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viernes, agosto 21, 2009

MUÑEQUITA VIVIENTE

El siguiente cuento intitulado Muñequita viviente me fue enviado a mi correo, aparentemente por uno de mis contactos de Yahoo, Marbella Lizette Martínez Fernández. Desconozco si el texto es de su autoría, pero quise compartirlo con los amables lectores porque es una muestra de un típico cuento erótico de regular factura, que privilegia las imágenes y vocablos burdos a la estética literaria. No obstante, aun siendo un texto como los que pueden leerse en pasquines de quiosco o revistas y sitios considerados pornográficos, he de reconocer que lleva buen ritmo y en efecto resulta atractivo e interesante, sobre todo para quienes más que buscar arte esperan morbosamente contenidos excitantes.
No digo más, dejo al criterio de ustedes la valoración de este material, por cierto muy largo para lo que normalmente se publica en blogs. Ah, y la foto que acompaña al texto venía con el correo, pero ignoro la identidad de la retratada, si alguien la conoce o reconoce, avísele no sea que nos metamos en camisa de once varas. Si es necesario, la quitamos por seguridad de la retratada. Ustedes dicen.
Cabe añadir que el documento original incluye un guión, que aquí he obviado, de dos escenas como aludiendo al hecho de que de este cuento salió un filme, y también una liga al video de una pasarela de Victoria's Secret Show 2005, porque supuestamente en ese video sale la dichosa "Muñequita", ¿será? A ver quién la encuentra. Como sea, un buen recurso publicitario, ¿no?

MUÑEQUITA VIVIENTE

Actualmente tengo 17 años, pero recuerdo cuando tenía 14 y vivía con mis familiares en una hermosa hacienda a las orillas de la ciudad, era un bonito lugar donde teníamos toda la comodidad posible, en ese ambiente campestre yo pasaba largos ratos paseando por el hermoso paisaje natural, y contaba con el cuidado y la atención de los sirvientes de la casa, entre los que había un jardinero que decoraba nuestros patios, era un hombre de baja estatura, maduro, como de cincuenta y tantos años, de fiera y dominante mirada, robusto, casi obeso, calvo, y prieto como llanta de carro, se llamaba Don Bernardo, aunque todos allí le decían Bernasno, en un principio pensé que eso se debía a las toscas y feas facciones del clásico lugareño de esa región. Sabía por los chismes de las cocineras que en alguna etapa de su vida había trabajado como guardia interno de un reclusorio para mujeres, aunque en realidad era una correccional para las menores de edad, que fue donde conoció a la que fue su esposa por un tiempo, pero que habiendo enviudado muy joven no se volvió a casar, y decepcionado y amargado, vivía solo junto a uno de los graneros que había acondicionado como habitación.

Con el tiempo, yo noté que él me miraba mucho cuando estaba de espalda, bueno eso es algo a lo que yo estaba ya acostumbrada con los hombres, pues desde esa edad tenía bien desarrollados los atributos femeninos que ellos tanto admiran, muchos me decían que era por la natación y por mi afición a pasear en bicicleta, tal vez por eso fui la líder de las porristas animadoras del equipo deportivo de mi escuela, en fin… yo acostumbraba platicar con él cuando se encontraba haciendo el trabajo de arreglos florales, y siempre que platicábamos me llamaba cariñosamente: “guerita”, su voz tenía un tono grave y varonil, creo que eso era lo que me agradaba al platicar con él, pero un día, espontáneamente cortó una bellísima flor y me la dio, yo la tomé de inmediato y también espontáneamente y casi sin pensar le correspondí con una sonrisa y me aproximé para darle un beso en la mejilla, el cual falló cuando él giro su cara y nuestras bocas se encontraron en forma por demás accidental… juro que fue accidental, luego los dos nos apenamos y aparentamos que nada había sucedido.
Parecía que habíamos metido la pata, por un momento nos olvidamos de las edades y parecíamos dos adolescentes coqueteando, después de eso me alejé de él y ya no me volví a acercar, tal vez tuve miedo de lo que sentía al acercarme a él, pues a partir de ese suceso empecé a sentir algo que en ese momento no podía definir, me sentía nerviosa en su presencia, si me miraba de frente evitaba cuanto podía esa mirada que me perturbaba por completo y me hacía cometer errores con las cosas más obvias, haciéndome romper en risa cuando al hablar con él me hacía la más mínima broma, y cuando estaba tras de mí, sentía como esa fiera y dominante mirada me acariciaba con fuego desde la nuca hasta los tobillos. Por esas fechas cumplí los 14, y como era de esperarse cada amigo, incluidos los sirvientes me abrazaban y daban un beso en la mejilla, todos lo hicieron, pero esa mañana no vi a Don Bernardo, no le di mayor importancia a eso, y estando en el comedor con mi madre preparándonos para el desayuno me pidió que trajera un condimento que estaba en un sótano que servia como bodega de vinos, yo había estado nadando y aún tenía puesto un mini atuendo de dos piezas para playa, y sólo me cubría con un delgado y escotado suéter azul que se anudaba bajo las costillas, no acostumbraba vestirme completa estando dentro de casa.
De mala gana, me puse unas zapatillas de tacón alto y bajé al fondo de la bodega, entré al cuarto de vinos en donde siempre había una mortecina iluminación de color azul, y como de costumbre, sentí como la puerta accionada por un pistón neumático cerraba suavemente tras de mi, y al igual que cuando se entra a un cine tarde, me tomó unos segundos acostumbrar la vista, entonces abrí el refrigerador donde se encontraba lo que buscaba, y con la iluminación de éste vi con sorpresa que ahí se encontraba Don Bernardo haciendo un trabajo de pintura, sentí que la sangre se fue a mis pies, y me quedé muda, solo lo saludé con una rápida sonrisa y un movimiento de mi mano, pero él dejó lo que estaba haciendo, y limpiando sus manos con una toalla se acercó a mí para felicitarme por mi cumpleaños, tomó el condimento de mis manos y lo colocó en una mesa, mientras la puerta del refrigerador se cerraba lentamente amenazando con quedar iluminados sólo por la tenue luz azul. Sabía bien que me iba a abrazar y a besar como todos lo habían hecho ese día, pero los dos estábamos solos y encerrados en un cuarto casi oscuro, yo me sentía atrapada y quería escapar pronto de esa situación, pero no tenía ningún pretexto, mi mente estaba paralizada y mis pies parecían estar pegados con goma al suelo, sentí su severo rostro de fiera y amenazante mirada a escasos centímetros del mío, y como hipnotizada por su cercanía experimenté una extraña sensación de atracción que me hacia sentir la instintiva necesidad de unir mi cara a la suya, con toda seguridad él sabía lo que yo estaba sintiendo, y como si quisiera probarme, prolongó ese momento el mayor tiempo posible, pero resistí como pude, inmóvil y como estatua, hasta que me estrechó en un abrazo que me acercó a él, con tanta suavidad que sentí la necesidad de aflojar mi cuerpo a medida que ese abrazo se volvía más apretado, pero debido a su baja estatura así como a las zapatillas de tacón alto que traía puestas, no me pudo dar el beso en la mejilla sino en el cuello, noté que abrió un poco su boca y succionó con exquisita y sutil suavidad, era la primera vez que un hombre me besaba ahí, y sentí tantas y tan ricas cosquillas que él lo notó debido a que cerré los ojos y estiré el cuello como mirando hacia arriba mientras sentía el picante contacto de su cara y sus labios, y como disculpándose por su torpeza, repitió el beso, estirándome ahora por la nuca con una de sus manos para que me inclinara un poco y poder así besarme en la mejilla, pero esta vez no pude disimular la cercanía de esas excitantes cosquillas tan cerca de mi oreja mientras Don Bernardo completamente unido a mí por ese apretado abrazo me sujetaba de la nuca diciéndome al oído:
“ES USTED MÁS ALTA QUE YO SEÑORITA, PERO DEFINITIVAMENTE ES USTED LA MUJER MÁS HERMOSA DE TODO EL MUNDO, FELICIDADES”.
La mano que me colocó en la nuca era grande, caliente, y áspera por el trabajo, y me había provocado unas cosquillas muy semejantes a las que me había hecho en el cuello con su boca.
Con una sonrisa nerviosa y casi tratando de safarme le agradecí su cumplido, y no sé porque rayos, pero justo cuando menos debía suceder, el nerviosismo me hizo limpiarme los labios con la lengua mientras le sonreía, un tic nervioso que mi madre siempre me había dicho que jamás lo hiciera frente a un hombre, lo cual sin duda fue lo que provocó que el abrazo continuara en la forma en que tradicionalmente lo hacían los nativos de ese lugar cuando felicitaban a un amigo: levantándome completamente del suelo, yo había recibido ese tipo de abrazos muchas veces de parte de parientes y amigos, pero esta vez corrió por mi cuerpo una sensación increíble, algo que no puedo explicar, pero que me agradaba en extremo, en cuanto sentí que me levantaba, la sangre afluyó a mi rostro como un intenso rubor y no pude evitar las divertidas exclamaciones que parecían sofocados grititos de placer, el femenino escándalo que hice mientras me cargaba no logró hacer ningún efecto en su acción, con su amplia y sincera sonrisa de alegría, él miraba hacia arriba, clavando su mal rasurada barbilla en el centro de mi plexo, justo donde se abría el escote de mi suéter, y podía sentir sobre mi piel descubierta como ésta me picaba y su caliente respiración tocaba mi cuello, pensé que debía protestar, pero había metido la pata al mostrarle mi lengua con esa coqueta sonrisa, así que no tenía derecho de protestar, además, la sensación era tan deliciosa que durante todo el abrazo decidí permanecer con los ojos cerrados, muy quieta, con la espalda arqueada hacia atrás, los brazos colgando sin fuerza, y la cabeza también caída hacia atrás, como mirando al cielo, para evitar que él se diera cuenta del placer que me causaba la rudeza de su abrazo, y sin atreverme a mirarlo, ahogaba en mi garganta cualquier sonido que delatara mi estado emocional, la verdad no se cuanto tiempo pasó así, creo que fue bastante rato, pero traté de no preocuparme por eso, pues convenientemente el sentido común de mi educación me decía que el prolongado y tradicional abrazo que él me estaba dando con tanto cariño por esa ocasión tan especial, debía continuar hasta que él lo terminara, y tal parece que él no tenía intenciones de terminarlo mientras yo permaneciera inmóvil y sin protestar, y la verdad, yo tampoco quería que terminara, me tenía bien atrapada, completamente rendida y sin voluntad a causa de la deliciosa sensación que ese apretado abrazo me provocaba, sentí que no había defensa posible, y que si él quisiera plantarme una docena de besos en el cuello y la boca, me sería realmente imposible negárselo, y ante la imposibilidad de escapar pensé que mi hora había llegado, y que por azares del destino sería este pequeño asno el que se encargaría de mostrarme el paraíso de la carne.
Cuando finalmente me liberó, me sentí como aturdida o mareada, no sé si por la emoción o porque la sangre fluyó de nuevo después de tan apretado abrazo, me cubrí los ojos y la boca con una mano debido a que no podía borrar de mi rostro la sonrisa de placer que me delataba, el apretado y sensual abrazo le había hecho saber que yo era capaz de excitarme a tan corta edad, había probado mi aguante y no logré disimular mis emociones, ahora él sabía que podía excitarme, avergonzada por no haber ocultado a tiempo esa coqueta sonrisa di la vuelta para irme, pero no había avanzado ni dos pasos cuando sentí su robusta mano cerrándose suavemente en uno de mis brazos, y de nuevo esa sensación que irradiaba desde la mano que atrapaba mi brazo se disparó por todo mi cuerpo, haciéndome cerrar los ojos y capturar la mayor cantidad de aire posible en mis pulmones, reteniéndolo mientras quedaba inmóvil, lentamente me hizo girar hasta quedar con mi espalda recargada en una pared, mientras con los ojos cerrados sentía como se colocaba frente a mí y tomaba mi mano, para poner en ella el condimento que había dejado sobre la mesa, abrí los ojos, y al mirar hacia abajo, escapó el aire contenido en mis pulmones con la clásica risita nerviosa de rubia tonta que quiere ser perdonada mientras una lagrima de vergüenza rodaba por una de mis mejillas, y sin soltarme del brazo, tomó mi mentón con sus dedos, miró de frente mi enrojecido rostro, y me dijo:
“ES USTED TODA UNA BELLEZA GUERITA, PRECIOSA Y PERFECTAMENTE BIEN DESARROLLADA, TODA UNA VICTORIA DE LA MADRE NATURALEZA, LA FELICITO UNA VEZ MÁS“.
Le volví a dar las gracias y me fui tan rápido como pude, pero por los nervios me equivoqué de puerta y abrí una que dejó caer un montón de latas, dejé en el piso el frasco del condimento y las tuve que juntar, él me ayudo, y tan pronto acabamos corrí, pero otra vez olvide el frasco con el condimento, y cuando llegué al comedor mi madre me preguntó por el frasco y me quedé como estatua, sin saber que decir, pero escuché una voz a mi espalda que dijo:
“AQUÍ ESTÁ EL FRASCO QUE ME PIDIO QUE BUSCARA SEÑORITA”.
El alivio me volvió y le di las gracias a Don Bernardo, esta vez si tenía ganas de darle un beso pero me contuve por la presencia de mi madre y sólo le obsequie una sonrisa dándole las gracias por su amabilidad, no sólo por librarme de una reprimenda de mi madre, sino por algo mas que sólo él y yo sabíamos. Durante todo el desayuno noté que mi frente estaba perlada de sudor y mi corazón se mantenía acelerado como si hubiera corrido, sin embargo, esa vez devoré todo el desayuno como nunca lo había hecho antes, lo cual sorprendió gratamente a mi madre.
Esa noche tuve dificultades para dormir, la sensación del apretado abrazo y de los besos en el cuello nuca y mejilla que me había plantado Don Bernardo, así como su picante barbilla en la piel de mi plexo, no dejaban de hacerme cosquillas. En sueños sentía que él me tomaba de la nuca con ambas manos para inclinarme y aplicarme un beso en la boca, luego me volvía a dar uno de esos efusivos abrazos, y despertaba con la sensación del beso en mi boca y de que alguien me había apretado con fuerza, me sentía confundida, no podía creer que me gustara para eso alguien tan feo, y me levanté para asomarme a la ventana de mi cuarto al ver las luces de un carro que llegaba. Por ese tiempo mi hermana mayor tenía un novio, y a veces llegaban por la noche en el carro de él, y desde la ventana de mi habitación veía como él simulaba irse, pero realmente escondía su carro en una esquina para luego regresar a hurtadillas y ella lo metía a su cuarto para pasar la noche juntos, mientras que yo no tenía ni siquiera un perro para que me lamiera… las manos claro.
En fin, un viernes al atardecer, cuando todos los sirvientes se fueron a una fiesta del pueblo que ellos celebraban una vez al mes, por casualidad o tal vez por curiosidad, se me ocurrió ir a las habitaciones de Don Bernardo, la reja que protegía su casa tenía por dentro un candado que yo sabía bien que no servía, pues varias veces lo vi abriéndolo sin llaves cuando paseaba con mi bicicleta, entré y vi que ahí había una buena colección de vinos y latas de cerveza, pues este hombre tenía fama de embriagarse los fines de semana, luego entré a su cuarto de dormir y encendí la luz, sólo para recibir un gran susto que casi me hace gritar, en su cama había una persona durmiendo, pero al tratar de huir tumbé cacerolas que hicieron ruido y pensé que ahora tendría que disculparme, pensaba alegar que buscaba a Don Bernardo para algún trabajo de jardinería o que sé yo, estaba realmente nerviosa.
Me acerqué, pero parecía seguir durmiendo, era una chica muy joven y acostada boca abajo, me llamó la atención que tenía la espalda desnuda y una falda muy corta a cuadros rojos, era una de esas faldas escolares como las que yo usaba, aunque no dejaba de sorprenderme que no se despertara con el ruido que hice, y decidí acercarme para asegurarme de que realmente estuviera dormida, así podría irme tranquilamente, sin embargo tenía gran curiosidad por saber quien era y que relación tenía ella con Don Bernardo, no le tenía miedo pues se trataba de una chica muy semejante a mi en aspecto y edad, cuando estuve lo suficientemente cerca le toqué el cabello para descubrir su rostro y pude por fin saber de quien se trataba, al verla de cerca cubrí mi boca con una mano, jamás lo hubiera imaginado, la mujer era una… era una muñeca de silicona, una replica de mujer, tan perfectamente bien hecha que parecía una exuberante y bien formada chica reposando sobre la cama de Don Bernardo, y aquí va lo más sorprendente: la muñeca era una copia exacta de mi persona, pues Don Bernardo era también un hábil artesano que hacía figuras plásticas para las tiendas de ropa, perfectas figuras para lucir la ropa de moda, pero esta vez había creado una elaborada figura con ese hule tan especial que imita la consistencia de la carne para incluir hasta el mínimo detalle de mi cuerpo, recorrí las cortinas de la ventana para observarla con la luz del sol, y admiré durante largo rato su obra, la piel era de un color blanco dorado, exactamente igual a la mía, hasta incluía un pequeño lunar que tengo en uno de los muslos, la forma de los senos, la amplitud de las caderas, y hasta el tipo y color de cabello, también coincidían con el mío, no le encontraba explicación a como estaba enterado él de todos esos detalles, la muñeca calzaba unos finísimos zapatos de tacón alto de mi medida que hacían juego con la falda, eran de esos que van atados a los tobillos con unas coquetas cintillas de amarre, su desnuda y arqueada espalda tenía todo el detalle de la anatomía muscular, se veía tan real que tuve que tocarla aplicándole presión a modo de masaje, para ello me monté sobre la parte baja de su espalda y quedé sorprendida por la consistencia de ese dorso, estaba segura que debía tener también una estructura de huesos por dentro que parecía responder a la presión de ese masaje, haciéndola removerse y arquear su espalda como si buscara acomodo al sentir la presión de mi peso sobre ella, enseguida le flexione brazos y piernas y comprobé que la elasticidad consistencia y peso de cada pieza de su cuerpo estaban hechos con tal exactitud anatómica que engañarían a cualquiera en un ambiente de poca luz, aquello era increíble, era como verme a mi misma desde afuera, yo había visto muchas veces en las tiendas de lujo los moldes de los departamentos de ropa intima para mujer, luciendo esas delgadas y envidiables formas de “aerodinámica” y perfecta anatomía femenina, pero jamás creí que así era como lucía mi cuerpo, ahora empezaba a comprender porqué llamaba tanto la atención de los hombres.
Luego vi que en uno de sus brazos tenía dibujado a modo de tatuaje un corazón con mis iniciales, pero el dardo que lo atravesaba era largo y tenía una forma muy peculiar, no era una flecha, pero tenía a todo lo largo grabadas las palabras: “yo la haré sufrir, yo la haré chillar, yo la haré pedir clemencia”. De la base de ese dardo colgaban dos bolas alargadas con aspecto de espinosos cactus, y en el extremo final parecía estar saliendo una gota que colgaba formando un alargado hilo, posiblemente trataba de representar un dardo o estaca envenenada cuyo grosor simulaba estar expandiendo ese corazón, tal vez una forma estilizada con la que se representa el tormento de amor.
Sin darle mayor importancia a eso revisé algo que pensé que sería imposible, levanté la falda y vi que tenía perfectos orificios anal y vaginal, el vaginal estaba intacto, pero, “el otro”… esta vez no aguante soltar una carcajada, así que Don Ber… no lo podía creer, ese picaron mañoso y degenerado señor soñaba con hacerme esto, pues si que tenía un sueño imposible, ahora comprendía porqué la muñeca tenía ese tatuaje en el brazo, sin dejar de reír la tomé por el cuello que era exquisitamente largo y delgado, contemplé ese rostro que era toda una filigrana de bien copiados detalles y que con sus ojos cerrados daba la genuina impresión de sufrir en silencio, y bromeando le dije: “¿Porqué sufres muñeca?… ¿será porque tienes una herida que nunca te cierra?… ¡Ja Ja Ja! … no me digas que se te hinchó por picadura de asno … ¡Ja Ja Ja!”, hacía tiempo que no me reía tanto, pero en fin, cuando dejé de reírme le revisé la boca, tenía una dentadura perfecta, labios abultados y sensuales, una lengua de silicona tan suave y roja como la original, y una abertura oral que llegaba más allá de la garganta, si introducía un dedo en su boca, al extraerlo, los masturbantes labios de la muñeca se estiraban, haciendo una succión por el vacío interior, y de nuevo no soporté decirle: “eres una p… bien hecha muñeca… ¡Ja Ja Ja!… empiezo a sospechar que eres una calientota… ¡Ja Ja Ja!”.
