acción complicada, pero refleja la vida cotidiana. La Muerte de un Murciano en la Habana eso es lo que hace, refleja, explica lo consuetudinario. Su prosa es limpia, ágil, fluida y llena de frescura en sus planteamientos. Utiliza el humor en lo relatado, con chispazos que iluminan diálogos verosímiles que abordan el desastre y la impotencia para poder cambiar las cosas, la carencia que existe en la isla de los apagones, los santeros y las diferencias sociales cada día más acentuadas.

Novela realista al fin, encierra amores, traiciones, venganza y pone el acento en la negación a dar la espalda al mundo en que se vive, a no sólo reaccionar sino a actuar para hacer de él algo más que un sitio simplemente tolerable.

En esta novela puede verse la influencia literaria del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, especialmente en algunas de sus "cochinerías" y leperadas. Igualmente en la construcción de personajes como el travesti y homosexual Teófilo, que se hace llamar Mercedes en su consultoría espiritual. Los protagonistas, Maricari, una fabricante de muñecas de trapo y Pío, un murciano sesentón que llega a La Habana como responsable de una compañía española. No podemos olvida a la madre de aquella, personaje clave en el desenvolvimiento de las tramas.

La narrativa cubana comprende otros escritores de sólida trayectoria aparte de Teresa Dovalpage. Podemos mencionar a Amir Valle y Senel Paz, personalidades todas que se han hecho un lugar especial en la literatura cubana. Particularmente la autora que nos ocupa, Teresa Dovalpage es creadora de una voz narradora que, aun cuando acude a veces al estereotipo, lo supera notablemente logrando la diferencia literaria. Habla del corazón, sin caer en el tópico. Conmueve desde la crudeza.

El solo hecho de ser finalista del Premio Herralde a modo de trampolín la proyecta suficientemente más allá de la isla, atravesando la mar de lectores. De otro modo, esta reseña no estaría aquí y ni usted ni yo nos enteraríamos de dos cosas: de La Muerte de un Murciano en La Habana, y de que la moderna novela cubana está tan vigorosa como siempre.