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sábado, abril 07, 2012

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¡Alerta, primeros lectores! (2° y ¿último?)

(Publicado originalmente en el blog
Cadena de Lectores de Editorial Alfaguara, el 20 de marzo de 2009.)

Si no hay autor a quien preguntar; si el conocimiento del lector en torno a la obra y su autor es insuficiente o de plano nula, entonces sólo queda la obra misma en el contexto sustancial que la soporta (el libro, el cuadro, la escultura). Desde el texto en su contexto formal, las expectativas del lector se ven supeditadas a un grado más profundo y complejo de comprensión. La obra no apela a la intención autoral, es decir al propósito voluntarioso del creador; ni recurre, para sobrevivir y proyectarse en el tiempo, al escrutinio del espectador. La obra es, en sí y por sí misma, a pesar de la existencia de un lector y un autor (el editor es un ente que reúne facultades de uno y otro a la vez). Sus formas y significados indican su tendencia, su objetivo, su dinámica íntima. En la obra poco importan la razón por la que aparece una palabra junto a otra o el efecto provocado en el alma sensible del atento.

¿Cuánto más debo escribir al respecto? ¿Cuántas líneas más puedes tolerar, lector? ¿Sigues aquí o ya yo, en calidad de autor te perdí? Responderé graciosamente como en el cuento del tonto (omito regionalidad para no ofender a nadie en particular). Si lees "esto", entonces no te has ido; pero si esto ya cae en el silencio y es un monólogo, pues ya no estás. ¿Tú qué dices? Si respondes esta pregunta, sigues; si no, pues ya no. ¿Me sigues el hilo? ¿Ya te aburriste? ¿Y por qué sigues leyendo? Si cambias de blog o de artículo o de computadora; o si te duermes o estás al teléfono mientras las letras titilan pasmadas en tu monitor, como autor no me doy ni me daré ni pude darme cuenta, sólo tú cual intérprete sabes qué sucede en ese lado tuyo de la cancha. Y este texto ¿zozudo o sesudo?, por sí mismo ni espera ni desespera, simplemente está y de ahora en adelante estará, aunque tú ni yo queramos atenderlo en un rato o mañana. Mientras no lleguemos quien suscribe o el editor o un tercero virulento en discordia a dar al traste con la memoria digital que lo sostiene, aquí estará dispuesto a quedar expuesto.

Si aquí corto la reflexión para continuarla en otra entrega, tal como hice ya al dejar entre el artículo anterior y este un gozne para el respiro, ¿perderías la secuencia? Ayuda haber numerado las entregas, pero ¿qué hubiera pasado si cambio uno de los títulos? ¿Creerías que son párrafos aislados? Probablemente y más si no nos hemos saludado con asiduidad. Aun si en la próxima entrega incluyere una glosa a modo de liga, ¿un lector primerizo comprendería el contenido, se remitiría a los antecedentes o sería visitante de paso? ¿El texto futuro sería suficientemente capaz de explicarse por sí mismo, aún perteneciendo a una aparente serie? Surge de nuevo la duda. ¿Más allá de para qué se escribe, para quien escribo? Si la esposa de un amigo no captó en primera instancia el significado contextual de lo escrito por mí, sino hasta que me tuvo en calidad de autor a la mano, ¿qué puedo esperar de quienes no me conocen? ¿Qué pueden esperar ellos de mí al primer contacto? Algo similar se habrán preguntado los autores que publican bajo la firma editorial de Alfaguara, y también los de otras.

¿Dónde radica el éxito de una obra? ¿En el autor; en el gusto del lector; en la obra misma? El crítico dirá que en el primero; el mercadólogo, que en el segundo; pero la historia dirá que en la tercera por ser la más capaz de permanecer y maravillar.

El lector trasciende más allá de la conversación, la recomendación y el mercado. El autor puede trascender por intermedio de su obra, aunque no siempre lo consigue, siempre y cuando haya un lector o grupo de lectores en una o más generaciones que guarden memoria de su paso y su quehacer por esta vida y este mundo. La obra, a su vez, trasciende tanto por la referencialidad que deja en el gusto del primero, como por las señas de su existencia sola; trasciende total o parcialmente de una era a otra, sin que por ello importe más a los hombres de una época que a los de otra.