En general puedo decir que la muñeca era una copia exacta y un estuche de monerías para hombres, ese tipo de trabajo sólo se hace en ciertos países de Europa y Estados Unidos, a Don Bernardo debió llevarle meses hacerla, pero por fin, gracias a su destreza artesanal se había hecho de una chica de súper lujo, para hacerle todo lo que él quisiera, sin que se negara a nada, absolutamente a nada, realmente lo admiraba por su habilidad, haber invertido su tiempo talento y esfuerzo en hacerla fue para mi el mayor halago que jamás recibí de un admirador, y para él sin duda algo muy importante en su vida, con justicia debía dejarlo que siguiera divirtiéndose con mi “hermana gemela”, su inofensivo y secreto juego a nadie afectaba y a nadie debía importarle.
Revisando el resto de su habitación entré a su baño, era bastante rustico pero tenía lo necesario y cuyas paredes de blancos azulejos se veían impecablemente limpias excepto por una que estaba chorreada de manchas amarillentas justo donde había una pequeña ventana hacia afuera bajo la cual estaba un banquito acojinado donde cabía una persona acostada, me subí al banco acojinado y me asome a la ventana, vi que estaba bien oculta por las ramas de un árbol, desde ahí se veía la alberca del patio interior de la casa, donde yo tomaba el sol en traje de baño, quitándome a veces el sostén y practicando ese tonto y provocativo baile con el que se hacen sugestivos movimientos contorsionando el cuerpo, entonces baje la mirada para ver de nuevo la parte baja de la pared de la ventana y me di cuenta de lo que eran esas chorreantes y amarillentas manchas que iban desde el medio cuerpo hasta el piso, de pronto vino a mi mente el nombre de esa acción, me ruborizaba con tan solo pensar en esa palabra, siempre quise saber como se hacía eso que era capaz de plasmar esas furiosas marcas que Don Bernardo dejaba en la pared mientras me espiaba en la alberca cuando modelaba esas provocativas tangas y bikinis que nunca me dejaba usar mi madre en la playa, aunque no se por que Don Bernardo hacía eso, teniendo una muñeca con una boca perfecta para ese trabajo.
Para ser honesta, de nuevo sentí que la atención que él daba a mi persona era un halago que nutría mi vanidad. Luego regresé al dormitorio, y al observar con atención la cabecera de la cama, me di cuenta de que ahí había una imagen con una deidad venerada por los habitantes de esa localidad, y junto a ella una oración de poder que decía:
“A LA GLORIA DE LA LUZ ETERNA QUE ES EL NOMBRE BENDITO DEL TODOPODEROSO, Y POR LOS PODERES DE QUE ESTOY INVESTIDO POR LA GRACIA DIVINA DEL AMOR SENSUAL QUE ES SU FRUTO, TE PIDO QUE LA FUERZA DE ESTA PASION NO TERMINE CON EL ACTO COMPLACIENTE Y CONFORMISTA DE LOS FORNICARIOS, QUE TU LUZ LIBERE LA PASION DE ESTE MOMENTO PARA QUE SU CUERPO SE ENTERE DE LA FUERZA CON LA QUE ES DESEADA Y QUE CADA ACCION O PENSAMIENTO SOBRE SU IMAGEN O RECUERDO TENGA EN ELLA EFECTOS IGUALES PERMANENTES Y ACUMULATIVOS QUE ENCIENDAN EN SU FRIO E INDIFERENTE CORAZON LA LLAMA PERFECTA DEL AMOR SENSUAL … QUE ASI SEA”. Comprendí entonces que él estaba obsesionado conmigo, al grado de recurrir a una superstición como esa, es increíble en lo que pueden creer los nativos de este lugar, los muy tontos no saben que lo único que realmente funciona es “La Pata de Conejo”, pero en fin, si él se había tomado la libertad de copiar mi cuerpo yo me tomaría la de espiarlo cuando llegara, así estaríamos a mano, para hacer eso me subí por afuera a lo alto del granero justo sobre su dormitorio, e hice una pequeña abertura entre la pared y el techo para observar directamente la cama y su muñeca. Por la noche cuando todos volvieron yo estaba esperando impaciente a que llegara Don Bernardo a su cuarto, lo cual hizo sólo con la luz del exterior que era suficiente para ver todos los detalles, se quitó sus botas dejó a un lado su camisa y de un cajón de su ropero sacó unos objetos como anchas pulseras de cuero negro con imitaciones de brillantes y metálicas púas de acero que se puso en ambas muñecas de sus gruesas y toscas manos, estas casi cubrían sus velludos antebrazos. Luego se puso una banda también de cuero negro con las mismas imitaciones de púas que se abrochó al cuello como collar, por último se puso un anchísimo cinturón de cuero como los de algunos luchadores, el cual una vez ajustado y apretado haciendo juego con el resto de su atuendo, lo hacía lucir terriblemente imponente y peligroso, dando el aspecto de ser una mezcla de fiero guerrero con perro de caza. Entonces desabrocho su pantalón para descollar un largo miembro que empezaba a erectarse con la contemplación de su muñeca, cuando la erección se completó quedé sorprendida por el tamaño, esas eran por lo menos nueve pulgadas de asno, entonces entendí por que todos le decían “BernAsno”, luego dejando su pantalón en el suelo el imponente y oscuro cuerpo de ese hombre se colocó suavemente sobre el frágil y blanco cuerpo de su muñeca, acostándose sobre ella y abrazándola con un cariño que se irradiaba en el ambiente, luego la beso calidamente en el cuello y la espalda, y se llevó a cabo la penetración, miró la cabecera de su cama y murmuró en voz baja su oración. Lo que siguió a continuación fue toda una clase de educación sexual para nivel universitario, a pesar de que la noche era fresca casi fría, yo estaba sudando, y sin poder siquiera parpadear, tragaba saliva y se me atoraba, mientras veía como ese hombre se movía sobre su muñeca, a la que tenía apresada por un fuerte abrazo mientras ejecutaba sobre ella vigorosos movimientos que me hacían morderme los labios, al ver como sin ninguna consideración por la fragilidad aparente de la exquisita y femenina figura de su muñeca, Don Bernardo daba rienda suelta a una espantosa lujuria. Desde donde yo los veía la muñeca daba la impresión de ser una chica de verdad con la frente clavada en la cama, sufriendo horrores mientras era sacudida de pies a cabeza por el enardecido asno, ahora me daba cuenta de que la expresión de sufrimiento que Don Bernardo le había dado a la cara de su muñeca estaba bien justificada, y tras dos o tres pausas en las que se detenía por breves momentos, podía escuchar como su agitada respiración emitía sofocados gruñidos al tiempo que sus dientes rechinaban por la excitación mientras se aferraba a su muñeca en un apretado abrazo, como si luchara consigo mismo controlando su propia lujuria, y en un momento dado los movimientos se volvieron más y más agitados, hasta que Don Bernardo lanzó un fuerte gruñido para luego echarse por completo sobre la espalda de su muñeca quedando desfallecido sobre ella con la respiración agitada y el rostro desencajado por el esfuerzo mientras continuaba rugiendo como bestia satisfecha, hasta que poco a poco se calmó por completo. Así permanecieron los dos, largo rato, completamente inmóviles y en silencio, el robusto y casi obeso cuerpo de ese calvo e imponente hombre se apoyaba por completo sobre la perfecta y bien torneada espalda de su muñeca, cuyos dorados cabellos eran movidos por su agitada respiración de asno satisfecho, pero luego de un rato de estar reposando sobre ella, el robusto hombre volvía a la carga, una y otra vez, siempre por la misma vía, no tenía idea de lo bravucón que era con su muñeca ese abusivo y aprovechado asno, menos mal que era la pobre muñeca y no la pobre de mí. Luego de divertirse con su muñeca hasta saciarse, Don Bernardo se levantó de la cama y fue a ducharse, tardó un buen rato, y cuando volvió a aparecer perfectamente limpio y seco, se acostó junto a su muñeca, colocándose la cabeza de ella bajo su abdomen para luego dormir tranquilamente. Me hubiera gustado quedarme para ver lo que hacía Don Bernardo con su muñeca al despertar, pero la noche era fría y yo tenía mucho sueño, así que me fui a dormir, tendría que conformarme con imaginar lo que era obvio. A la mañana siguiente, con los primeros cantos de los gallos, sonreía y me regocijaba entre las cobijas de mi cama pensando como Don Bernardo con el vigor matutino encendido le estaría poniendo el ombligo en la frente a su muñeca, para que le hiciera un servicio oral con esa boquita puñetera a la que sólo le faltaba hablar, sin duda la pobre muñeca tendría que devorar algo semejante a lo que vi en las paredes de su baño… “Mmh… ¿que tal saben muñeca?”. Durante ese día, lo vi muy tranquilo, haciendo sus arreglos florales en uno de los jardines, me pasee por ahí para que él me viera, quería hacerlo sufrir un poco por haberse tomado el atrevimiento de copiar mi imagen, para ese fin llevaba puestos unos sexy short pants de los que usaba para mis recorridos en bicicleta, a los cuales les había hecho algunos recortes y arreglos para que ajustaran apretando mi forma, para darles un aspecto más provocativo, una escotada blusa anudada bajo las costillas, un femenino sombrero de ala ancha y lentes para tomar el sol, todo lo había escogido cuidadosamente para hacerme lucir tal y como a ellos les gusta. Escogí un lugar cercano a donde él estaba trabajando para ejercitarme arqueando mi espalda para resaltar mi forma, y mientras me lucía como pavo real, sabía que él tenía su mirada clavada en mi cuerpo con ese morboso y especial interés en mi, fue divertido que durante todo el tiempo que estuve ahí, él no se movió del mismo lugar desde el que me podía ver, finalmente, pretendiendo estar cansada, me senté en el borde de un estanque cercano en el cual mojé mis manos para masajear y refrescar mis piernas luciendo unos zapatos con cintillas de amarre muy parecidos a los de su muñeca para luego acostarme bocabajo dejando expuesta por completo la forma de mi cuerpo que tan especial interés tenía para él, cuando me cansé de jugar a eso salí de ese jardín para continuar con mis “ejercicios” en otra parte pasando junto a él, pero no sin antes haberle obsequiado una sonrisa con la que le hacía saber que no era tan tonta como para no saber que me había estado devorando con la mirada. Pero continuando con lo que dejé pendiente, a la noche siguiente lo volví a espiar, pero esta vez Don Bernardo dormía tranquilo y en paz, la muñeca seguramente estaba guardada, y así sucedió noche tras noche, en las cuales lo espié hasta que me di cuenta de que esa actividad sólo la llevaba a cabo una vez al mes, cuando regresaba del festejo popular, entonces comprendí que este hombre soportaba un mes de abstinencia para unirse a su adorada muñeca con la misma pasión y ansiedad con la que un sediento bebe agua. Así que durante la noche del siguiente festejo, vi que él había dejado a su muñeca preparada para su regreso, y observé con atención todos los detalles, la escena fue la misma que la vez anterior, pero esta vez, al verlo enfundado en su imponente atuendo de cuero montándose sobre su muñeca para penetrarla, tuve una extraña sensación de cosquillas en el vientre y en la región o conducto por el que Don Bernardo estaba usando a su muñeca, y como llevaba puesta una delgada playera sin sostén, palpé mi pecho y sentí con horror que las puntas de mis senos estaban endurecidas y bien resaltadas por una presión interna, casi sin pensar decidí salir huyendo de ese lugar, al llegar a mi cuarto pude ver que los pezones habían adquirido una forma que me recordaba los chuponcitos que usan los bebes, tal y como los tenía la muñeca de Don Bernardo, y que en ese momento supuse que era una exageración, pretendiendo librarme de eso recé durante horas prometiendo al cielo jamás volver a espiar a nadie, pero la implacable y rebelde sensación en todo mi cuerpo no desaparecía, hasta que bien entrada la noche, y tras haberme duchado con agua tan fría como podía soportarla, finalmente me quedé dormida. A partir de aquella noche algo pasó con mi cuerpo, yo sabía lo que era la excitación, pero la fuerza con que la había sentido esa noche produjo ese cambio que había llegado para quedarse, como consecuencia ya no pude seguir usando esas simpáticas playeras sin sostén, pues bastaba con que algún hombre mayor me tocara afectuosamente para que casi de inmediato esos botones se hicieran notar sobre la ropa, no soy supersticiosa ni creo en vudus, pero poco a poco se fue incrementando en mí el deseo de ocupar el lugar de esa muñeca, la implacable sensación en esa parte de mi cuerpo y el recuerdo de la imagen de ese tatuaje, cuyas frases escuchaba una y otra vez en mi mente y cuyas consecuencias había visto en el cuerpo de la muñeca, era el tormento nocturno con el que tenía que lidiar cada noche antes de dormir, creí estarme volviendo loca, yo sabía que tarde o temprano iba a experimentar el deseo de ser poseída, pero jamás pensé que sería en la forma en que Don Ber se lo hacía a su muñeca de hule, sin embargo, sabía bien que ese era el único camino disponible cuando una chica quiere saciar un deseo que se vuelve insoportable, sin tener que arruinar el inmaculado “regalo de bodas” que solamente debe entregar a su dueño definitivo, y de acuerdo a lo que había leído en una revista femenina, ese acto no solo provocaba en las mujeres niveles de satisfacción que superaban al de la masturbación, sino que también les servía como entrenamiento para el matrimonio. Estaba segura de que Don Bernardo aceptaría fácilmente, lo único que me frenaba era recordar porque le decían “BernAsno”, pero si la muñeca que era anatómicamente igual a mí podía con semejante asno, ¿por que yo no?, después de todo éramos idénticas, sólo necesitaría un poco de práctica. No tuve mas remedio que conseguir uno de esos Juguetes de hule, como los que le llevaba a mi hermana su novio como broma, compré uno en una tienda especializada de la ciudad, de entre una amplia colección escogí el que más se parecía a lo que yo buscaba, y según me dijo la vendedora de esa tienda, lo que había escogido era la réplica exacta creada en molde del jerarca de cierta tribu de cazadores salvajes de África del sur, era casi tan grande como la de Don Ber, y coincidía exactamente con las características de la hinchada forma de su estado de erección, incluido ese color negro azabache que la hacía lucir como las de los burros, era tan parecida en tamaño forma y color que sin duda me serviría como si fuera la pieza real, así que al llegar la noche, en la tranquila soledad de mi cuarto y tras haber tomado un baño, ungí mi cuerpo con una crema suavizante que me proporcionó un intenso relax, pero mientras lo hacía no podía apartar de mi vista ese largo y anchuroso cuello africano, cuyas brincadas venas parecían las hinchadas varices de un potente músculo en tensión, cuya sola visión me hacia sentir palpitaciones y cosquillas en el lugar que pronto ocuparía. Coloqué un poco de lubricante en la punta y otro poco en la puerta que iba a ser abierta, la tomé con una mano, y al empuñarla, sentí el contacto mágico de la firme dureza que había bajo la acojinada capa de gruesa piel que la envolvía y como ésta se movía sobre la dureza interior, con esa ventajosa funcionalidad anatómica que había sido copiada fielmente, una vez instalada los movimientos de entrada y salida no causarían daño alguno por fricción, el único problema era la entrada. Finalmente me decidí, y acostada en la cama como había visto a la muñeca, y empuñando con ambas manos esa endurecida y negra longitud de hule, la clavé cuanto pude, y a pesar de que la lubricación previa facilitaba el avance, el dolor que iba en aumento desalentaba mi laborioso esfuerzo, pero no quería rendirme, y cuando estuvo lo suficientemente adentro, pude empuñar con ambas manos los dos soportes parecidos a mangos de desarmador que tenía en los costados del peludo extremo raíz, donde colgaban dos bolas iguales a las del dardo que tenía la muñeca en su tatuaje, y mientras luchaba conmigo misma, imaginaba que era la presa del salvaje cazador que sirvió para hacer el molde de esa pieza, y tras una larga lucha en la que no aguanté ni la mitad de esa cosa, sentí por primera vez ese extraño calambre mezcla de dolor y placer que me dejó tan quieta como una estatua, luego de un rato levanté la frente de la cama y pude ver en el espejo de la pared que tenía la misma cara de tormento que Don Bernardo le había dado a su muñeca de hule, clavé de nuevo la cara en la cama y no me atreví a continuar con eso, a pesar del placer que ese delicioso calambre me había provocado, el dolor me había paralizado por completo, y desalentada por no haber soportado “lo fácil”, pensé que si no podía con eso menos podría con todo el asno completo, y ni siquiera me atrevía a pensar en los movimientos que había visto aquella noche, así que arrepentida decidí que eso no era para mi, no creí que algo de semejante tamaño pudiera jamás entrar en mi cuerpo por ahí, tal vez por eso Don Bernardo debía usar una muñeca… o una reclusa, en cuyo caso tendría que conformarme con seguir siendo el “Amor Platónico” de Don Ber, al que sólo podía admirar por la ventana de su baño, pero al paso de los días, el deseo seguía insistiendo, cada vez con más fuerza, era como si el juguete africano hubiera avivado la flama que me quemaba por dentro, y por más esfuerzos que hacía, no lograba meter más de la mitad de aquella cosa de hule, cuyo bárbaro tamaño era ligeramente menor que la tosca velluda y negra pieza orgullo de burro monarca que tenía Don Bernardo, sin embargo sabía bien que con un poco más de práctica, ese estrecho camino terminaría por convertirse en el lugar ideal en el que esa lanza de asno emprimaverado se alojaría por completo para hacer su espectacular trabajo de apareamiento, pero sin las imperdonables consecuencias de un acto regular, además yo quería que fuera él quien lo hiciera, quería que fuera ese calvo mal rasurado prieto velludo y obeso hombre de fiera y dominante mirada quien cobrara la virginidad de ese orificio, y no una fina y bien acabada imitación de hule, sin sabor ni olor, hecha para las bromas de las señoritas en las fiestas de solteras. En vano visite innumerables veces la bodega de vinos con la esperanza de encontrarlo ahí, ansiaba estar a solas con él en ese seductor ambiente, confesarle que “accidentalmente” me había enterado de su admiración por mí… y que… y que… y que quería sentir de nuevo uno de esos abusivos abrazos… bueno tal vez algo mas. Durante una fría y lluviosa noche de Octubre que coincidía con el famoso festejo mensual, miraba por la ventana de mi habitación hacia la casa de Don Bernardo, veía las cortinas de su dormitorio cerradas, y no dejaba de imaginarme lo que estaba haciendo con su muñeca. Esa noche tuve un sueño por demás extraño: soñé que se repetía la escena en la que yo bajaba a la bodega de vinos en busca de un condimento y lo encontraba ahí, avanzando hacia mí, con esa mirada que me desnudaba mientras yo retrocedía lentamente hasta tocar con mi espalda la pared del oscuro final de la bodega, donde él me tomaba con ambas manos por la nuca, con la misma suavidad con la que él trataba a sus flores, inclinándome para acercarme a su rostro, e inclinada como estaba, y con mi trasero apoyado en la pared, escuchaba como con su dominante y grave voz me decía muy cerca de mi rostro: “MI ESTIMADA SEÑORITA, desde hace tiempo He seguido sus pasos con la mirada sin que usted se de cuenta, su exquisito Y SENSUAL MODO DE caminar me provoca la mÁs deliciosa de las sensaciones, pues como usted sabe, los hombres a diferencia de ustedes las mujeres, estamos programados por la madre naturaleza para sentir con solo ver, Así que quiero que sepa que desde que la conozco no he tenido un solo momento de paz mental, PUES CON SOLO RECORDAR EL MOVIMIENTO DE ESE MARAVILLOSO CULO DE FANTASIA QUE USTED TIENE, la verga SE ME para a reventar, y por mÁs que trato de olvidarla, ese esfuerzo ES ALGO QUE siempre termina en tremenda puñeta que deja embarradas de semen las paredes de mi baño No quiero que su evasiva naturaleza femenina mal interprete mis sinceras palabras, pues son los pensamientos de un hombre maduro vigoroso y mal hablado, pero desesperado por ganarse su atención, me ha costado mucho trabajo ENCONTRAR EL mejor MOMENTO para ACERCARME a USTED Y DECIRLE ESTAS PALABRAS y no quiero que esta oportunidad se desperdicie por un mal entendido, mis intenciones con usted son de lo mejor Sabedor de la discreción y reserva que usted amerita y de que no quiere arriesgar su virginidad en una aventura, le propongo atravesarle el culo con una verga de nueve pulgadas para la cual difícilmente consigo condones cómodos, AMEN DE QUE LAS VENIDAS DE ASNO con las que yo termino NO ADMITEN FRENO ALGUNO, pero esa es otra historia que en su momento usted PROBARÁ en carne propia, POR MI PARTE, PUEDO ASEGURARLE QUE nada impedirá que nos acoplemos con un buen lubricante Y PODAMOS CONSUMAR EL ACTO VENEREO QUE LE DARA ALIVIO A ese DESEO QUE ATORMENTA SUS ENTRAÑAS Como es obvio y no pretendo engañarla, la penetración forzada de nuestro primer encuentro la hará sufrir, pero no DEBE TEMER, PUES DEBE SABER QUE TENGO EXPERIENCIA Y SÉ COMO domar chiquillaS por el culo hasta hacerlaS gozar, como lo haré con usted, en una cama matrimonial en la cual PODREMOS disfrutar como macho y hembra en una de esas frías y lluviosas noches que se avecinan”. En ese momento desperté sudando como si tuviera fiebre, el corazón me latía como tambor y sentía unas intensas ganas de masturbarme debido a ese cosquilleo que me había atrapado desde la segunda noche que lo vi con su muñeca, por la hora que era sabía bien que en ese momento la muñeca estaba recibiendo su segunda o tercera dosis de amor, me incorporé para arrodillarme en la cama, y al quitarme la ropa que me cubría vi que tenía otra vez las puntas de los pezones brincadas a reventar, y sin atreverme a tocar nada crucé los dedos de ambas manos tras la nuca y apoyada en mis rodillas clavé la cabeza en la cama, gimiendo y casi gruñendo, tratando en vano de apartar de mi mente las imágenes de lo que sabía bien estaba sucediéndole a la muñeca a manos de ese asno sin ley, la excitación era terrible, pero masturbar de nuevo mi cuerpo con el doloroso calambre africano solo aliviaría una fracción del tremendo deseo que estaba sintiendo, ahora si empezaba a arrepentirme en serio de haber espiado a Don Bernardo y pensé que ese era el castigo vudu que me había ganado por ser una niña traviesa que anda viendo lo que no debe, sin embargo, otra parte de mi se resistía a aceptar que lo que estaba incendiando mi cuerpo fuera el tonto hechizo con el que Don Bernardo creía estar enviándome el placer que su muñeca no podía sentir, pero coincidencia o no, deseo natural o amor brujo, el resultado era el mismo y ya me tenía atrapada. Finalmente un baño con agua fría me salvó del “tormento africano”, y un somnífero ligero me dio la paz del sueño, sin embargo, al paso de los días, los sueños con Don Bernardo se volvían a repetir, las escenas eran cada vez más reales, ahora él aparecía en la bodega con su imponente atuendo de cuero, de pronto me daba cuenta de que yo estaba vestida tan solo con la corta falda roja y los zapatos de tacón alto de su muñeca, las puertas de la bodega habían desaparecido y solo había paredes, yo trataba de correr pero con esos zapatos él me daba alcance fácilmente colocándome contra una pared, donde me mostraba el instrumento de hule que yo había usado, y apuntándome con ese objeto me decía que sabía muy bien lo que yo había hecho con eso, y que ahora me daría mi merecido por haber masturbado ese orificio que solo le pertenecía a él, a continuación y cual tormento psicológico, me daba unos golpecitos simbólicos en la cabeza y la cara con ese objeto de hule, como cuando se juega a castigar a una niña traviesa mientras avergonzada trataba de apartar la cara de ese objeto, luego tiraba el objeto al suelo, y mientras cubría mis desnudos senos, él me tomaba de los brazos y la nuca con una acariciante suavidad que me hacía su cautiva voluntaria, y una vez sin resistencia me repetía al oído sus obscenas proposiciones, diciendo cosas cada vez más excitantes y atrevidas, con esa voz que me derretía el cuerpo: “ahora guerita, le voy a dar el tratamiento de una muñeca reina, y usted sabe muy bien de lo que se trata, le espera una muy larga noche en la cárcel del amor donde este asno tendrá a su cargo darle la bienvenida, yo haré lo que se hacer y le aseguro que va a sufrir, mas no por eso dejar de gozar”. Luego me abrazaba levantándome del suelo, y casi de inmediato sentía con horror que realmente me había convertido en una muñeca de hule, por más esfuerzos que hiciera ningún músculo de mi cuerpo me obedecía, y mientras mis piernas y brazos colgaban sin fuerza, con la espalda arqueada y mi cabeza caída hacia atrás como mirando al cielo, Don Bernardo con su picante mentón clavado en medio de mis desnudos y expuestos senos continuaba con el tormento mental: “no intente moverse preciosa porque le será imposible hacerlo, este cuerpecito suyo ha quedado inmóvil porque desde adentro pide a gritos ser mi muñeca, Así que relájese y deje de luchar que este asno dará buena cuenta de usted, la voy a hacer mi muñeca, y aunque al principio el dolor la hará pedir clemencia una vez acoplados gritará y chillará de placer como lo hace una virgen agradecida gozando con su primer macho“. Luego aplicaba lentos y succionantes besos a los lados de mis senos que estaban completamente a su disposición, debido a la elevación a la que me tenía abrazada, haciéndome derramar lagrimas de placer producto de la terrible emoción que esa libidinosa caricia me provocaba sin que pudiera mover ni un solo dedo, hasta que finalmente mi cerebro me obligaba a despertar, al no poder resistir por mas tiempo el delicioso tormento de esa perversa caricia, los sueños con Don Bernardo continuaron noche tras noche, a veces él aparecía tras de mí cuando espiaba desde mi escondite y me llevaba de los cabellos hasta su recamara para darme mi merecido, siempre con un tormento mental como preámbulo que me inmovilizaba como su muñeca de hule, para luego hacerme las cosas mas inimaginables que finalmente me hacían despertar en medio de la noche en las mismas desastrosas condiciones de siempre, hasta que una de esas noches de fin de semana que coincidía con el festejo popular y con la cercanía de mi periodo menstrual, no pude más, y aprovechando que él estaba en el pueblo embriagándose, pensé que no podría notar la diferencia entre la muñeca y yo, y si la descubría: pues no me importaba, él no se negaría a tener su propia muñeca de carne y hueso. Me preparé lo mejor que pude, revisé todo mi cuerpo desnudo en un largo espejo, alguna vez me dijeron que yo era el sueño dorado de cualquier caballero, debido al parecido físico que tengo con los juveniles inicios de cierta cantante de rock que es medio lesbia, y de la cual hasta tenía la colección de tontos sombreritos que la hicieron famosa, si eso era cierto, ahora más que nunca necesitaba de ese recurso. Con una pluma copié en mi brazo el tatuaje de su muñeca, aunque sin tanto detalle, y como riguroso requisito final, acostada bocabajo en mi cama, realicé una última práctica con el juguete africano, y tal vez por la excitación del inminente encuentro o tal vez para convencerme de no hacer esa visita, esta vez logré clavar mas de la mitad de esa interminable longitud de endurecido hule, casi tres puños de mi mano, lo cual no fue suficiente para llegar hasta la velluda raíz, pero pensé que con eso bastaría pues la lubricación que le había aplicado al juguete facilitaría el camino que faltaba para enfundar al todavía más largo juguete de Don Bernardo. Luego me puse el bikini de dos piezas y mi suéter azul, lo mismo que vestía cuando me abrasó en la bodega, y una vez preparada me salí de la casa por el patio interior a través de una cerca de madera que comunicaba a sus habitaciones, entré a su dormitorio, quité el foco de la habitación para que no encendiera la luz, boté a la muñeca debajo de la cama y me puse los zapatos de tacón alto y la falda roja, pero sin ropa interior, dejando mi espalda desnuda, y mientras ataba a mis tobillos las cintillas de amarre de los zapatos pensaba que si todo salía bien, una vez que Don Bernardo terminara de saciarse con “su muñeca”, entraría a ducharse y así yo podría colocar de nuevo a la verdadera muñeca en su lugar para luego escapar sin que él se diera cuenta, en esa forma él haría lo suyo, y yo me libraría por fin de esa nueva necesidad de fuego que había surgido en mi cuerpo y que me urgía apagar antes de cometer mas locuras. Faltaba poco para que él llegara, me acosté tal y como él había dejado a su muñeca, bocabajo y con una pequeña almohada bajo el vientre, para resaltar sus formas sin que se perdiera la comodidad. Lo escuché entrar tarareando sus canciones por la ebriedad, y mi corazón latía como si fuera a reventar, entró al dormitorio, y como estaba previsto, la luz del foco no se encendió, de reojo vi como se colocaba su imponente atuendo de cuero y me mordía los labios mientras oía el ruido que hacían las hebillas y broches al cerrarse sobre su robusto cuerpo, entonces se acercó a la cama, e hice un esfuerzo supremo para no brincar cuando sentí como esas calientes y ásperas manos le daban el acostumbrado masaje a “su muñeca”, luego besó mi nuca, y cuando sus anchas narices olfatearon mi perfume sentí las cosquillas que me hacía su respiración sobre mi piel desnuda, tonta de mí, se me olvido quitarme el perfume, pero supuse que con la ebriedad no lo tomaría en cuenta, luego se sentó en la cama y abriendo con cuidado uno de mis ojos vi que de un cajón sacó un frasco de pastillas azules, de esas que le provocan a los hombres cuatro horas de erección, y se tomó dos, luego se levantó y casi frente a mi rostro ungió su erecto miembro con una aromática crema, era uno de esos lubricantes especiales, de los llamados retardadores, todo eso no lo había visto antes pero en ese momento yo había llegado demasiado lejos y arrepentirme ya no era una opción. Sin ninguna prisa se acomodo para completar el exquisito masaje, hice un gran esfuerzo para no mover un solo músculo al sentir su velludo pecho en contacto con la piel de mi espalda y la dura punta de su potente miembro presionando la entrada de “su muñeca.” El agasajo por si mismo era paradisíaco, pero poco a poco se iba incrementando la presión de la penetración, Don Bernardo había acomodado la tumefacta y rígida punta de su largo miembro para entrar en un orificio que era un poco diferente al de su muñeca, confiaba en que eso no sería problema, sin embargo, luego de varios intentos en los que notoriamente había mas resistencia de la acostumbrada para entrar, Don Bernardo se incorporó y empezó a acariciar de nuevo con sus grandes manos las curvas formas del femenino cuerpo de su muñeca, pensé que no tenía caso seguir fingiendo, estaba segura de que ya me había descubierto, pero tenía la esperanza de que él también fingiera que lo estaba haciendo con su muñeca de hule, aunque al día siguiente no soportaría la vergüenza de verlo de frente, y mientras pensaba en todo eso, sus toscas manos se concentraron en una laboriosa caricia con la que clavaba con fuerza sus dedos pulgares en una acción separadora que yo soportaba con los parpados apretados y la boca abierta, como expresando un grito silencioso. En seguida Don Bernardo hizo un ruido con su boca, como cuando se extrae una pesada flema de la garganta, y sentí como el lubricante natural caía certeramente en el interior del rebelde orificio de su muñeca, ahora Don Bernardo volvía a repetir la acción, y empuñando su largo miembro con su mano hizo hábiles movimientos circulares, remolineando la lubricada entrada hasta que finalmente me sentí abrochada por la dura punta de ese largo miembro, un empujón me hizo sentir como la flema era empujada hacia adentro por la dura punta y un avance de su miembro se produjo, otro empujón de avance y su muñeca enloquecía de placer sin atreverse a hacer un solo movimiento mientras sentía como la deslizante flema de Don BernAsno avanzaba al frente de la henchida punta lubricando el camino que ésta abría a su paso, ahora la muñeca estaba segura de que podía soportar cualquier tormento con la misma tranquilidad que su “hermana de hule”, pero una embestida de toro enardecido por fin hizo que la muñeca soltara una espontánea y dolorosa queja cuyo agudo y casi imperceptible gemido evidenciaba el doloroso placer que le provocaba sentir al asno abriendo las partes más internas de su intimidad, y sin dejar de impulsarse hacia adentro Don BernAsno le dijo: “CREISTE QUE ME IBAS A ENGAÑAR NIÑA BONITA”, y su muñeca sollozando le dijo: “Plis Don Ber me está matando, juro que me está matando”; “¿QUE ESTAS HACIENDO AQUÍ?”, “quiero ser su muñequita”, “¿TIENES IDEA DEL TAMAÑO DE VERGA QUE TE VA A ENTRAR GUERITA?”, su muñeca movió la cabeza aceptando con eso ser culpable de espiarlo, y Don BernAsno volvió a embestir gruñendo como toro enfurecido, adentrándose todavía más, haciendo a su muñeca pedir clemencia. “ASI QUE YA SABES POR QUE ME DICEN BERNASNO CABRONA, PUES PREPARATE, PORQUE AHORA TAMBIEN LO VAS A SENTIR, Y APENAS LLEVAS MEDIA VERGA CHIQUILLA PRECIOSA“ La muñeca intento suavizar a Don BernAsno con su encanto femenino dándole un rápido beso en su severo y enojado rostro para esconder su cara de nuevo en la almohada, sin embargo Don BernAsno no tuvo la mínima clemencia y la penetración continuó, provocando en su muñeca esa extraña mezcla de dolor y placer que le arrancaba expresiones como: “!Put … a madre! … ¡No Jodas Burr! … ¡Pero Que Ric! … ¡Ouug No … ¡Plis Don Ber! … ¡Con Cuidadito! … Oh… Dios…No… ¡!Ahuuuugg!”, con esa última expresión la muñeca sujetó con sus dientes la almohada ahogando en ésta los gritos del doloroso placer que acompañaban a cada impulso de entrada del asno que inevitablemente ganaba terreno. Embestida tras embestida el insistente asno por fin consiguió abrirle la parte más interna estrecha y resistente de su conducto, avanzando tan solo unos cuantos centímetros más, y de un solo golpe Don BernAsno quedó clavado hasta la raíz, acción con la cual arrancó a su muñeca un desgarrador grito que ahogaba en la almohada que sujetaba con sus dientes, anunciando con esto el triunfo del asno, que por fin había doblegado la juvenil resistencia de su virginal carne. La muñeca sentía que Don BernAsno se había alojado tan adentro de ella como le era posible entrar, tal y como él acostumbraba hacerlo con su muñeca de hule. Tras la aparatosa y monumental cornada que le había aplicado el asno, se echó sobre ella haciendo contacto completo con el aplastante peso de su cuerpo, a pesar de las obvias dificultades de esta irregular unión, el potente y tumefacto miembro de Don BernAsno había quedado insertado en el interior de su muñeca en forma extraordinaria, la muñeca sentía que el asno había quedado montado sobre ella, con su nervuda y gruesa raíz de pelambre perfectamente anillada por la elástica y virginal entrada ahora bárbaramente dilatada por la expansiva y brutal erección del tronco raíz de esa enorme verga, cuyas peludas y bien desarrolladas gónadas colgaban pesadamente hasta casi tocar la cama, pero a pesar de haber entrado por completo, Don BernAsno continuaba con la frenética inercia de una feroz lucha por adentrarse todavía más de lo que ya estaba, para ello el asno era ayudado ventajosamente por la abultada almohada que ella tenía bajo su regazo, y de la cual ahora se daba cuenta de que no solo servía para resaltar su provocativa forma, sino para proporcionarle al asno una firme montura que asegurara en todo momento la penetración completa de su erecto miembro mientras cargaba al pesado asno sobre el arco de su espalda. La muñeca apretaba con fuerza sus parpados expresando el dolor que le provocaba el enfurecido asno que gruñendo con furia y con su severo rostro deformado rojo y contraído por el esfuerzo presionaba una y otra vez las redondeces posteriores del frágil cuerpo que tenía en su poder, hasta que se convenció de que ya no podía penetrar más. La muñeca sabía que adentrarse por completo era una necesidad instintiva del macho para asegurar el máximo alcance de sus descargas y poder preñar con éxito a su hembra, como instintivos eran también los vigorosos movimientos de entrada y salida, los cuales sabía bien iban a comenzar en cualquier momento, y en el caso de nuestro buen BernAsno, serían los de un asno encabronado que no pararía hasta saciar sus bestiales ansias de descargar la lujuria contenida durante un mes de abstinencia. La muñeca había dejado de luchar, tenía miedo de lastimarse más si lo hacía, razón por la cual se mantenía muy quieta y silenciosa, con sus piernas bien separadas, tratando de acomodar a Don BernAsno de la mejor manera posible para que reposara sobre ella, con la esperanza de retardar los inevitables movimientos el mayor tiempo posible. Con la frente clavada en la cama y sin otra opción que dejar descansar a Don BernAsno sobre el arco de su espalda, la muñeca le ofrecía al asno un ondulante y firme soporte que se acoplaba perfectamente a la forma de su cuerpo, sin la menor falla de comodidad para el excitado asno, que la mantenía atrapada por su aplastante peso y con el orificio tan abierto como lo exigía la descomunal erección de esa potente y bien dotada verga parada a reventar, la muñeca había entregado su delicado tierno y virginal orificio al vigoroso y dominante macho que se lo había ganado como recompensa a una larga espera y a una inquebrantable voluntad de hierro, pues éste era un codiciado trofeo de caza que esa noche estaba siendo reclamado por un asno enardecido que había jurado una y mil veces ponérselo en la nervuda y gruesa raíz de su enorme verga. La persistente espera y la tenaz insistencia en la obtención de sus objetivos, por fin habían cobrado su cuota, ahora todas las condiciones para la consumación de un exitoso apareamiento estaban dadas, y éste se cumpliría de acuerdo al bestial antojo de Don BernAsno. Con los parpados apretados y respirando con dificultad, la muñeca no se atrevía a mover ni los dedos de los pies, pues la más mínima contracción muscular de sus extremidades hacía que el nervudo y grueso tronco pulsara expandiéndose instintivamente, provocando en el asno el reflejo instintivo por adentrarse todavía más de lo que ya estaba, y ahora, cornada por un asno en celo, la muñeca permanecía inmóvil y con un rictus de dolor en su cara, pues sabía bien todo lo que faltaba para que se desarrollara esta acción que apenas acababa de empezar, y que no pararía hasta que el macho terminara de saciarse y su furia fuera calmada por completo, querer pasarse de lista con un asno no era la empresa fácil que imaginó, y ahora estaba empezando a pagar las consecuencias de su osadía. Enseguida Don BernAsno la tomó con sus manos de gorila a la altura del cuello y la nuca, sujetándole la cabeza para acercarla y contemplar divertido como el hermoso rostro de su muñeca con los ojos cerrados expresaba cada movimiento, cada acomodo, y hasta los cambios de presión que hacía con su caliente y agitada respiración de asno en celo, y en cuanto Don BernAsno empezó a hacerle los primeros cariños en la nuca y la espalda, la muñeca hacía respiraciones cortas y rápidas haciendo el gesto de soplarle a algo muy caliente mientras sentía como el asno restregaba su picante rostro camino hacía su largo cuello al que pronto alcanzó con esa exquisita caricia con la que sujetaba cada parte con sus labios para luego darle un largo y apasionado beso, y acercándose a su oreja le dijo: “QUE LE PARECE EL TAMAÑO DE VERGA, GUERITA ? … ADIVINE CUANTAS PULGADAS TIENE DE LARGO ESTA MORENA MEADORA, GANADORA DE VARIOS CONCURSOS CANTINEROS Y FINALISTA DE UNO ESTATAL”. Sin poder hablar debido a la complicada posición en la que la sujetaba Don BernAsno, la muñeca elevó un poco sus temblorosas manos que estaban a la altura de su cabeza, extendiendo los cinco dedos de su mano izquierda y cuatro de su mano derecha, pero Don BernAsno con una amplia sonrisa tomó su mano derecha y extendió su quinto dedo, indicándole así el numero correcto, haciendo que su muñeca cerrara con fuerza sus parpados emitiendo un ahogado sonido en su garganta al enterarse de las medidas del asno que había dejado entrar en su cuerpo. Ahora estaba segura de que las palabras escritas en el tatuaje de su muñeca realmente