Mi muy personal intención con mis previos Apuntes alrededor del Deseo y ahora estos Apuntes alrededor del Vacío, y los que vengan, es y ha sido y será desprender de la lectura la efeméride egoísta, en un sentido positivo y constructivo; hallar en la obra leída la coincidencia con la anécdota cotidiana y, desde tal ejercicio de comprensión, explicarme, por lo menos y por lo pronto, mi vida; ya que soy nadie para explicar la de ninguno otro si no es sólo de reojo.

Esa intencionalidad no trata de hacer historia, sino de experimentarla humilde y honestamente con lo que se tiene: pluma y papel, sentidos y sentimientos, cuerpo y espíritu, gente amada y huéspedes ignotos. No encierra una bitácora íntima y simple.

La esposa de mi amigo, como parte de la conversación que dio pie a estos devaneos intelectuales (frase dominguera), expuso su gusto por las obras de Arturo Pérez-Reverte (siempre es bueno hallar gustos en común) en su afán de acomodar coincidencias conmigo (algo que siempre agradezco y, a mi vez, procuro hacer). Presumo que ella suponía en mí un conocimiento amplio de la obra de este admirable escritor. Quizá la decepcioné un poco. No obstante su esfuerzo por construir un diálogo, además de mostrar su inteligencia y su femenina intuición, hizo evidente su sensibilidad.

Que ayer yo haya escrito sobre mi madre o ahora lo haga sobre la esposa de mi amigo, ni me empata con Germán Dehesa cuando se refiere a su "tamal" (su benjamín vástago), como tampoco revela liviandad de mi parte. Son pretextos. Pre-textos.

Para un novelista, por ejemplo, la vida y las experiencias son suficientes pretextos para escribir y trazar aventuras y dilucidar confines. En mi caso, perdón por la egolatría, una novela, un cuento o un ensayo, vaya hasta una receta son suficientes pre-textos para hundirme en mi vivir y, desde el fango de mi existencia, edificarme palmo a palmo.
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¡Alerta, primeros lectores! (1)

(Publicado originalmente en el blog
Cadena de Lectores de Editorial Algafuara, 18 de marzo de 2009.)


Más allá de coincidencias, lo que puedes leer en las siguientes líneas, amigo lector, así como en anteriores entregas, son cruzamientos entre la vida de un servidor y las lecturas que voy haciendo de las cosas y situaciones que la vida me ofrece. En esto justo es en lo que menos podemos distinguirnos tú y yo.

¿Por qué dije lo anterior? Es bueno hacer un alto breve en el camino de las colaboraciones, para presentarme ante algunos lectores que pudieren llegar por primera vez a este espacio y los cuales, por primerizos, quizá puedan parecerles mis estilos temático y formal poco o muy peregrinos, máxime tanto si han como si no han pasado por mis variados sitios los cuales pueden revisar desde mi Blog Central.

Tal sensación experimentó recientemente la esposa de un amigo que jamás había leído nada de lo que he o hube escrito en mi vida y en distintos medios.

En cierta reunión me halagó sacando a la plática que acababa de leer el texto que antecede a este. Sin ánimo de entrar en polémica hizo un par de observaciones críticas, constructivas, tras las cuales me quedó claro que, en los blogs como en el periodismo impreso, hasta cierto punto la secuencia vale para puro sorbete y confirma que "en gustos, se rompen géneros".

Expliqué a mi amiga que lo escrito por mí en esta Cadena de Lectores obedece a una relativa secuencia, y que mi estilo elegido no tenía ni tiene como pretensión redactar reseñas comunes y corrientes, tampoco ensayos aislados e independientes o relatos de ficción, aun cuando puede darse el caso.

En entregas anteriores, como bien recordarán los asiduos seguidores de quien suscribe (si los hay; ya mi mamá sólo me leerá desde otra dimensión), ya había expuesto el punto, enfatizando mi interés no tanto en provocar la venta de tal o cual libro (mi especialidad no son las ventas; yo no he podido vender-me, ¡sigo en la "estantería" de mi casa!; y miren que mi madre ya estaba rematándome), sino, en la medida y alcance de mis posibilidades, propiciar el ánimo para la lectura.

Me di cuenta también que algunos lectores toman el rábano por las hojas y adjudican al autor las palabras de determinada cita incluida en tal o cual texto, sin reparar en su calidad de préstamo literario; es decir, no discriminan fácilmente o, por no discriminar, terminan discriminando paradójicamente y no en el sentido más edificante y cabal para su comprensión.