podían ser escritas a todo lo largo de ese inflamado y nervudo dardo de amor que metafóricamente le tenía atravesado el corazón, y que muy pronto haría realidad cada una de esas frases. Pero no todo era dolor para su nueva muñeca, pues ésta si estaba capacitada para gozar, y puedo asegurarte que no la estaba pasando del todo mal, pues después de todo, eso era lo que ella quería, tener esa verga de asno tan adentro de ella como solo la brutal fuerza de un hombre como Don BernAsno podía clavarle, haciéndola sentir el calambre del placer que ella había experimentado con su juguete africano, pero que con Don BernAsno era diez veces mas poderoso, y ahora podía sentirlo recorriendo sus entrañas a todo lo largo de ese palpitante miembro de asno mientras las peludas calientes y colgantes gónadas hacían un apretado contacto contra la lampiña y virginal vulva de su sexo. La muñeca sentía que había quedado completamente atada al asno y que en ese momento los dos eran uno solo, y aunque la rudeza de los acomodos de Don BernAsno la hacían cerrar con fuerza los parpados y quejarse al sentir que se aproximaba el momento en que darían inicio los movimientos del macho, soportaba todo con la frente clavada en la cama, pues desde el principio sabía bien la forma en que su virginal orificio iba a ser usado, y ansiaba el momento de que esto ocurriera. Pero en cuanto Don BernAsno empezó a moverse, su muñeca no pudo evitar las repetidas y suplicantes exclamaciones de clemencia que hacían sonreír a Don BernAsno que divertido con los lloriqueos de su muñeca la sujetaba con fuerza, haciéndola sentir el férreo agarre de esas manos de gorila que la hacían quejarse como frágil presa en las garras de un depredador, la muñeca sabía bien que Don BernAsno estaba haciendo lo que sabía hacer, lo que todo macho sabe hacer, y la brutal sentencia dictada en el tatuaje de su muñeca se estaba cumpliendo al pie de la letra. Don BernAsno por fin la tenía como quería tenerla, la altiva y orgullosa princesa rompecorazones ahora yacía en su cama, bocabajo y con el culo atravesado por una enorme verga, pidiendo clemencia cada vez que le eran aplicados los movimientos de entrada y salida. “¡Auuch! … !Despacio Don Ber! … ¡Despacito Por Plis! … ¡Oh! ¡Oh! ¡Au! ¡Au!” Pero los femeninos escándalos que su muñeca hacía cada vez que el ansioso asno se ponía en movimiento no solo eran de dolor, sino de placer también, y el “calambre sagrado” que arreciaba con los movimientos del asno la hacía disfrutar intensamente al sentir que cada jaloneo activaba recónditas terminales nerviosas que ramificaban al interior de su cuerpo la copia exacta del rabioso deseo que ese asno sentía por ella inmovilizándola como una verdadera muñeca, el sueño de ambos estaba hecho realidad, y tras hacerla pronunciar todo un abecedario de dolientes quejas, Don BernAsno como la parte activa que era de este acto dejó pendientes los movimientos de apareamiento y sin ninguna prisa se dedicó a explorar, descubrir, y disfrutar de todos los encantos que podía ofrecerle su nueva muñeca, aplicándole todo el arsenal de mañas y trucos que se pueden hacer con una mujer. Enseguida le volvió a sujetar la cabeza para acercarse a una de sus orejas, la cual atrapó con los dientes sin apretarla, para luego introducir en su oído la punta de su impúdica lengua de asno, aplicándole una prolongada sensual y enloquecedora caricia de la que no se podía defender. La muñeca sentía como si esa lengua de asno acariciara su cerebro, ambos estaban en el paraíso, y mientras Don BernAsno besaba y mordisqueaba las orejas de su muñeca, le murmuró al oído lo siguiente: “NO SABE GUERITA CUANTO ME GUSTA SU CULO Y CUANTO HE ANHELADO COMUNICARLE EL FUEGO DEL DESEO QUE SIENTO POR USTED Y HACERLA MIA, PERO YO SOY POBRE FEO Y VIEJO, PELON GORDO Y NEGRO, EN CAMBIO USTED ES JOVEN CON UNA CARA ANGELICAL DE HERMOSOS OJOS VERDES Y UN CABELLO QUE PARECE UNA CASCADA DE ORO, CON UN CUERPO INCREIBLE QUE SE MUEVE COMO MODELO DE PASARELA EXTRANJERA, CON UNA FEMENINA FINA Y BIEN TIMBRADA VOZ, EDUCADA EN UNO DE LOS MEJORES COLEGIOS, CAPAZ DE HABLAR EN VARIOS IDIOMAS, Y PARA COLMO DE LAS DIFERENCIAS USTED TIENE CULO DE SEÑORITA Y YO VERGA DE BURRO, BONITA PAREJA LA QUE ESTAMOS HACIENDO, AHORA SIENTO QUE HA VALIDO LA PENA VIVIR TANTO TIEMPO, PERO SI ESTO ES TAN SOLO UN SUEÑO PREFIERO VENIRME HASTA MORIR ANTES QUE DESPERTAR”. Mientras Don BernAsno le murmuraba estas palabras al oído a su muñeca, ésta se mordía los labios con los ojos cerrados, sintiendo el increíble agasajo que le daban a sus excitados senos las ásperas y calientes manos de trabajo de ese hombre, y girando su cabeza, buscó la boca de quien había acariciado sus oídos con esos halagos para recompensarlo con un prolongado y cálido beso, acariciando con su lengua los labios de Don BernAsno, quien correspondiendo a ese cariño la sujetó de la parte baja y carnosa del mentón con la parte interna de los cuatro dedos de su mano, cerrándolos con el símbolo internacional de “la cogida” mientras continuaba diciéndole al oído: “ES USTED UNA CHIQUILLA MUY CALIENTE SEÑORITA, Y ESTANDO TAN HERMOSA Y BUENOTONA NO PUEDE ANDAR POR AHÍ SIN DUEÑO”. Por primera vez, la muñeca sonrió con su acostumbrada coquetería, al oír esas vulgares y calientes frases mientras era sujetada por los cuatro dedos de Don BernAsno engarruñados en su mentón, haciéndole ese no menos vulgar símbolo que la hacía reír con la misma risa nerviosa de una niña atrapada en plena travesura, entonces, Don BernAsno la sujetó por los hombros atrayéndola hacía él, oprimiendo su velludo pecho contra la perfecta y bien torneada espalda de su muñeca, y lentamente empezó a restregarse contra la lampiña y fina entrada de su muñeca, adentrándose cada vez más con la extensa raíz de pelambre que circundaba la nervuda y gruesa raíz de su enorme verga, y mientras tallaba con su peluda parte la cada vez más abierta entrada de su muñeca, le murmuraba al oído con su excitada y ronca voz: “QUE LE PARECE ESTO GUERITA ?, VERDAD QUE LE GUSTA ? … PARA ESO SIRVE EL PELO DE LA VERGA, PARA DAR MASAJE, Y ESTE MASAJE SE LLAMA ABRECULOS” Aunque lo que realmente buscaba el asno con ese insistente masaje era montar en su nervudo y grueso tronco raíz los sensibles y virginales nervios de la entrada, los cuales al dilatarse, unían y sumaban esa infame y desvirgante sensación con el profundo y celestial calambre que la tenía postrada, y mientras le era aplicado ese lento pero implacable masaje, la muñeca podía sentir como la ligadura de su elástica y lampiña carne era limada internamente por el veludo y tosco pelambre de esa enorme verga, y mientras Don BernAsno con los dientes apretados y el rostro deformado por la excitación continuaba restregándose a placer, su muñeca con la cara en la almohada se sujetaba con fuerza a las cobijas de la cama y empezaba a encabritarse hundiendo su vientre al arquear su espalda con la frente clavada en la cama, haciendo lucir su cintura más delgada de lo que ya era mientras emitía los gemidos característicos de la hembra excitada, esa era la señal que Don BernAsno estaba esperando, los femeninos chillidos de placer de su muñeca eran la música que esas orejas de asno querían oír, y aprovechando el espacio que su muñeca había liberado bajo su vientre, paso sus fuertes brazos para sujetarla diciéndole: “PUEDO SENTIR CON CLARIDAD QUE TIENE MUY ADENTRO UN DIABLITO QUE ES EL QUE PRODUCE ESE FUEGO QUE CIRCULA POR SUS VENAS GUERITA, PERO SEPA DE UNA VEZ MI REINA QUE ESE DIABLITO AUN ESTÁ DORMIDO, EN REALIDAD ES UN BEBE RECIEN NACIDO AL QUE ESTA MISMA NOCHE UN ASNO A SU SERVICIO TENDRA EL GUSTO DE DESPERTARSELO Y DARLE EL BAUTIZO DE LEY”. Y mientras Don BernAsno continuaba acomodándose y apretando con fuerza la delgada cintura de su excitada y jadeante muñeca, ésta trataba sin éxito de disfrazar sus gemidos de placer con quejas de dolor, y en cuanto el apretado abrazo se completó como cerrojo de acero, continuó diciéndole al oído: “NO TIENE IDEA GUERITA DE CUANTAS PUÑETAS ME HICE VIENDOLA EN BIKINI Y CUANTAS VECES QUISE APRETARLE ESTA CINTURITA Y HACERLE UN ABRECULOS”. “PERO USTED ERA LA PRINCESA INALCANZABLE DEL PALACIO Y UNA CANIJA PRESUMIDA QUE ALTIVA Y ORGULLOSA JUGABA CON LOS SENTIMIENTOS DE LOS DEMAS Y HASTA DE QUIENES LE SERVIAMOS CON AHINCO A CAMBIO DE UNA SONRISA, PERO LLEGÓ EL MOMENTO DE PASARLE LA FACTURA DE TODAS SUS FECHORIAS Y CUYOS COSTOS ADICIONALES INCLUYEN HABERSE LUCIDO COMO PAVO REAL EN EL ESTANQUE DEL JARDIN ENFRENTE DE UN POBRE ASNO QUE LA ADORA COMO REINA Y COMO DIOSA, ASI COMO TRATAR DE ENGAÑARLO HACIENDOSE PASAR POR SU MUÑECA DE HULE, AHORA SERA MI REINA POR TODA UNA NOCHE Y ESTE AGUJERITO SUYO QUE AHORA SABE LO QUE SIENTE UNA VERGA BIEN PARADA APENAS EMPIEZA A APRENDER COMO AMAN LOS ASNOS CUANDO ESTAN ENAMORADOS DE LA YEGUA MÁS BONITA Y FINA DEL CORRAL”. El asno sentía como se ondulaban las formas del cuerpo de su muñeca retorciéndose de placer bajo su aplastante peso mientras la hacía escuchar su excitada y ronca voz con los labios bien pegados a la oreja de su muñeca, al tiempo que ésta experimentaba la delicia de ese abrazo y sentía como el orificio que Don BernAsno tenía en su poder, ahora bárbaramente dilatado por ese malicioso masaje, había adquirido una sensibilidad extrema, que captaba cada movimiento, cada acomodo, incluidos los tremendos latidos de ese corazón que la deseaba con la fuerza de un asno en celo. El macizo apretado y virginal conducto de su muñeca ahora era capaz de sentir lo mismo que sentía su pulsante y endurecida verga, desde la raíz hasta la henchida punta, el libidinoso proceder de Don BernAsno y su hábil verborrea, habían dado en el blanco derrumbando hasta el último vestigio de resistencia que le quedaba, entonces la abrazó con más fuerza, haciéndola sentir como las imitaciones de púas de aquellos brazaletes de cuero que traía en sus antebrazos se clavaban bajo sus costillas al apretarse contra su dorso, mientras gruñendo como perro de caza atrapando a su victima, simulaba morder su cuello y su nuca, el canino proceder de Don BernAsno le provocaba a su muñeca un verdadero diluvio de goces, al sentir las docenas de besos y cariños que caían sobre su nuca y su espalda, haciéndola gozar como nunca imaginó que pudiera hacerlo, aunado a eso cada movimiento, cada acomodo, con los que el excitado asno forcejeaba contra su delicada y femenina figura, era llevado a su interior por ese glorioso calambre que la espoleaba hasta la locura, luego pudo sentir como el asno la apretaba con furia mientras lo oía gruñir y rechinar sus dientes con el rostro pegado a su nuca para controlarse, tal y como lo había visto hacerlo con su muñeca de hule, finalmente se dio un respiro, y Don BernAsno levantó la vista para recitar la oración que tenía en la cabecera de su cama, cada palabra quedó grabada con fuego en la memoria de su muñeca, la dominante y grave voz de Don BernAsno parecía transmitirse como vibración a todo lo largo de su erecta y vigorosa verga, excitando aún mas a su muñeca, cuyo orificio tenía ahora la misma sensibilidad de una herida abierta. Al concluir la oración Don BernAsno aprovechando la ventajosa y dominante posición en la que tenía a su muñeca, retiró un poco de su largo mástil para luego volver a clavarlo con fuerza, de un solo golpe y hasta la raíz, tal y como lo hizo cuando la penetró. Tras la violenta acción, la muñeca soltó por completo todo su hermoso cuerpo, y quedó inmóvil, con la frente clavada en la cama y los parpados apretados, mientras la respiración retenida en sus pulmones escapaba trabajosamente en forma de agudos y apagados gemidos, mordiéndose con fuerza los labios para ahogar en su garganta los aullidos de dolor que no emergieron debido al terrible e instantáneo estado de excitación que le había provocado recrear el bestial ensarte de un asno en celo, con una estocada que le había atravesado el alma, dejándola completamente rendida y sin voluntad, experimentando una lujuria que superaba al dolor tras haber sentido de nuevo la posesiva y dominante brutalidad de un asno disponiendo de su hembra, la muñeca jamás creyó que su cuerpo pudiera experimentar tal nivel de excitación, sin embargo la magistral cornada de profundidad era tan solo el primer relámpago de la tormenta que se avecinaba, y haciendo caso de este primer anuncio: la muñeca atrapó con sus dientes la almohada que tenía a su alcance, y sin mas preámbulos y sabedor de que su muñeca se encontraba en optimas condiciones para resistir, Don BernAsno accionó con vigorosos movimientos de entrada y salida que amenazaban con desarmar la cama, los cuales en un momento dado se volvieron mas agitados. Con los brazos y las piernas extendidas, la indefensa muñeca era sacudida de pies a cabeza con cada uno de los impactos de entrada de una serie de enérgicas y vigorosas estocadas con las que parecía estar crujiendo todo el mobiliario de ese cuarto, y mientras se quejaba con el mismo ritmo con el que se movía Don BernAsno, la muñeca veía pasar por su mente toda su vida, sintiendo que cada momento era su último momento, la suerte de su delicado y tierno orificio había quedado en poder de un asno salvaje que cobraría muy caro los coqueteos con los que lo había provocado. Por su parte Don BernAsno enloquecido de placer continuaba imparable, haciendo sobre ella vigorosos movimientos dorsales con los que se clavaba fuertemente contra ese firme y bien asegurado nalgatorio, produciendo un rítmico golpeteo, hasta que de pronto se detuvo proyectándose hacia adentro, esforzándose cuanto podía por adentrarse todavía mas de lo que ya estaba, impulsándose con los dedos de sus pies, apoyado en el otro sentido por la abultada almohada que su muñeca tenía bajo su regazo. La muñeca estiró sus separadas piernas para recibir cuanto podía del vigoroso asno que seguía aferrado a su delgada cintura, y mientras Don BernAsno la apretaba con fuerza, su muñeca se retorció lanzando un femenino pero fuerte grito de placer en el que exhalaba completamente el aire de sus pulmones, como si soltara una tensión largamente contenida, al sentir una tremenda oleada de calor en la parte interna de su ombligo, que se estrellaba a presión con furiosas repeticiones, y que con la misma temperatura de un asno asoleado, invadía rápidamente su interior expandiéndose a brincos con el mismo ritmo acompasado con el que pulsaban explosivamente las venas de la enorme verga que tenía clavada hasta la raíz, al tiempo que Don BernAsno lanzaba fuertes gruñidos que semejaban los mugidos de un asno en celo saciando su bestial lujuria, haciéndola disfrutar con esa sensación hasta el momento desconocida para ella, la cual le provocaba atormentados gritos de placer y frases incoherentes y sin sentido que ahogaba en la almohada que sujetaba con sus dientes mientras sentía correr en lo mas profundo de sus entrañas el calor de los potentes, furiosos, e interminables chorros de semen de Don BernAsno, el mes de abstinencia empezaba a ser desencadenado, ahora la muñeca sabía que esa increíble sensación de fuego que le estaba comunicado Don BernAsno, era la misma que lo atormentaba cuando la veía caminar con esas cortas faldas escolares o tomar el sol en la alberca con esos provocativos bikinis. Al terminar el brutal acto, el asno y la muñeca virgen respiraban ruidosamente, oxigenando con urgencia sus excitados cuerpos, él con rebuznantes mugidos de macho satisfecho, y ella con sollozantes gemidos de hembra agradecida. Los movimientos terminaron, pero el asno que aún tenía clavado en sus entrañas, continuaba eyaculando el caliente y bronco contenido lácteo proveniente de sus peludas y colgantes gónadas de semental enardecido, haciéndola gozar mientras sentía esa embarazosa cantidad de semen abriéndose paso intestinos arriba alcanzando hasta el último rincón de su interior. Al finalizar la bestial eyaculación, la muñeca sintió que había quedado completamente espermatorreada, bestialmente inseminada por las descargas repetidas del vigoroso y dominante macho que había saciado en ella toda la ansiedad y la lujuria que había acumulado, admirándola y esperándola pacientemente durante meses, hasta que por fin cayó en su trampa, sin embargo, la sensación de explosivo placer no parecía tener fin para ella, la muñeca estaba experimentando esa extraña condición que solo las mujeres alcanzan, en la que prolongan el estallido de la excitación final por espacio de varios minutos mientras su cuerpo se retuerce y pronuncian frases sin sentido, producto del delirio mortem que les provoca la satisfacción de un prolongado ataque a su intimidad, respirando con dificultad y sin poder mover un solo músculo, semi desmayada y adolorida, la muñeca continuaba gozando sin poder resistirse, ese calvo obeso prieto y mal rasurado hombre de fiera y dominante mirada, la había usado como a su muñeca de hule y había inundado sus entrañas con la gloria del paraíso, y a pesar de que tal descarga no había ocurrido en su conducto reproductor, la muñeca chillaba y gozaba bajo el pesado asno con el mismo escándalo de una virgen recién desflorada. Al finalizar la terrible y prolongada emoción la muñeca pudo hacer un recuento de la desastrosa situación en la que se encontraba, era la primera vez que se le venían en el culo y sentía que en su interior había esperma de asno para asegurar una camada de triates, el abundante y calido obsequio que continuaba buscando acomodo en sus entrañas, era el rabioso deseo que ese asno sentía por ella, convertido en el semen que llegaba desde esas peludas y colgantes gónadas hasta el interior de su delicado y tierno orificio, ahora bárbaramente excitado por esa formidable verga de asno. La muñeca tenía la sensación de que el asno había quedado completamente adentro de ella, y empezaba a comprender que el diablito del que le habló Don BernAsno por fin había despertado, y en su fértil imaginación lo visualizaba fuertemente abrazado a la raíz de ese endurecido y firme tronco de pulsantes venas que le había dado vida, y desde luego que esa infame criaturita tenía nombre, se llamaba “Orgasmo” y era el responsable de haber encendido el fuego que atormentaba sus entrañas y la había obligado a entregarse a un asno. Y ahora, con los parpados apretados y arrastrando su frente en la cama, la inocente muñeca experimentaba el mismo nivel de satisfacción y complacencia de una hembra en celo que ha sido preñada con éxito por su entusiasta y laboriosa contraparte, abierta y con una venida de asno en su abdomen, la muñeca sentía en ella todo el volcán de emociones que le había inyectado el vigoroso asno y que eran las mismas que le provocaban a éste esa desquiciante y bestial obsesión por ella, el brutal tratamiento que el bárbaro asno le había aplicado a su cuerpo había activado permanentemente en su cerebro la función neural de orgasmo para el conducto inseminado, tal era el bautismo de ley mencionado por Don BernAsno con el que sabía bien que su otrora inocente y virginal orificio había quedado habilitado, activo, funcional, y al servicio de los machos. La muñeca aún se mordía los labios por la tremenda satisfacción que sentía tras haber recibido la descarga completa de un asno en celo. Agitado y exhausto por el esfuerzo y la emoción, Don BernAsno cargó todo el aplastante peso de su cuerpo en la espalda de su muñeca, y mientras se echaba a descansar sobre ella sin perder su tremenda erección, la excitada muñeca empezó a acariciar con su lengua el sudoroso y negro rostro de Don BernAsno, tal y como lo hiciera una mascota con su amo, sentir en su lengua el cepillado de esa dura y mal rasurada barba, le provocaba a ella las más placenteras emociones de su naturaleza femenina desatadas por ese hombre al que rendía con esa caricia un agradecimiento casi animal, extasiada por la satisfacción, con sus ojos cerrados, y una expresión facial que delataba el placer que le provocaba el pesado asno acomodándose en su espalda, la muñeca continuaba frotando con sus labios y su lengua el curtido y severo rostro de Don BernAsno. La muñeca había sido domada por el culo, y ahora tenía la imperiosa necesidad de rendirle abundantes y cariñosas muestras de tributo y servicio a su domador, hasta que satisfecha y avergonzada, finalmente escondió su cara en la almohada. El acto venéreo había sido consumado por completo, sin embargo, la muñeca sabía bien que esto de ninguna manera era el final, su delicado, tierno, sensible, y recién desflorado orificio, tendría que continuar al servicio de Don BernAsno, que pronto le daría por lo menos otro par de embestidas iguales, pues como ya lo había comprobado ella con la anterior muñeca, Don BernAsno era capaz de repetir la acción en más de una ocasión, así que esperó mientras disfrutaba, sintiendo como las anchas narices del asno al que había entregado la virginidad de su delicado y tierno orificio, resoplaban el agitado y caliente aire de su respiración a un lado de su rostro, sabiendo que pronto empezaría otra salvaje embestida. En ese momento la muñeca estaba doblemente atrapada, pues a la desventaja física se sumaba el terrible estado de excitación que le había provocado la suma de todas las mañosas acciones de ese marrullero asno, que la había hecho sentir la misma lujuria que el padecía, para después proporcionarle el alivio de la misma, transmitiéndoselo tal y como él lo sentía, obligándola a repasar y disfrutar de cada uno de los detalles de la situación en la que se encontraba. Su macizo apretado y virginal conducto, alojaba una enorme verga que la había hecho sentir de principio a fin la acción preñadora del macho, la caliente y bestial descarga de semen con la que había sido orgasmada, no dejaba de hacerle cosquillas en su interior, mientras con sus cuatro extremidades extendidas e inmóviles, la muñeca tenía la sensación permanente de haber sido lechada por un asno en celo que la mantenía atrapada por su tremendo peso y por un fuerte abrazo a su cintura, haciéndola experimentar en todo momento la inigualable sensación de tener montado sobre ella al macho proveedor de tales emociones mientras éste recuperaba el aliento, sin que se perdiera un solo ápice del brutal estado de erección de las diez pulgadas de verga que tenía clavadas hasta la raíz. Por un momento y ante tan abrumadora recompensa, la muñeca se había olvidado del dolor que le provocaba tener al asno anclado hasta su ombligo, sin embargo, poco a poco empezaba a comprender que ese clavo de tormento que tenía en el culo uniéndola al asno, era la medicina exacta que su orgullo de reina necesitaba para sentir respeto por el deseo con el que era venerada por sus admiradores, ahora, con gran resignación, la muñeca comprendía que la penitencia que el cielo le había enviado era poner todo encanto femenino del que dispusiera al servicio de Don BernAsno, para cumplir hasta el menor de sus antojos. Y como lo anticipó ella, en breves minutos, Don BernAsno volvió a la carga, tal y como lo había visto desde su escondite en el techo, con la única diferencia de que ahora ella era la pobre muñeca. Gimiendo con fuerza y restregando su rostro contra la cama, la muñeca sentía como el abusivo asno se regodeaba con sus encantos, clavándose fuertemente con cada impulso de entrada, chaqueteando con ansias el apretado y firme anillado de su garrote, proporcionado por ese macizo ajustado y virginal orificio al que daba tremendas jaladotas, sin la menor consideración cuidado o delicadeza por el hecho de que éste no había sido usado por macho alguno, sin embargo, la necesidad que su muñeca tenía de ser copulada en esa forma era tal, que disfrutaba hasta lo indecible mientras sentía los rudos, salvajes, y dolorosos movimientos de ese asno sin riendas que no entendía razones, y cuya única función era gozar y gozar, y después de eso, otra vez volver a gozar. Completamente inmovilizada por su atacante y quejándose con el mismo ritmo con el que éste se movía, la indefensa muñeca esperaba sentir en cualquier momento la puñalada de semen que entraría violentamente en su interior. Al terminar la muñeca bramaba de lujuria tras el exitoso orgasmo que de nuevo el laborioso asno había alcanzado, con los mismos efectos devastadores para ella, que de cara en la almohada lloraba de felicidad cual Magdalena arrepentida, tras haber sido inseminada de nuevo por el vigoroso semental que no paraba de rugir como bestia en celo. La muñeca había caído de nuevo en un “orgasmo continuo”, y gozaba con tanta intensidad, que no podía contener el atormentado “llanto de placer” que delata la satisfacción extrema de la hembra humana. Luego de esa segunda embestida, la muñeca volvió a sentir como el pesado asno caía de nuevo sobre su espalda, resoplando en su nuca la excitada y rugiente respiración que precede a la satisfacción del acto venéreo, provocándole un goce tal, que la había dejado sin habla, usando su respiración como voz, para emitir las suaves y femeninas quejas del intenso placer que sentía su cuerpo, sin embargo, poco a poco, la excitada muñeca también quedaba en calma, y ahora, con una tranquila respiración, disfrutaba del placer de sentirse inmovilizada por el peso completo de ese imponente mulato que reposaba sobre su ondulante cuerpo, que como la más fina cama moldeaba su espalda para darle el máximo de comodidad a quien tanto se lo merecía, mientras su firme y bien asegurado trasero era presionado por el instintivo reflejo del macho por adentrarse, manteniendo su orificio tan abierto y excitado como la enorme verga que tenía alojada, ahora la muñeca sabía muy bien lo que siente una doncella agradecida en noche de bodas. Así permanecieron los dos, muy quietos y silenciosos, durante un muy pero muy largo rato, hasta que luego de ese prolongado descanso, Don BernAsno recobró la movilidad, acomodándose como si fuera a levantarse, y la muñeca pensó que por fin su entrenamiento prematrimonial había concluido, sin embargo lo doloroso del acomodo la hacía sentir que la terrible rigidez tamaño y grado de erección de esa “verga de burro” aún estaba al máximo de su hinchazón, y cuando la muñeca creyó que por fin se iban a desacoplar, cerró con fuerza sus ojos, al sentir que Don BernAsno la estiraba por la cintura para elevarla hasta dejarla apoyada en sus separadas rodillas, pero con la cabeza aún en la cama, quedando ambos de rodillas, mientras la muñeca permanecía en esa última posición, completamente inmóvil y con su cuerpo tan flojo como el de una muñeca de trapo, pues con semejante mástil de burro en sus entrañas, la muñeca era incapaz del menor de los movimientos, enseguida Don BernAsno la tomó por los antebrazos estirándola hacia arriba, a la posición de “Yegua con Riendas”, en esa erótica posición la muñeca con la verga clavada hasta la raíz, colgaba hacia adelante su inerte cuerpo, sintiendo el delicioso estirón que le daba Don BernAsno a sus brazos para presionar su femenino y lampiño trasero contra su oscuro y velludo cuerpo, con un control absoluto de la “Rienda”, haciéndola elevar o descender a su antojo, arrastrar su cabeza por la cama, o imprimirle vigorosos movimientos de entrada y salida, la emoción que la muñeca experimentaba con los bárbaros jaloneos que le daba Don BernAsno en esa nueva posición, la hacían gemir con la boca cerrada y los dientes apretados, con un sonido ronco, mezcla de dolor y placer, que cada vez era más placer que dolor, con su cabeza colgando y con su cuerpo completamente flojo, en señal de total entrega, la muñeca sentía que estaba sirviéndole de “burra” a un vigoroso semental, tal y como se hace en las haciendas con esos salvajes, para mantenerlos tranquilos en época de apareamiento. En un momento dado, la muñeca recordó que la posición y los movimientos que Don BernAsno hacía con ella, sujetándola de los brazos, era la mímica que en algunas ocasiones veía hacer a los barbajanes que trabajaban en las construcciones cercanas, y al igual que la señal que Don BernAsno le había hecho al sujetarle el mentón con los cuatro dedos, ella sabía lo que significaba, pero ahora lo estaba sintiendo, y excitada por esos pensamientos, la muñeca sacudió su cabeza y tironeó sus brazos gimiendo por la excitación, la inexperta y recién usada muñeca había probado con el culo lo que era ser usada como hembra, y ahora estaba experimentando la necesidad de volver a sentir los movimientos del macho sacudiendo sus entrañas con ansia loca, en veloz carrera por arrojar esa furia primaveral tan adentro de ella como le fuera posible, pero Don BernAsno con su dominante y grave voz de mando le dijo: “NO SE MUEVA PRECIOSA, TAMPOCO FORCEJEE, LA REINA NO DEBE HACER UN SOLO MOVIMIENTO O TERMINARA VINIENDOSE SOLA, SERA SU VIEJO ASNO QUIEN SE ENCARGUE DE TODO EL TRABAJO Y LE MARQUE LOS TIEMPOS PARA ASI PODER ENTRAR AL PARAISO MONTADO EN LA YEGUA MAS HERMOSA QUE JINETE ALGUNO HAYA CABALGADO AHORA GUERITA SUELTE POR COMPLETO TODO SU HERMOSO CUERPO Y LIBERELO DE TENSIONES O DE LO CONTRARIO SERA MORDIDA POR UN ASNO RABIOSO QUE LE TRAE GANAS. MANTENGASE MUY QUIETA Y RELAJADA MIENTRAS LE DOY EL SIGUIENTE PALO HASTA CUANDO VAN A ENTENDER USTEDES LAS REINAS CHIQUILLAS QUE PARA GOZAR DE VERDAD NECESITAN UN ASNO VIEJO Y ASOLEADO, CON EXPERIENCIA Y RESISTENCIA” Obedeciendo a estas disposiciones, la muñeca aflojó todo su cuerpo y se mantuvo con la cabeza clavada en la cama, sin atreverse a interrumpir las acciones de Don BernAsno, quien lentamente inició un mañoso agasajo con el que la tomaba de brazos y piernas sujetándola con fuerza mientras engarruñaba los cuatro dedos de sus manos, en la misma forma que lo había hecho con su mentón, provocándole con ese doble agarre una sensación que la hacía revolcarse de placer y gemir como suplicando clemencia, mientras sentía como sin ninguna prisa, éste jugaba con todo su cuerpo, acariciando todo lo que sus enormes manos de gorila podían alcanzar, incluido un buen agarrón de clítoris, que la hizo arañar la pared cercana y sujetarse con fuerza los cabellos para evitar interrumpirlo. Luego, Don BernAsno la volvió a agarrar de las “Riendas”, para aplicarle en forma controlada y por pausas esos vigorosos movimientos de entrada y salida con los que le daba uno mas de esos que él llamaba “Palos”. Con la rienda bien tirante, la agitaba con furia, haciéndola enloquecer de placer, mientras se mantenía obedientemente quieta y con la cabeza colgando, derramando lagrimas de felicidad, que caían sobre la cama, luego con ese mismo estirón y apoyada en sus separadas rodillas como estaba, la levantaba hasta casi colocarla sobre él, con la espalda arqueada y su cabeza colgando hacia atrás, de cara al cielo, y mientras el fiero asno la estiraba a placer haciéndola permanecer en esa complicada posición, sin ofrecer la mínima resistencia, la muñeca se mantenía con los ojos cerrados y una doliente mueca de placer que reflejaba cada acción del asno tras ella. Por la expresión de su rostro, la muñeca parecía estar dando gracias al cielo que no pudo escapar del hechizo de amor que le había aplicado Don BernAsno, llevándola hasta la situación en la que se encontraba, atrapada e inmovilizada, experimentando en su cuerpo los brutales desahogos del poderoso deseo que ese asno sentía por ella. Pero luego de un rato de estarla mostrando al cielo como trofeo de caza, la volvió a bajar para seguir jugando con ella, unas veces con la cabeza clavada en la cama, otras en el aire, hasta que finalmente sintió que la vigorosa cabalgata del asno que la tenía asegurada de las riendas la conducía a todo galope hacia el destino prometido, y a su llegada, con una última embestida, pudo sentir como las calientes y bestiales descargas de semen que le inyectaba Don BernAsno estaban a la par del tamaño de su instrumento, una vez más la muñeca pudo comprobar cuanta razón tenía Don BernAsno, había entrado al paraíso montada por un asno en llamas, que controlaba hábilmente sus riendas de yegua fogosa para llegar juntos al ansiado clímax del orgasmo. Con cada llegada del asno, la muñeca sentía como si perdiera de nuevo la virginidad de ese orificio, una y otra vez, amen de que con cada embestida sus excitadas entrañas sentían el mismo desahogo del largo y anchuroso miembro que las eyaculaba. Ahora, Don BernAsno se dedicaba a disfrutar con el espectáculo que le ofrecía su muñeca, chillando de placer y restregando su rostro contra la cama mientras continuaba aplicándole a su antojo ese férreo control a las riendas con el que seguía haciéndola gozar, el lujurioso asno la había arrastrado una vez mas por el pantano del placer, y la había hecho gozar con tal intensidad, que la sensibilidad femenina de su cuerpo la hacía disfrutar cada vez con más fuerza y por más tiempo de los brutales orgasmos que ese asno le provocaba con su enorme verga, ahora la inocente muñeca sabía muy bien lo que significaba la palabra “Orgasmo”, era más de lo que ella había imaginado o soñado, pero tras esta última embestida, Don BernAsno la empujó para que cayera de nuevo en la cama echándose sobre ella, y ganchada aún por su enorme verga como la tenía, buscó con su boca la parte mas carnosa de su espalda, enseguida la muñeca abrió cuanto pudo sus ojos mientras sentía como con rebuznantes gruñidos y sin clemencia alguna, Don BernAsno le aplicaba una prolongada y fuerte mordida en su espalda, pero ni las suplicas, ni las ahuyantes y repetidas peticiones de clemencia lograron impedir que Don BernAsno gruñendo como fiera y con sus ojos parpadeando en blanco, continuara apretando con fuerza sus potentes mandíbulas, hasta marcarla como ganado de su propiedad, al terminar con ese bárbaro castigo, la muñeca quedó inmóvil, sintiendo hervir su sangre por la excitación, como si la hubiera mordido la serpiente del amor. Tras completar la salvaje y bestial práctica ganadera, Don BernAsno se acostó sobre ella, y decidió entrar en un reposo más prolongado, acomodándose con comodidad sobre su nueva adquisición, que ahora domada y marcada era usada como firme soporte para su descanso. Con su nueva muñeca sirviéndole para todo “neceser”, Don BernAsno se dedico a descansar, totalmente relajado y sin ninguna preocupación, como todo un asno monarca tras haber cumplido con su importante e instintiva función reproductiva, quedando completamente adormecido por el aroma de la bella flor a la que soñaba en ese momento que debía prodigarle todo tipo de cuidados, como acariciarla, recortarle las espinas, decirle cosas bonitas, y hasta irrigarla. Don BernAsno había caído en un profundo éxtasis de adoración, en el que soñaba con el femenino y frágil cuerpo de su muñeca, vestida con diminutas y provocativas prendas, haciendo esos femeninos y delicados movimientos que tanto admiraba, y mientras el asno dormía tomando un merecido descanso para recuperar su vigor, la muñeca pudo reacomodar un poco su cuerpo, pero al hacerlo no pudo evitar el placer que le provocaba frotar la piel de su espalda contra el velludo pecho de Don BernAsno, como si este fuera una extensión de la velluda y erecta verga que tenía clavada hasta la raíz, y presa de ese frenesí que no terminaba, unió el lado de su cara que quedaba contra el rostro de Don BernAsno haciéndole femeninas caricias con su cara, disfrutando al frotar y pellizcar con sus labios cada parte del severo rostro de Don BernAsno, pero luego de un rato de estar haciendo esas amorosas caricias, la muñeca se mordía los labios soportando inmóvil y con los ojos cerrados para no quejarse, al sentir que aún dormido y en éxtasis el asno hacía movimientos de apareamiento con ella, y por el modo de gruñir, como por el torpe modo de moverse, sabía bien que estos se debían a los enfermos sueños de lujuria que padecía el pobre bruto, pero no lo criticaba, pues después de todo, era un macho cumpliendo instintivamente con sus funciones reproductivas, justificación que ella no tenía, pues el terrible nivel de placer y satisfacción que esos movimientos le provocaban a ella, no tenían como fuente su conducto reproductor, y eso la hacía sentirse avergonzada y culpable. Aunado a eso el dolor que le provocaba el asno, y al que tanto terror le había tenido, lejos de ser la factura que cobrara esos increíbles placeres, resultaba ser la parte mas importante de los mismos, y sin la cual no sería posible la brutal complacencia que experimentaba al ser usada por el asno. Luego de un rato la muñeca exhaló su retenida respiración, cuando el asno dejó de moverse para adentrarse con rebuznantes gruñidos, impulsándose con los dedos de sus pies en la contra cabecera de la cama, apoyado por la ortopédica almohada que no le permitía a ella mas acomodo que dejar expuesta su soberbia montura para que el asno probara el alcance máximo de su inflamado y nervudo dardo, descalibrado ahora por la extrema presión que le provocaba el relax del sueño, la muñeca sabía lo que esto significaba, y mientras el asno apretaba con fuerza su delgada cintura, tomó con sus dientes la almohada que estaba a su alcance, cerrando con fuerza sus parpados, casi en seguida la muñeca abrió cuanto pudo sus ojos llenando sus pulmones de aire, al sentir en su interior un tremendo chorro de semen eyectado en sus entrañas con furiosas repeticiones, pues inconsciente pero instintivamente, Don BernAsno extraía rápidamente, una y otra vez, el calado de su larga verga, para volver a clavarla violentamente, y con cada chaquetazo, la muñeca sentía que el asno quedaba clavado hasta la raíz, lanzando un nuevo chorro de semen que la enviaba al paraíso, luego de cinco o seis impactos de entrada, el asno quedó inmóvil sobre la espalda de su muñeca. Tales eran las emisiones involuntarias provenientes del almacén del asno que aún en su éxtasis de adoración y soñando con su diosa, de la que seguía fuertemente abrazado, eran expulsadas a toda presión. La muñeca no tenía idea de la cantidad de semen que podía arrojar un asno enardecido a consecuencia de la desquiciante abstinencia, al estar en su éxtasis de adoración, repasando su sueño favorito, una y otra vez, como una masturbación mental, que se complementaba con la masturbación física con la que su apretada y elástica carne masajeaba la raíz y el tronco de ese pulsante cuello de avestruz cada vez que el asno se movía. Después de eso Don BernAsno volvió a entrar en reposo, descansando sobre su muñeca, aún aferrado e incrustado profundamente en su interior, como si fuera parte de ella conservando al máximo toda su hinchazón glandular, y sin duda aún postrado por el éxtasis. Por su parte la muñeca con sus parpados apretados, continuaba mordiendo con fuerza la almohada, ahogando en ésta el orgasmante alarido, convertido ahora en un apagado gemido que exhalaba por sus fosas nasales, evitando así molestar los sagrados sueños de su BernAsno, sin embargo difícilmente lograba controlar los espasmos involuntarios que surgían por todo su cuerpo, como si estuviera siendo sometida con descargas eléctricas, la razón era que la eyaculación del asno había recorrido la red nerviosa de su cada vez más sensible cuerpo, pero luego de un rato, poco a poco, volvió la calma, y la muñeca pudo continuar sirviéndole a Don BernAsno como firme soporte para su descanso, acomodándolo de la mejor manera posible sobre el arco de su espalda, para que descansara sobre ella y poder mantenerlo tranquilo, así que prudentemente decidió no provocar más al asno dejándolo descansar. Así permanecieron los dos, sin perder sus posiciones, durante algo más que un buen rato, con sus cuerpos inmóviles y en reposo, Don BernAsno durmiendo profundamente, sin embargo su muñeca se mantenía despierta, no era fácil dormir con un asno clavado hasta la raíz, además sentía curiosidad por saber que estaba soñando el lujurioso asno que de vez en cuando ejecutaba algún movimiento que la hacía cerrar con fuerza los parpados y quejarse con apagados gemidos que ahogaba en la almohada que continuaba sujetando con sus dientes, mientras con sus manos crispadas en los barrotes de la cabecera y abrazada por el asno, la muñeca sentía que estaba en una cárcel de amor de la que era imposible escapar. Con la excitación galopando en toda terminación nerviosa de su cuerpo, la muñeca no tenía mas remedio que seguir con ese lujurioso juego en el que la tenía atrapada el asno, obligándola a seguir disfrutando de esa erección de burro