Quedé sorprendido con la afirmación, un poco indignada, de la esposa de mi amigo en torno a ciertas aseveraciones sobre los lectores anotadas en la entrega que ella leyó (la anterior a esta, insisto). ¡Pasó desapercibido, a pesar de lo evidente, que cité las palabras del personaje de la novela Entre Fantasmas escrita por el colombiano Fernando Vallejo. ¡Interesante fenómeno! Me llevó a la reflexión. ¿Acaso mi forma de escribir fue y es tan oscura y enredada como señaló esta amiga en su experiencia de lectora primeriza de mis letras? ¿Puede achacarse una torpeza interpretativa y de comprensión en ella? ¿O hay otra explicación? Aunque sería razonable, me inclino a no responder a la primera pregunta por vanidoso temor. Prefiero dejarla abierta para tus comentarios, críticas y sugerencias, amable lector a quien me debo, tanto si has llegado a este texto por primera vez, como si, primerizo o no, has leído otras entregas de mi autoría.

Me niego también a contestar la segunda pregunta, porque mi respeto hacia el lector me impide calificar su labor individualmente, sin un previo y concienzudo análisis de la comprensión lectora y sus alcances como proceso mental. Hay mucho escrito al respecto por psicopedagogos y educadores y, aun cuando he estudiado el tema y he impartido cursos y talleres sobre el pormenor, soy el primero en cuidarme y reconocer lo difícil de decir a uno "tú no comprendes" sin arriesgarse, con razón o sin ella, a ofender y lastimar la autoestima del otro, con la consiguiente ganancia de enemistad.

Así, para no volver refractarios a mis líneas a los pocos o muchos (qui sá) lectores presentes y futuros interesados, opto por lucubrar desde el tercer cuestionamiento.

Hay otras explicaciones; y parto para esta aseveración de lo que Umberto Eco expone en su ensayo Los Límites de la Interpretación. Ahí, en resumen, dice que hay tres niveles para la interpretación de una obra cualquiera que sea su índole.


  1. La interpretación que hace el autor de su obra desde su creación y en vista de su proceso creativo.
  2. La interpretación que hace el lector desde su óptica peculiar aislada del autor y la obra.
  3. La interpretación que provee la obra desde sí misma, por su estructura y sus funciones semánticas, o sea sus significados implícitos, independientemente de la existencia del autor y el lector.

Para el primer nivel basta con entrevistar al autor y este podrá explicarnos de manera medianamente inteligible qué quiso decir en un párrafo, eligiendo tal o cual palabra o imagen, cuál era su propósito al abordar determinado tema. Es más o menos lo que hizo conmigo la esposa de mi amigo en el afán de fincar la conversación. Pero no siempre se tiene al autor a la mano o este es anónimo, así que luego aquí queda un misterio.

En el segundo nivel, ese misterio puede ser regularmente resuelto por la intervención del lector, quien con su opinión enterada puede estar en capacidad de explicar el trasfondo y hasta la superficie de una obra, y así aventurarse en el ejercicio de la explicación adivinatoria o incluso en el enjuiciamiento crítico.

Pero, ojo, se necesita que sea una "opinión enterada". Esto es, el lector requiere no nada más hacerse una idea de lo que lee, sino que esta idea habrá de estar fundada en un conocimiento suficiente y previo sobre las características particulares de la obra, el autor y el contexto que los rodea. Un conocimiento "enciclopédico", al menos, sobre el estilo, la biografía y otras minucias relacionadas. Claro, no siempre el lector, primerizo o no, tiene a la mano o en su bagaje cultural la información básica o el interés por investigar, o esta puede variar en vastedad o exactitud entre un lector y otro, y entonces la opinión raya (hecho más que común) en el acto de fe: "creo que esto es bueno porque me gusta". El gusto jamás construye ni ha construido juicios de valor por más apetecible y respetable que sea semejante presunción. El gusto (y me remito a los ensayos y estudios de Gillo Dorfles) es impulso no razonamiento, aun cuando pueda ser razonable; la opinión tira hacia el dogma por basarse en el parecer y no en la demostración, y el juicio envuelve al dictado de la razón.

¡Me vi muy kantiano? Disculpen la involuntaria petulancia, so pena de ser tergiversado.

(CONTINUARÁ)