que tenía alojada en su más recóndita intimidad, y ahora, con sus entrañas libremente bañadas de residuos viscosos, la muñeca se entretenía haciendo trencitas con su pelo mientras dejaba pasar el tiempo, completamente inmóvil y cargando sobre su espalda el pesado cuerpo de ese mulato que dormía complacido y satisfecho, sin embargo luego de ese buen rato, la muñeca, con mil esfuerzos, logró hacer a un lado al adormilado asno, para extraer con sumo cuidado esa tremenda verga cuyo brutal estado de erección no menguaba, y cuando por fin se libró de semejante apéndice de asno, corrió con urgencia para ir al baño haciendo reír a carcajadas a Don BernAsno mientras oía la expulsión de las abundantes muestras de amor y embriaguez que el abusivo asno le había inyectado. En cuanto la muñeca se deshizo de todo residuo del grosero asno, se aseó y se lavó con abundante agua y jabón, revisó su cuerpo, y se sonrojó sorprendida al darse cuenta de que ahora ella tenía las mismas condiciones de la muñeca de hule cuando la revisó por primera vez, ambas eran vírgenes, pero a diferencia de la muñeca de hule, ella ignoraba si el “recuerdito” que le había dejado Don BernAsno cerraría o permanecería como testimonio innegable de un salvaje enculamiento, una falta femenina que no dejaba duda de su debilidad para resistir el fuego del deseo, y que la delataría si pretendía una noche de bodas, le preocupaba enfrentarse a esa hipotética situación, que mentira podría decir para justificar algo cuya única explicación era la entrada de una verga de burro hasta la raíz, haberse revolcado con un asno hasta quedar satisfecha algún costo debía tener, pero como si eso no fuera suficiente problema, su delicada y virginal vulva, enrojecida por la excitación, empezaba a destilar la lubricante humedad que le indicaba que su cuerpo estaba entrando en periodo de ovulación, pero con más fuerza que nunca, la experiencia de haber sido multi inseminada por tan vigoroso ejemplar y haber guardado su semen por tan largo rato, también estaba cobrando su cuota, por su sangre corrían hormonas de asno que le provocaban excitantes cosquillas con cada movimiento de su cuerpo, amen de que ahora también compartía con él buena parte de su embriaguez. Con respiraciones profundas y con su espalda apoyada en la pared, la muñeca movía su cuerpo con felinos movimientos, presa de las indescriptibles emociones que le provocaba esa inquebrantable y cumplidora hormona de asno que la hacía sentir el deseo de tener de nuevo esa hinchazón de burro moviéndose en sus entrañas, lo cual rápidamente se convertía en una necesidad que iba mas allá de toda contención, y que con los parpados apretados y las piernas bien separadas, la hacían sujetarse la nuca con ambas manos y ejecutar movimientos dorsales, como los que hacen las bailarinas eróticas, hasta que agitada y jadeante dejó caer sus brazos exhalando con fuerza el aire que respiraba mientras frotaba con fuerza su área vaginal, luego de eso, y tras haberse recuperado de los efectos de la llamada “masturbación contra la pared”, que es bien conocida por las mujeres, lentamente, como si despertara del más delicioso de los sueños, con los ojos entreabiertos y mordiendo su labio inferior por la llamarada de placer que aún sentía en su interior, la muñeca volvió a tomar conciencia del lugar donde se encontraba, y al fijar su mirada en las sombras de ese cuarto apenas iluminado por la mortecina luz de un foco, la sangre se heló en sus venas y abrió cuanto pudo sus ojos, silencioso y atento, con su acostumbrada mirada de sátiro, Don BernAsno se encontraba en la sombreada pared de enfrente, como mudo e indesmentible testigo de cuanto ahí había sucedido, sorprendida y avergonzada, la muñeca cerró con fuerza sus parpados y giró su cuerpo apoyando su rostro en la pared como si llorara, sabía bien que Don BernAsno la había estado observando durante toda su actuación, haciendo algo que no dejaba interrogantes acerca de lo que ella sentía. Lentamente Don BernAsno encaminó sus pasos hacia ella, mirándola fijamente a los ojos, con esa fiera y dominante mirada que la hacía sentir que ya no era dueña de si misma, ese calvo y robusto hombre ataviado con su imponente atuendo de cuero lucía como los fieros y despiadados verdugos medievales cuando elegían una victima para ensañarse con ella. Sin saber que decir, la muñeca bajó la vista y se cubrió con pudor usando la falda roja que tenía en sus manos, mientras Don BernAsno se acercaba cada vez más, hasta quedar frente a ella, aplicándole en todo momento esa fiera y dominante mirada que la hacía sentir cosquillas y calambres en lo más recóndito de sus recién usadas entrañas, sin poder resistir más esa lujuriosa mirada que le transmitía directamente a sus entrañas el rabioso deseo que ese asno sentía por ella, la muñeca cerró sus ojos y dejó caer sus brazos soltando la falda para dejar completamente expuesta y a la vista de ese hombre, la desnudez de su frágil y femenina figura, esperando inmóvil y rendida a que sucediera lo que tuviera que suceder. Enseguida, Don BernAsno la sujetó de los cabellos con una mano, y sin que la muñeca opusiera la mínima resistencia la estiró haciéndola caminar con los zapatos de tacón alto de su muñeca que aún tenía puestos, Don BernAsno sabía bien que tenía en su poder a una adolescente capturada en falta, que no tenía la mínima defensa ante una imagen de autoridad que le aplicara un correctivo a su conducta, oportunidad de oro con la que mil veces había planeado atraparla acechándola escondido en la bodega, pero ahora, la oportunidad estaba en charola de plata, y solo restaba decidir el castigo que debía darle, y sujeta de los cabellos como la tenía, la llevó hasta una de las paredes, donde descolgó un grueso cinto de cuero que colgaba de una de las perchas, y blandiéndolo a modo de látigo mientras la mantenía sujeta de los cabellos, golpeó con fuerza la pared, enseguida su muñeca dejó caer sus brazos quedando en completa actitud de docilidad, después de lo mal que se había portado esa noche, la pobre muñeca tenía la necesidad de expiar su culpa, y estaba convencida de que recibir unos cuantos azotes era el mínimo castigo que se merecía por haber gozado como niña mala en la cama de un hombre que no era su esposo, enseguida Don BernAsno la rodeó con sus brazos para cargarla con un fuerte abrazo hasta separarla del piso, haciendo que se encendiera de nuevo en ella toda esa compleja gama de sensaciones que la hacían perder el escaso control que le quedaba, manifestándolo por las agudas y femeninas quejas de placer que ese abrazo le arrancaba, pero esta vez en lugar de llevarla al lecho de placeres donde había conocido el paraíso, Don BernAsno la llevó a la regadera abriendo completamente el grifo del agua, y en cuanto sintió el agua helada sobre su cuerpo, la chiquilla intento salir, pero Don BernAsno la controló sujetándola de los cabellos para regresarla en mas de una ocasión, esta muñeca estaba aprendiendo ahora como se bañan los pobres que siempre le han servido y a los que tanta limpieza exigía, el tratamiento era duro, pero Don BernAsno sabía que si quería hacerla suya tendría que terminar de domar a esa chiquilla rebelde, acostumbrada a salirse con la suya por encima de la disciplina, demostrándole además que él no era otro de sus juguetes al que podía usar y dejar tirado. Luego de un rato Don BernAsno también entró a la regadera donde se bañó junto con ella, enjabonándola y dándole un agasajo bañista en todo su cuerpo, el lujurioso proceder de Don BernAsno poco a poco le proporcionaron el calor necesario para dejar de sentir frió, y luego de que prácticamente fue bañada por él, ella también enjabono y bañó la potente y erecta anatomía de ese asno, recorriendo con sus manos todo el endurecido largo que tanto la había hecho gozar en la cama, y una vez limpios y secos, la muñeca lucía completamente reanimada y fresca, y una vez más Don BernAsno la tomó para recargarla en la pared, y extendiendo sus brazos hacía el frente con el amenazante gesto de quien va a iniciar una feroz lucha, se abalanzó sobre ella y la sujeto por el cuelo con ambas manos para aplicarle apasionados y sofocantes besos a los que su muñeca accedía de la mejor manera posible, acoplando sus abultados y sensuales labios con los del abusivo y lujurioso asno, que continuamente le aplicaba “el toque de lenguas”, mientras literalmente montaba el erecto y robusto miembro que había pasado bajo su entrepierna. Presionada contra la pared y sujetándola a veces del cuello, a veces de los brazos, la muñeca resistía dócilmente la feroz embestida, hasta que aturdida y semiasfixiada por el grosero y sorprendente ataque al que estaba siendo sometida por el abusivo asno, la muñeca levantó su rostro como mirando al cielo en busca de un respiro, solo para seguir recibiendo el mismo tratamiento en su delgado y largo cuello, ahora expuesto por completo al brutal agasajo con el que ese asno saciaba las bestiales ansias que sentía por ese cuerpo perfecto que por fin había caído en su poder, sin embargo la naturaleza no había abandonado a la muñeca, que poco a poco caía en el juego del asno, y que por momentos la hacía desvanecerse hasta casi perder el equilibrio, por la emoción que la rudeza de ese salvaje agasajo la hacía sentir, aunque la muñeca sabía bien que si se desmayaba, despertaría con el culo atravesado y el asno bien montado sobre ella, lo cual desmayada o no, era algo con lo que inevitablemente tendría que complacer de nuevo al aguerrido y caliente asno, y mientras sus brazos seguían colgando sin fuerza, con femenina delicadeza, los dedos de sus manos tocaron la pared como acariciándola, mientras se retorcía de placer tratando de evitar los espasmos y contracciones que su cuerpo quería hacer, como lo había hecho cuando Don BernAsno la sorprendió. Mientras Don BernAsno la sujetaba de los brazos encaminando su agasajo hacía los senos, la excitada y jadeante muñeca reaccionó por instinto nervioso en una inesperada defensa, logrando pegar su frente al velludo pecho de Don BernAsno, empujándolo para proteger la sensible y pudorosa área de sus senos, respirando aliviada al sentir que había logrado separarlo un poco, sin embargo, sus sonrosados pezones presentaban ya la extrema inflamación que la delataba, y cuya sola visión multiplicaba la terquedad del asno por alcanzarlos, hasta que rendida y mareada tanto por la emoción como por el esfuerzo de resistir al asno, la muñeca tuvo que dejar que ese bestial agasajo llegara a sus senos, provocándole con cada atrapada de esa inquieta boca de asno, los mismos espasmos y los repentinos forcejeos y chillidos de una frágil presa en las garras de un depredador, hasta que luego de innumerables intentos en los que Don BernAsno se dio cuenta de que para el temperamento nervioso de su muñeca era imposible resistir esa libidinosa caricia, la liberó separándose de ella, y casi de inmediato, la volvió a tomar de los cabellos tironeándola con fuerza, pero ahora, la chica estaba tan excitada, que esa brusca y dolorosa caricia la hacía gozar de un modo que no podía disimular, y con la mano con la que Don BernAsno la tenía agarrada de los cabellos, la hizo inclinarse para atraparla por el cuello bajo su robusto brazo, y atrapada en la misma forma en que se lucha contra un oponente, con su oreja pegada a las costillas de Don BernAsno, la muñeca podía oír la agitada respiración y los potentes latidos del corazón de ese excitado asno que paso a paso, la llevaba hasta el desagüe de ese baño, y una vez ahí, ahora con la oreja casi pegada al ombligo de Don BernAsno, la muñeca veía como éste expulsaba el abundante contenido de su vejiga en el inodoro, mientras escuchaba el fuerte ruido que ese potente y prolongado chorro hacía al caer sobre el agua, hasta que finalmente terminó, enseguida el asno sacudió varias veces con su mano el largo de su todavía erecto miembro a escasos centímetros del rostro de su muñeca, que bajo su brazo continuaba tan inerte y dócil como una muñeca de hule. Don BernAsno recargó de nuevo a su muñeca en la pared, y entonces tomó un cordón como los de las cintas de los zapatos, le unió y ató las manos por las muñecas para colocárselas cruzadas tras la nuca, y con el largo que sobraba del cordón se las ató al cuello, haciéndole el nudo de cierre justo en la garganta, entonces la llevó sujeta de los cabellos hasta la pared chorreada de feas y amarillentas manchas y la acostó boca arriba en el acojinado banquito alargado que estaba justo bajo esa ventana. Por un momento, la muñeca creyó que Don BernAsno la había amarrado en esa forma y la había acostado ahí para continuar con el bárbaro agasajo que había quedado pendiente, sin embargo, al verlo acomodarse con las rodillas apoyadas en el acojinado banco a ambos costados de ella, la muñeca comprendió en fracción de segundos la nueva prueba de fuego que le aguardaba, la intención era más que obvia, Don BernAsno ya no ensuciaría mas las paredes ni el piso de su baño, ahora sería su muñeca la que se tragaría todo el semen que él arrojara, y mientras Don BernAsno sujetaba a su muñeca de los cabellos con una mano, con la otra empuñaba su erecto miembro, y continuó diciéndole: “AHORA GUERITA DARÁS MAMADAS, PERO SIN TIRAR NI UNA SOLA GOTA, O TENDRÁS QUE PROBAR EL PODER DE CONVENCIMIENTO QUE TIENE MI CINTO” Sin saber que hacer ante tal orden, completamente inmovilizada y con el asno sobre ella, la muñeca cerró sus ojos y estiró sus labios cuanto pudo para darle un minúsculo beso a la punta de la erecta verga que tenía frente a su cara, y lentamente respiró tomando cuanto aire cabía en sus pulmones, al sentir el caliente contacto de esa imponente verga de asno en sus labios, procediendo de inmediato a sujetar el extremo de la dura punta con sus labios en forma de beso, haciendo pulsar repetidamente todo el largo de ese cuello con el tenue contacto de ese “beso de niña”, pero Don BernAsno no tenía intenciones de conformarse con esa inocente caricia, y esperó pacientemente a que su muñeca abriera la boca para introducir la ancha punta de su enorme verga, lo cual hizo poco a poco, abriendo su pequeña boca, mientras con lentos movimientos circulares de su cabeza, adoptaba con sus labios la tierna forma de un apasionado beso, al tiempo que su lengua le prodigaba la más tierna de las caricias a la dura punta de esa larga y excitada verga de asno, pero aprovechándose de la novatés de su victima, a la primera oportunidad, el marrullero asno resbaló labios adentro la punta de su erecta verga, y casi por reflejo, la muñeca siguió succionando el resto de esa larga ubre, permitiéndole al asno introducirse cada vez más, hasta hacer presión contra su garganta. La muñeca pudo experimentar por primera vez placer con ese acto al sentir como su boca era llenada con esa inflamada dureza que tanto placer le había proporcionado cuando estuvo clavada en su cuerpo, y cuyas hinchadas y pulsantes venas estaban brincadas a reventar, como las de su juguete africano, debido al brutal estado de erección que no menguaba, el descomunal tamaño de ese imponente músculo la rigidez y el grado de hinchazón, eran signos inequívocos de los largos y prolongados periodos de abstinencia a los que se sometía el asno en espera paciente de la realización de sus objetivos. Durante el acomodo, los largos velludos y bien desarrollados testículos del asno colgaban pesadamente arrastrándose sobre la blanca piel de la muñeca hasta posarse sobre su cuello, justo donde tenía el nudo de cierre que aseguraba sus manos a la nuca, el blanco rostro y el cuello de la muñeca, así como sus rosados labios que casi alcanzaban el velludo pelambre del tronco raíz, hacían un tremendo contraste de color con ese largo negro y excitado vergón, que se encontraba haciendo presión contra su garganta. Luego de un rato en que Don BernAsno disfrutó con la delicia de tener a su muñeca en tal predicamento, muy lentamente extrajo su larga verga, hasta sentir en la punta la succión de los labios de su muñeca haciendo vacío para sujetarla hasta que la soltó. En seguida Don BernAsno empuñó el tronco de su larga verga con su mano y la apuntó al rostro de su muñeca para mostrarle como de la dura punta nacía una gota del más blanco semen mientras iniciaba una lenta masturbación, luego tocó de nuevo los labios de su muñeca con la punta de su miembro, esparciendo en ellos la viscosidad seminal de esa espermatorrea que toda verga excitada segrega copiosamente mientras es mamada, y que a partir de ese momento su muñeca tendría que saborear durante todo el tiempo que durara semejante acto. Ahora, Don BernAsno delineaba con semen los rosados labios de su muñeca, y mientras el excitado asno estaba absorto con la artística tarea de pintarle a su muñeca un “bigote de mamadora”, completamente sorprendida, la muñeca comprobó que el aroma del semen la excitaba en una forma que le era desconocida hasta el momento. Enseguida, Don BernAsno se volvió a adentrar hasta que su muñeca sintió esa viscosa lechosidad en contacto con su garganta mientras el excitado asno empezaba a darle fuertes jaladas al tronco de su larga verga con su puño. La muñeca, que en todo momento había permanecido como hipnotizada con las acciones de Don BernAsno, sabía bien que por fin había llegado el momento en que iba a saber como se hace una puñeta, solo que no sería una simple observadora, sino la receptora de cuanto semen resultara de tal acción, y comprendiendo que no tenía otra opción que seguir sintiendo con su cuerpo los desahogos del lujurioso deseo que ese asno sentía por ella, cerró sus ojos y aflojó por completo todo su hermoso cuerpo, entregando al asno todas las caricias que su boca y su lengua podían hacer. Por un momento la muñeca estiró su cuello con sutil disimulo para tratar de aflojar un poco la presión sobre su garganta, pero Don BernAsno que en ese punto no estaba dispuesto a perder el mínimo terreno para su excitado miembro, la sujetó con fuerza de los cabellos con una mano y se impulsó hacia adelante buscando el contacto continuo con la abierta garganta de su muñeca que atrapaba por completo la ancha cabeza de su enorme verga, excitándose con la exquisita caricia de esa fina garganta que continuamente hacía el reflejo de tragar saliva, y ahora, con la cabeza completamente apoyada en la pared, con las manos atadas a la nuca, y con el asno conectado a su garganta, la muñeca se mantenía tan quieta como una verdadera muñeca de hule, con sus ojos cerrados y en espera de las inevitables consecuencias que sabía bien iban a resultar de tal acto. Cada movimiento, cada succión, caricia o contracción que la muñeca hacía con sus labios, su lengua o su garganta, eran complementadas con el firme jaloneo que don BernAsno le daba con la mano empuñada al tronco de su tremendo miembro, manteniéndolo tan adentro de la comprometida garganta de su muñeca, que al momento de hacerla devorar los furiosos y calientes chorros de semen, ella sólo se daba cuenta por la súbita y pulsante expansión del tronco y por el tremendo calor que circulaba por su cuello y su pecho, haciendo que de sus cerrados ojos brotaran profusas lagrimas, como respuesta silenciosa a la perdida de una más de las virginidades de su cuerpo, hasta que la eyaculación terminó y el asno por fin dejó de hostigarla. Acto seguido, Don BernAsno abrió la mano con la que había estado sujetándola de los cabellos y retiró su largo miembro, para darle oportunidad a su muñeca de limpiar el desorden que había provocado con sus excitantes caricias, ahora, la lengua de la muñeca se encontraba haciendo el trabajo de la más fiel y agradecida mascota, acariciando repetidamente de arriba abajo esa tumefacta y dura verga de cuya punta seguían manando gruesas y calientes gotas del más blanco semen que seguían cayendo sobre su rostro, esta vez no hubo orgasmos para ella, sin embargo esa descarga había removido de algún modo en su cerebro complicadas zonas de complacencia femenina que aún no terminaba de entender, y cuya satisfacción la obligaba a relamer y acariciar ese objeto de adoración que seguía dándole placer, y cuando la muñeca cumplió obedientemente con todas las exigencias, dejando completamente limpia de semen todo el largo de esa enorme verga con tan solo su lengua y su boca, introdujo la punta para limpiar la que suponía era la última gota de semen que asomaba, pero una vez que la tuvo de nuevo entre sus labios, la muñeca sintió el incontrolable deseo de succionar una vez más el resto de ese largo miembro, y una vez que lo tuvo lo suficientemente adentro no resistió la tentación de empezar a hacer con sus labios el mismo trabajo que Don BernAsno había hecho con su puño, completamente sin ayuda y con las manos atadas a la nuca, la muñeca se esforzaba por hacer esos movimientos, hasta que logró imitar con su boca el firme jaloneo del puño de Don BernAsno. Y ahora, con los labios y buena parte de su rostro embarrados de semen, la muñeca se encontraba masturbando con su boca la tremendamente hinchada verga de Don BernAsno con los mismos movimientos de una puñeta y el reflejo de succión que le había copiado a su muñeca de hule, alcanzando en breve tiempo la misma habilidad de una consumada profesional haciendo un “servicio oral completo”, y casi en seguida, la muñeca cerró con fuerza sus ojos al sentir las consecuencias de esa acción, esta vez el semen había derramado hasta afuera de su boca provocándole femeninos murmullos nasales, mezcla de sorpresa reclamo y placentera queja, pero la muñeca que ahora conocía bien su trabajo, con los parpados apretados terminó de tragar el abundante obsequio que había quedado en su boca, y sin alejarse de ese endurecido miembro que seguía manando los últimos remanentes de semen, lo conectó a su garganta y lo succionó con fuerza para exprimirlo, hasta que cesaron las pulsaciones de la eyaculación, luego lo extrajo un poco para hacer lo mismo en el medio tronco, y por último en la punta, haciendo pulsar todo el largo de ese robusto miembro cada vez que aplicaba esos finos chupetes al final de la dura punta a la cual trataba de hacerle con sus labios y su lengua el mismo doblez que se hace a la ubre de una vaca cuando es ordeñada, después de eso, la muñeca pudo continuar con su labor de limpieza, mamando y remamando todo el largo de esa negra y dura verga, con esa incansable y juvenil boquita que no tenía para cuando hartarse, mientras Don BernAsno con su fiera y lujuriosa mirada supervisaba cada acción, manteniéndola bien sujeta de los cabellos con una mano, mientras el ancho y amenazante cinto de castigo colgaba a ambos lados de su grueso cuello. Luego de dos tremendas puñetas como las que habían embarrado de semen la pared que estaba sobre su cabeza, la muñeca comprendió que de no tener esa verga en su boca, la pared habría quedado embarrada por el espeso y blanco semen de Don BernAsno esparcido abundantemente en una amplia área de varios disparos, donde los gruesos y calientes torrentes de vigor reproductivo, estarían chorreando pared abajo hasta alcanzar el piso. La muñeca no solo había sido instruida sobre lo que era una puñeta viéndola frente a su rostro, sino que también había aprendido a hacerlas con su boca, pues aunque la primera fue obra de Don BernAsno, la segunda corrió completamente por su cuenta. En seguida Don BernAsno retiró la cabeza de su larga verga hasta dejarla frente a los labios de su muñeca como cuando empezaron, pero de inmediato la muñeca la volvió a atrapar con su boca, ella quería continuar dando esos besos de semen que ahora embarraba desordenadamente en sus abultados y sensuales labios en contacto continuo con la henchida punta de esa enorme y dura verga que aún seguía exudando el blancor de las gruesas y calientes gotas de vigor reproductivo que ella saboreaba con sedienta ansiedad mientras hacía hábiles movimientos circulares con su cabeza. Como es obvio, la muñeca tenía conocimiento de este tipo de actividades a través de Internet, y recordó cuando platicaba de eso con sus amigas y todas fingían hacer gestos de asco, y bromeaban con el nombre de la señorita “Yolama Morrico”, pero nunca se imaginó que ella sería esa señorita, ni mucho menos que eso le fuera a gustar, al grado de caer en éxtasis, haciéndolo como una prostituta ebria, que presa de un incontrolable estado de lujuria se complace bebiendo el placer de su excitado cliente. Cuando Don BernAsno finalmente se libró de la succión de los labios de su muñeca un remanente final arrancado por la succión colgaba pegado entre los labios de su muñeca y la punta de su glorioso mástil, y durante un rato contempló divertido como ésta usaba su larga lengua para alcanzar la punta invitándolo a volver a entrar, finalmente Don BernAsno limpió los chorreantes labios de su muñeca con una servilletita diciéndole: “ASI QUE TE GUSTARON LOS MECOS CABRONA, ERES UNA SEÑORITA MUY CALIENTE Y BUENA MAMADORA, DE LAS QUE ESTAN SEDIENTAS DE LECHE, PERO SIN DUEÑO TERMINARÁS POR CONVERTIRTE EN UNA PUTA” Aquellas palabras sonaban terribles para los oídos de una princesa, aunque pronto comprendió que esa era la verdad, solo que expresada por un hombre sincero y de rudos modales. Enseguida, Don BernAsno la hizo girar su cuerpo, hasta dejarla bocabajo, para empezar a darle con sus enormes ásperas y calientes manos un lento y relajante agasajo, que iba desde sus pantorrillas hasta los muslos, camino hacia las redondeces posteriores que tanto excitan al macho, luego de un rato la muñeca sabía que el morboso asno se estaba solazando con la contemplación de las consecuencias físicas que el desahogo de su desenfrenado deseo habían dejado en su juvenil cuerpo, el cual aunque en diferente lugar y forma ahora padecía la misma hinchazón del robusto miembro al que había dado alivio, por momentos, la cercanía de esa respiración de asno excitado sobre su espalda, la hacía sentir que en cualquier momento lo tendría de nuevo montado en su culo, penetrando sin clemencia, para ejecutar un nuevo ciclo de inseminaciones, y a pesar de estar acostada y bocabajo, el cuerpo de la muñeca se ondulaba apoyándose casi por completo en la frente y las rodillas, a causa de ese mañoso masaje que la hacía retorcerse de placer, preparándose lo mejor que podía para acoplarse con el asno y recibir en sus entrañas una vez más el fuego de esa pasión mulata. Estar en esa situación, con las manos amarradas a la nuca, inmovilizada, y sintiendo el manoseo del asno, la hizo recordar el momento en que revisó a la muñeca de hule por primera vez, y arrepentida recordó todo lo que le dijo y como se había reído de ella, ahora sabía que ser “trabajada” por un asno no era cosa de risa. Sin embargo Don BernAsno deslizó sus toscas manos hasta tomarla por los senos, y enseguida la incorporó para que quedara de rodillas sobre el acojinado banco, luego la hizo avanzar hasta quedar frente a la pared, y con la mano con la que la sujetaba de los dorados cabellos, la presionó para que pegara la frente en la pared, quedando justo frente a su rostro el lugar donde los chorros de semen de antiguas puñetas habían impactado la blanca pared cubriéndola de chorreantes manchas, y mientras Don BernAsno empuñaba con su otra mano el grueso cinto de castigo, sin decir una sola palabra dio un azote en la pared que hizo estremecer a su muñeca, luego otro, y otro más. A punto de llorar la muñeca intuyó de pronto cual era la orden que tenía que ejecutar, ahora sabía porqué Don BernAsno nunca había limpiado esa pared, y con los ojos cerrados, poco a poco sacó su larga lengua hasta plantarla completamente en la pared para empezar a limpiar esas añejas manchas repasándolas una y otra vez con su lengua hasta descubrir el blanco brillo del azulejo, y solo entonces Don BernAsno tiraba de su cabello para que limpiara la siguiente área de esa pared. Por increíble que parezca, la muñeca disfrutaba como poseída del dominio que ese hombre ejercía sobre ella obligándola al más infame de los servicios que solo una esclava podía hacer, y solo hasta que Don BernAsno quedó completamente convencido de que la obediencia de su muñeca no tenía limites, la puso de pie y la abrazó de frente, como él acostumbraba hacerlo, levantándola completamente del suelo para llevársela de nuevo a la recamara donde la apretó con fuerza hasta hacerla chillar sin que pudiera defenderse, luego la tumbó en la cama, y atada como estaba se lanzó sobre ella como perro rabioso, haciéndola gozar de nuevo, como lo hizo cuando la tuvo contra la pared, pero esta vez no habría acomodo ni defensa posible que la librara de su atacante, su largo cuello y sus excitados senos eran blanco fácil de un certero, incansable, minucioso, detallado, y concienzudo agasajo, que recorría con labios, dientes, y lengua, cada centímetro de su piel, haciendo especial énfasis en aquellas zonas donde era captada la mayor sensibilidad, esta vez Don BernAsno le daría el más prolongado, vigoroso, salvaje, y abusivo de los agasajos, que sólo sería posible gracias al firme amarre y a la ventajosa posición en que la tenía atrapada, y mientras la muñeca parecía sufrir como las almas condenadas que son atormentadas a las puertas del infierno por los “demonios de la bienvenida”, su orgásmico cerebro la tenía convertida en una fogata de lujuria que balbuceaba lo que parecían ser estertores de muerte, situación que Don BernAsno aprovechó para reclamar su virginidad, haciéndoselo saber mientras le apuntaba al rostro con un índice de fuego que la hizo sentir la inflexible decisión del asno, pero la muñeca que no era tonta ya había previsto esa posibilidad, y parte de su preparación fue tomar anticonceptivos de los que usaba su hermana mayor. Por su parte Don BernAsno también estaba haciendo uso de la magia de las pastillas azules cuyo efecto estaba en pleno apogeo y aún le quedaban como tres horas de erección continua y una recarga completa en su almacén de semen, justo para amanecer trenzado en amorosa batalla con la causante de su obsesión, a la cual regresó el favor que le hiciera en el baño, haciéndola revolcarse por toda la cama al lamerle su área vaginal con el mismo entusiasmo y dedicación de un perro sediento, que la atrapaba a cada momento clavándole su inquieta lengua hasta hacerla reír, gritar, y llorar, al mismo tiempo por la emoción, atrapada y sin salida, en un momento de resignación la muñeca aflojó por completo todo su hermoso cuerpo, quedando tan inmóvil como una verdadera muñeca, no tenía caso seguir luchando, sabía bien que de ésta no se salvaría, y que en cuanto Don BernAsno terminara de comérsela viva, seguiría el “plato fuerte”. Y mientras el asno continuaba con su canina labor atrapando esta vez una de las piernas de su muñeca con su peso mientras le sujetaba la otra colocándosela en su hombro, para continuar el libidinoso mordisqueo al interior del muslo que tenía atrapado, completamente derrumbada por la excitación, la muñeca había adoptado una postura tan erótica como la de una escultura artística, atrapada por el lujurioso asno, con sus senos y su cuello expuestos y enrojecidos, como consecuencia de haber estado en contacto con la picante cara de Don BernAsno, con la cabeza colgando al borde de la cama y sus manos atadas a la nuca, la muñeca pensaba que lo que el asno quería no sería menos doloroso que lo anterior, sin embargo, ebria de placer como estaba, la muñeca se excitaba sabiendo que ahora sería violada por ese vigoroso semental que tanto la había hecho gozar con esa descomunal anatomía con la que había sido dotado por la naturaleza, y a la que pronto tendría clavada en su matriz, colmándola con todas las delicias de una lujuriosa noche de luna de miel, y sin otro espacio en su mente para pensar en las consecuencias de ese acto, la muñeca sentía que eso era lo justo, pues después de ese breve “noviazgo”, había llegado el momento de hacerlo como marido y mujer, ahora conocía bien a Don BernAsno, había probado en carne propia como eran las cogidas de burro encabronado que le daba a su muñeca de hule, y había mamado como puta enamorada su enorme dura y lechosa verga de campeonato, su cuerpo había disfrutado con la única experiencia que era capaz de simular todos los detalles de una verdadera noche de bodas sin tener que perder la virginidad, pero los ensayos de novia virgen terminaron, y ahora todo estaba listo para la prueba final de amor, poco a poco, y casi inconscientemente, la muñeca y el asno empezaban a acomodarse para el acto. Estar atada y con la cabeza colgando al borde de la cama, no era ningún inconveniente para ella, su atlético y bien entrenado cuerpo de gimnasta le permitía estar cómoda en las mas increíbles posiciones, así que con sus piernas extendidas a ambos lados del asno, y los zapatos de tacón alto aún puestos, la muñeca respiró profundamente estirando por completo su dorso para dejar expuesta su frondosa y femenina figura en señal de entrega, mientras sentía una dura y bien lubricada punta acoplándose contra su sensible y virginal vagina. Corriendo un velo a las lujuriosas escenas en las que su muñeca perdió la virginidad y Don BernAsno dio rienda suelta a su espantosa lujuria, disfrutando durante toda la noche y hasta la saciedad con ese estrecho y virginal conducto, al que dio tantos “Palos” que perdió la cuenta convirtiéndose así en su dueño, al día siguiente, muy de madrugada, Don BernAsno la ayudó a llegar a su cuarto debido a los obvios “problemitas” que su muñeca tenía para caminar. El llamado “Punto G” de su vagina había sido alcanzado y jaloneado con tanta insistencia y duración que sus piernas aún temblaban por la emoción, dificultándole el equilibrio con los zapatos de tacón alto de la muñeca que aún tenía puestos, llevaba de nuevo su bikini de dos piezas, cubierta solo por su escotado suéter azul, y una vez en la entrada de su cuarto y en medio de la total oscuridad que antecede al amanecer, Don BernAsno se colocó tras ella para darle el último apretón de cintura, con los ojos cerrados y una expresión de placer en su rostro, la muñeca dejó caer su cabeza hacia atrás mientras Don BernAsno le decía al oído: “TIENE USTED UN CULO PERFECTO GUERITA, ES USTED LO MAS CERCANO QUE HAY A UNA DIOSA, NO CABE DUDA QUE FUE DISEÑADA POR LA MADRE NATURALEZA PARA HACER GOZAR A LOS MACHOS, PERO USTED YA TIENE DUEÑO, ES PROPIEDAD DE UN ASNO SALVAJE Y YA NO PUEDE ANDAR POR AHÍ DE YEGUA TRAVIESA, AHORA TIENE LAS RIENDAS BIEN PUESTAS Y YA CONOCE SUS OBLIGACIONES, LLEVA UN ENCARGO MIO AHÍ ADENTRO PARA QUE LE HAGA COSQUILLAS TODA LA NOCHE, CUIDEMELO BIEN, LA ESPERO EL SABADO DE LA PROXIMA SEMANA, A LAS DOCE, CUANDO TODOS DUERMEN, ESE AGUJERITO SUYO QUE TANTO APRIETA TIENE QUE PRESTARMELO OTRA VEZ” Con los ojos casi cerrándosele por el sueño, la muñeca aceptó con un movimiento de su cabeza, haciéndole saber que estaba de acuerdo con sus peticiones, pero antes de cerrar la puerta de su cuarto, Don BernAsno la tomó de la nuca con una de sus manos e inclinándola un poco la acercó a su rostro para decirle: “ASISTA PUNTUALMENTE GUERITA, SI NO LO HACE VENDRE POR USTED Y LA LLEVARE DE LOS CABELLOS, NO INTENTE PASARSE DE LISTA, PUES DEBE SABER QUE CON ESTE ASNO NO SE JUEGA” La muñeca le sonrió y le dio un beso en los labios asegurarándole que iría, luego cerró la puerta y como pudo se quitó la ropa y los zapatos y se puso su ropa de dormir para casi en seguida caer en su cama de cara en la almohada tras haber recibido el tratamiento completo de una reclusa olvidada en una prisión sin ley, la pobre muñeca estaba completamente agotada por las emociones de ese día, pero complacida y satisfecha, no tardó ni un segundo en sumergirse en la más completa inconsciencia, desconectándose por completo de la realidad, y una vez que tomó un merecido descanso dominical, se levantó de la cama hasta bien entrado el día, su juvenil cuerpo se había recuperado por completo, pero para su bloqueada mente los sucesos de la noche anterior parecían haber sido uno mas de sus sueños a los que no daba mayor importancia, salvo que al tomar su baño y enjabonar sus partes intimas, comprobó con horror que tenía en su cuerpo los signos inequívocos del degenerado ataque de un asno en celo, evidenciados por la anormal abertura de sus orificios anal y vaginal, y en su boca tenía el inconfundible aroma de las hormonas concentradas de los genitales de un hombre, y con la frente clavada en la pared y el agua cayendo sobre su cuerpo, la muñeca hizo memoria de todo lo ocurrido, y acariciando la marca que tenía en su espalda, finalmente asimiló la idea de que ahora ella era propiedad del asno que había usado esos orificios para saciar su bestial lujuria, pues la alternativa era impensable para ella, con semejantes estigmas en su cuerpo y su mente ahora solo tenía dos caminos a elegir: el asno o el congal, donde sus tres orificios ahora completamente habilitados para dar servicio, tendrían una tarifa y muchas obligaciones. Y mientras hacía esas reflexiones, de pronto, la muñeca despegó su frente de la pared, cuando una extraña pero excitante sensación de mariposas que descendía como suave caricia en su interior, la hizo tocarse y oprimir su vientre, solo para ver como de su vagina brotaba el espeso y blanco semen con el cual había perdido la virginidad a manos de ese asno, y recordó como mientras lo tuvo clavado en su matriz haciéndola enloquecer de placer, correspondía sin remilgos a los fieros y lujuriosos besuqueos que Don BernAsno le daba, imitando su lujuria en cuanto éste unía su boca a la de ella. Y cuando por fin fue expelida toda la formidable cantidad de semen que rodaba muslos abajo hasta llegar a sus descalzos pies, confundida y perturbada aún por la emoción que le había provocado esa repentina e inesperada expulsión de semen, como si ésta hubiera sido una masturbación de ella, la muñeca pudo asear su cuerpo y hacer sus arreglos, al terminar cayó en un acojinado banquillo del baño, desnuda y con sus piernas separadas, ahora si estaba bien jodida, sentía que su conciencia la tenía en el banquillo de los acusados, recargada en la pared y con la cabeza baja como si contemplara sus partes intimas, pensaba en lo tonta que había sido, se preguntaba una y otra vez ¿como era posible que hubiera perdido los dos orificios?, a pesar de los dolores con los que su juguete africano le había advertido que no jugara con un asno, dejó que éste le hiciera un enculamiento, y la mostrara de cara al cielo, como trofeo de caza, luego vino lo peor, su virginidad había quedado en el tronco de esa verga de asno, y su semen guardado por toda una noche en su matriz, excitándola de nuevo al ser expulsado, la poderosa e irresistible atracción que Don BernAsno había ejercido sobre ella era la causante de todo. Aunque por otra parte, la muñeca también hacia un recuento de sus ganancias, las cuales por ser demasiado extrañas y novedosas la seguían confundiendo, pues no estaba segura de cual de sus dos orificios la había hecho gozar más, el vaginal tenía un contacto continuo del clítoris con el potente y expansivo tronco raíz de esa enorme verga, y un intimo pero electrizante “Punto G” de indiscutible excitación natural, en conjunto toda una victoria de la naturaleza femenina, mientras que “el otro” el primero que recibió al asno, parecía ser “Punto G” desde la entrada hasta donde su BernAsno alcanzara con esa torre de tumefacta y pulsante dureza con la que había atravesado su más recóndita intimidad, llevando hasta su interior un verdadero diluvio de goces y un verdadero “Tormento G”, cuyo solo recuerdo bastaba para hacerla morderse los labios y con los ojos cerrados sentir los agitados movimientos del abusivo asno procurándose el máximo de placer, y aunque muy diferentes en cuanto a la sensación de orgasmo, los dos eran entradas al paraíso, y su BernAsno era el dueño total y absoluto de ambos, aunque no menos importantes fueron esas “puñetas orales” cuyos torrentes de lujuria nadaron garganta abajo, con toda la facilidad que les podía ofrecer una garganta abierta que dejaba pasar libremente esas venidas de asno que no aceptan freno alguno, y cuyo abundante semen sabía bien que había sido producido por el obsesivo deseo que ella le inspiraba con la seductora forma de su cuerpo. Y tras hacer este breve balance de sus perdidas y ganancias, la principal preocupación de la princesa era lo que seguía, sabía bien que tendría que cumplir con la promesa que le había hecho a su BernAsno de volverlo a visitar, pues después de haberle jurado una y otra vez lo feliz que era de ser suya, no quería arriesgarse a ser llevada de los cabellos a cumplir con sus obligaciones, pero no tenía idea de que hacer la próxima vez que lo viera durante el día, finalmente se decidió por simular que nada había pasado y evitar los lugares cerrados u oscuros donde la pudiera atrapar, sin embargo todo volvió a la normalidad ese día, Don BernAsno volvió a ser el jardinero y su muñeca la inalcanzable princesa de la casa, si cruzaban sus caminos ni siquiera se miraban, no hacía falta, cada uno había ganado lo que quería y su posesión estaba bien asegurada, Don BernAsno ya no necesitaba una muñeca de hule, ni observar por la ventana de su baño, y en cuanto a la princesa de la casa, en menos de una semana comprobó que la necesidad que su cuerpo tenía de ser copulada por Don BernAsno tal y como él lo hacía con su muñeca de hule, lejos de desaparecer se había multiplicado, parecía ser que Don BernAsno había dejado en ese orificio un diablito que todo el tiempo le recordaba quien era su dueño, sin embargo esta vez durmió tranquilamente, pues sabía bien que esa juvenil ansiedad sería desahogada ese mismo fin de semana, cuando asistiera puntualmente en la oscuridad de la noche para ocupar el lugar de muñeca esclava de Don BernAsno … desde luego que con el pretexto de devolverle los zapatos de su muñeca que se había llevado puestos. Llegado el gran día la princesa de la casa había puesto un toque especial de sensualidad en su arreglo, luciendo impactantemente femenina, con un atuendo de estilizada minifalda azul oscuro, ajustada playera de amplio escote, abotonada y sin sostén, disimulando la punta de los senos bajo un delgado suéter anudado bajo las costillas, para resaltar el contorno cintura caderas, unas finísimas zapatillas oscuras de tacón alto en gamuza, con cintillas de amarre a los tobillos, y un simpático gorrito con protector de sol al frente, tal como su artista favorita … pero mejorada y aumentada Por donde quiera que la princesa pasara caminando, era un imán para los ojos de los hombres, entre los que no podía faltar Don BernAsno, ante quien se lució como pavo real, cuando en compañía de otras dos amigas de su escuela que la visitaban les mostró el invernadero, haciendo un recorrido con ellas, hablándoles en su lengua nativa, una era de Francia y otra de Italia, ella se la pasó posando continuamente frente a él para excitarlo, mostrándole todo lo que ya era suyo, luego se recostó en la orilla del estanque con el pretexto de refrescar sus piernas, acariciándolas con el agua remojada en sus manos y después lanzándole agua a Don BernAsno al darse cuenta que en ese momento él pobre asno estaba absorto con la perfección de esas piernas, haciendo reír a sus amigas a sabiendas de que eso lo tendría que pagar bien caro en cuanto cayera la noche, mientras tanto Don BernAsno en silencio seguía haciendo su trabajo de jardinería, con la maliciosa sonrisa de quien tiene una bien cargada factura por cobrar en su bolsa. Y cuando por fin llegó la ansiada noche, luego de un reconfortante baño, la princesa dio los últimos retoques a su deslumbrante belleza, para ello había conseguido un impresionante juego de lencería, en finísimo acabado color oscuro, era un arreglo especial de los que rodean las caderas para sujetar con tirantes unas oscuras y finas medias, la princesa ajusto la diminuta banda corsé a su cintura y modeló frente a su espejo, alineando cada detalle, las tenues y oscuras líneas de esa prenda estaban diseñadas para hacer un contraste perfecto con el blanco de su piel, resaltando toda curva que partiera desde su delgada cintura hasta los torneados muslos de sus piernas, enfundadas en unas finas medias oscuras sujetadas por delgados tirantes, rematando al piso con unas exquisitamente suaves y femeninas zapatillas de tacón alto encintadas a los tobillos que la hacían lucir más alta, quería asegurarse de que al primer abrazo, su BernAsno atrapara su delgado y largo cuello con mordientes besos. Con las formas que ya tenía más ese arreglo, esta vez parecía una ramera de película, el sueño dorado de todo hombre. Luego, terminó de vestirse con la misma ropa que usó durante el día, para que su BernAsno no creyera que se había preparado en forma especial para él, por último, y pensando siempre en la comodidad de su BernAsno para disfrutarla, hizo con su pelo un arreglo de esos que llaman “Cola de Yegua”, atándolo muy por encima de su nuca, para evitar que su pelo estorbase el área de su cuello, pues desde que lo vio en el invernadero, la princesa notó que Don BernAsno no se había rasurado ese día, así acostumbraba los fines de semana, y terminado su arreglo, con los ojos cerrados tocó su cuello y su plexo, recordando y casi sintiendo el trabajo que esa dura y mal rasurada barba podía hacer sobre su piel desnuda, y muy a su pesar procuró hacer un breve retraso que le pareció una eternidad antes de visitar a su BernAsno, y mientras caminaba por el oscuro patio, sentía que le temblaban las piernas, y un enjambre de mariposas recorrían sus entrañas, era la ansiedad que su cuerpo sentía por tener una vez más ese largo anchuroso y tumefacto miembro de semental enardecido moviéndose con ansia loca en su interior, sin embargo, como protocolo femenino, pensaba decirle que estaba muy adolorida, y que necesitaba una semana más, aunque sabía bien que el arreglo que había hecho con su pelo era un erótico mensaje que ella no se atrevería a expresar ni con el pensamiento, además, vestida tal y como había andado todo el día, y habiéndolo provocado frente a sus amigas, una vez que cruzara la puerta, no habría escape posible. A su llegada, la princesa sintió que el cosquilleo interno que siempre la excitaba por las noches se había vuelto terrible, y la actividad nerviosa de su cuerpo hacía que se le doblaran los tobillos, como si no pudiera equilibrarse bien en los zapatos de tacón alto, finalmente se paró erguida, respiró varias veces, como si le soplará a algo muy caliente, y se decidió a tocar suavemente en la puerta, Don BernAsno abrió, lucía como siempre, con su inexpresivo y sombrío rostro y con una fiera y dominante mirada que parecía enojo, sólo que ahora estaba envuelto en una bata de baño que cubría su imponente y velludo cuerpo, el cual con toda seguridad estaba ya enfundado con ese impresionante atuendo de cuero negro que ya conocía, y cuyo canino collar de puntas podía verse sobresalir por la abertura de la bata dejando ver también parte de su velludo pecho. Con voz quebrada y temblorosa lo saludo, y casi enseguida procedió con la devolución del calzado que llevaba en una bolsita de seda, dándole las gracias por el préstamo y disculpándose por el breve retraso, Don BernAsno extendió su mano, pero en vez de agarrar la bolsita la sujetó a ella de una de sus manos pidiéndole que pasara porque tenía algo que mostrarle, ella rehusó cortésmente, diciéndole que solo había venido a devolverle el calzado, pero Don BernAsno tomó su otra mano y la estiró, mientras ella echaba hacia atrás su trasero arqueando su cuerpo con femenina suavidad para resistirse suplicando que la dejara ir, pero Don BernAsno conocía muy bien esa coqueta sonrisa que la princesa trataba de ocultar, hasta que por fin la hizo cruzar la puerta, y una vez adentro la princesa con su rostro enrojecido por la excitación del forcejeo y con el corazón acelerado, veía como Don BernAsno cerraba con llave la puerta, y una vez encerrados, de espaldas a ella desataba el nudo de su bata. Lentamente Don BernAsno giró su cuerpo, para luego avanzar hasta quedar frente a ella, sin quitarle en ningún momento esa fiera mirada a los ojos que la inquietaba y perturbaba su control, la princesa esperaba que el asno se abalanzara sobre ella para derribarla en cualquier mueble, sin embargo, Don BernAsno parado frente a ella continuó aplicándole muy de cerca esa fiera e inexpresiva mirada, sin decir una sola palabra, lo cual era una bien aprendida técnica de interrogatorio usada en algunas prisiones, cuando la indefensa victima era encerrada con un experimentado verdugo, que con la sola mirada, luego de un rato la hacía quebrarse, confesando hasta lo que no les interesaba a los verdugos, y cuando la chiquilla estaba a punto del colapso nervioso, doblándosele a cada rato las zapatillas de tacón alto, Don BernAsno con una sutil pero maliciosa sonrisa, la tomó con suavidad y la invito a sentarse en un sofá donde la princesa acomodó su cuerpo, y perfectamente erguida como toda visita distinguida, cruzó sus bien torneadas piernas cuidando la cobertura de su corta falda. En seguida Don BernAsno procedió a sentarse junto a ella, y tomando el control de su televisor para encenderlo, le dijo que quería que viera un desfile de modas que había grabado, era una pasarela de modelos de las cuales le dijo que algunas tenían casi su edad, y que eran muy parecidas a ella, con otro control apagó la luz para que pudiera ver mejor el televisor, y casi de inmediato la princesa sintió la suave colocación del brazo de Don BernAsno sobre su espalda uniéndola a él con gran cariño, luego la beso en la frente y continuó abrazándola, hasta que lentamente ella correspondió, apoyando con suavidad la cabeza en su pecho, como si oyera su corazón, así continuaron por largo rato sin otra acción que estar calidamente unidos, para ella el tiempo parecía haberse detenido, la princesa sentía tanto placer que se derretía por dentro con esa inesperada muestra de afecto de alguien que sabía bien la podía hacer gritar de placer si iniciara el ataque, su lujurioso y degenerado dueño ahora daba el aspecto de ser un padre con su hija, la princesa cerró sus ojos, mientras con una sonrisa de satisfacción sentía en el lado de su rostro el suave calor de hombre que tanta falta le hacía, completamente embelesada, disfrutaba intensamente de cada segundo, sin embargo, la princesa sabía bien que esa situación no iba a durar por siempre, la “vestimenta de combate”, y el hecho de haber cerrado la puerta con llave, le auguraba con toda seguridad que “la noche del asno” era inevitable, y que prácticamente ella ya era suya, pero la excitaba sobremanera que estuviera ocurriendo en esa forma, lentamente primero en forma romántica, pasando del afecto al suave contacto, este novedoso y electrizante tratamiento la tenía embriagada de dicha, el mórbido ambiente de ese oscuro cuarto apenas iluminado por la tenue luz del televisor la hacían recordar el ambiente de la bodega de vinos, ahora podía sentir al “macho magnético”, una escalada erótica que servía de preámbulo al degenerado tratamiento que en secreto ansiaba recibir a manos del vigoroso asno al que había provocado todo el día. Sin poder contenerse más, y con su boca cerrada, la princesa ahogó en su garganta un fuerte gemido de placer que parecía un sofocado aullido, cuando sintió como la caliente y áspera mano de Don BernAsno pasaba por debajo de su playera, alcanzando la firmeza de sus excitados y desnudos senos, hinchados y endurecidos por la presión de la terrible excitación que tal situación le provocaba, y tratando de empujarlo suavemente con su cabeza le dijo: “No Don Ber, yo solo vine a dejarle los zapatos, lo de la otra noche… quiero que sepa que…” Pero Don BernAsno le estampó un calido y largo beso con el que atrapaba completamente su boca, y mientras hacía esto, la princesa fingía una débil y femenina defensa, durante la cual tocó por breves instantes con sus manos la rapada cabeza de Don BernAsno, sintiendo en ellas una picazón tan excitante como la de esa mal rasurada cara, ahora en contacto con su cuello, razón por la cual tuvo que soltarlo o terminaría abrazada a él, en seguida Don BernAsno pasó su otra mano de gorila por debajo de su playera, haciéndola recargarse en el respaldo del reclinado sofá y echar la cabeza hacia atrás, ahora, con ambas manos bajo su playera, el agasajo a senos y cuello empezaba a tomar forma, provocándole una emoción tan fuerte que la dejó sin habla, el ajustado y fino escote de su playera apenas unido por frágiles botones de presión se había abierto por completo, dejando al descubierto su medio cuerpo, y mientras Don BernAsno le daba succionantes besos al cuello, la sujetaba de los brazos para hacer lo propio con sus desnudos senos, con el forcejeo la playera había caído a la altura de la cintura, y el encendido asno que no perdía oportunidad, trepó al reclinado sofá, poniendo una de sus rodillas a un lado de la cadera de la princesa, y luego la otra, para quedar frente a ella, con ambas rodillas apoyadas en el mueble, y con la bata completamente abierta se pegaba a la desnuda parte del cuerpo de la princesa, haciéndola sentir como la desnuda parte de su cuerpo era presionada contra ese erecto vergón que apuntaba al cielo, poniendo en contacto también sus peludas y bien desarrolladas gónadas contra su sensible piel, haciéndola exclamar con una apagada y entrecortada voz que realmente era un femenino murmullo de placer: “!Oh Don Ber!, que es lo que me hace usted sentir… estoy tan confundida” Y mientras Don BernAsno la sujetaba con fuerza de los brazos besuqueando con furia ese delicado cuello de cisne, con su ronca y excitada voz le murmuró groseramente al oído: “!NO ME DIGA!, CABRONA… PUES A MI ME GUSTA SU CULO Y NO ESTOY CONFUNDIDO PARA NADA” Como si esa terrible frase hubiera sido el último pase que la princesa necesitara para entrar al mundo de lujuria de Don BernAsno, a partir de ese momento quedó completamente quieta, con la espalda recargada en el sofá y la cabeza caída hacia atrás de cara al cielo, con los ojos cerrados y los brazos caídos, completamente inmovilizada por el placer, mientras el abusivo asno completamente encaramado sobre ella continuaba dando rienda suelta a su bestial lujuria, Don BernAsno la sujetó de la cabeza con ambas manos y la besó por largo rato en la boca, aspirando extasiado la frescura de su aliento, luego colocándola con los brazos extendidos en el respaldo del sofá, succionó a su antojo cada parte de ese exquisito y femenino cuello que estaba a su completa disposición, y dio lujuriosos besos y caricias a toda parte desnuda del expuesto cuerpo de su princesa, arrancándole sofocados chillidos de placer sin que se atreviera a mover ni un solo dedo. Luego de un severo agasajo, Don BernAsno la sujetó con fuerza, presionándola contra el respaldo del sofá, mientras hacía instintivamente los movimientos a los que estaba acostumbrado, frotando con fuerza su descomunal aparato reproductor contra la desnudez del cuerpo de la princesa, el canino proceder de Don BernAsno le recordaba plenamente lo que ya había hecho con ella, y aunque los fornicantes movimientos estaban siendo hechos contra su desnudo plexo, ella los sentía con toda claridad en lo mas recóndito de sus entrañas, lo cual la hizo exclamar agudos gemidos de placer que parecían sollozantes quejas de dolor que acompañaban rítmicamente a cada impulso que el asno hacía, simulando con ella los impactos de entrada de un furioso enculamiento, hecho con la misma brutalidad, rudeza, y falta de cuidado que ya había experimentado en carne propia cuando se hizo pasar por su muñeca de hule. Finalmente el asno paró de moverse, y suspirando aliviada la princesa volvió a dejar caer su cabeza hacía atrás, con los brazos extendidos y apoyados en el respaldo del sofá, dejando su cuello expuesto, mientras Don BernAsno continuaba manteniéndola firmemente presionada contra su enorme, caliente, y pulsante verga parada a reventar, entonces Don BernAsno inclinó su rapada cabeza y acercándose a su princesa, la volvió a tomar por el cuello con ambas manos, y mientras la princesa no se atrevía ni a abrir los ojos, con una maliciosa sonrisa Don BernAsno colocó su rostro frente al de ella, para observar en detalle todo gesto del expresivo rostro de su princesa mientras continuaba con el tormento mental: “ASÍ SE CULEA GUERITA… NO ME DIGA QUE LE DOLIÓ AQUELLITO NOMAS DE ACORDARSE… NO SERÁ QUE TAMBIÉN SE ACORDÓ DE COMO LA HIZO GOZAR ESTA VERGA… CABRONCITA USTED YA ME CONOCE GUERITA Y SABE MUY BIEN LOS PALOTES QUE LE PUEDO DAR, LAS PROXIMAS JALADOTAS ME LAS VOY A DAR CON ESE AGUJERITO SUYO QUE TANTAS COSQUILLAS LE HACE POR LAS NOCHES PERO DESDE LUEGO QUE PRIMERO TENDRÁ QUE CHUPARME LA VERGA CON ESA BOQUITA DELICIOSA QUE YA SABE COMO HACER PUÑETAS, ESOS LABIOS DE ESTRELLA DE CINE Y ESA LENGUA DE FUEGO QUE HABLA EN TRES IDIOMAS TENDRAN QUE DARLE UNOS CHUPETONES DE SACA LECHE A ESTA VERGA DE ASNO YA VERA CANIJA PRESUMIDA, COMO PRONTO GRITARÁ Y CHILLARÁ DE PLACER A MANOS DE UN ASNO SALVAJE QUE NO SE CONFORMA CON UNO NI CON DOS” Con su cara atrapada por las manos del asno, los ojos cerrados, y la respiración agitada, la princesa se retorcía de placer al escuchar esas sentenciosas y vulgares frases, cada una de esas palabras expresadas por el grosero asno, hacían en ella un trabajo interno que le era imposible disimular, y sabedor del estado emocional que le había provocado a su princesa, Don BernAsno puso una de sus manos en la nuca de la princesa, y su cabeza fue atraída, hasta que su cara quedó pegada al velludo pecho de Don BernAsno, y sin poder contenerse más, y con una expresión facial que parecía sufrimiento, gimiendo y casi gruñendo la princesa restregó su rostro contra la velluda piel que tenía frente a ella, en seguida Don BernAsno la sujetó de los cabellos, para deslizar su cabeza o mejor dicho sus labios por su velludo cuerpo, y mientras lo hacía podía sentir como la princesa sacaba la lengua para acariciar la velluda piel que sus labios tocaban, pronto la llevó hasta el bajo ombligo, donde acarició y succionó la mata de pelo y la raíz de su dura verga, luego los lados de la misma, después la parte baja, y para dondequiera que Don BernAsno colocara esa dócil cabeza que sujetaba de los cabellos, los labios de la princesa hacían una suave y femenina succión, y sin grandes esfuerzos, lentamente fue llevada hasta las oscuras y colgantes gónadas a las que dio un masaje oral de los más completos, para luego hacerla subir con esa misma succión hasta la endurecida punta de esa enorme verga en brutal estado de erección y cuyo lubrico y espermatorreico blancor empezaba a erupcionar por la punta, lo cual en forma natural es una visión que excita hasta la locura a una chica que está completamente poseída por el deseo, y sin más recato ni pudor y con movimientos de cabeza que delataban por completo su estado emocional, la princesa embarró sus labios y buena parte de su rostro con la viscosa y caliente espermatorrea que manaba lentamente por la punta de esa erecta verga, como la cera de una vela encendida, para luego darle entrada en su boca a la dura punta, lo cual hizo lentamente, acomodando con cuidado sus labios al ganar terreno, y durante un rato, la princesa acarició esa lechosa punta como si sus labios y su lengua se movieran expresando palabras que jamás se atrevería a pronunciar, y sin más remilgos, la princesa se dio a la tarea de atrapar cuanto cabía en su boca de esa enorme y negra verga calibrada con la misma presión de una llanta de trailer, deslizando sus labios desde la henchida y dura punta hasta el medio tronco, iniciando lentos movimientos de vaivén con su cuello. Para Don BernAsno era un placer de dioses sentir a todo lo largo de su hinchado miembro los labios de una princesa excitada por el deseo, haciéndole una masturbación oral que no dejaba nada a la imaginación, y en un momento dado la princesa succionó con mucho más fuerza y profundidad, la chica estaba dispuesta a ser espermada por cuanto semen quisiera arrojarle su BernAsno, pero la brutal y súper abundante descarga inicial de semen que ese asno podía lanzarle a chorros no era para esa dulce y deliciosa boquita, Don BernAsno tenía otros planes para ella, pues sabía bien que la chica tenía otro pibe más urgido de ese alimento, y con el que también tendría que ajustar algunas cuentas, e interrumpiendo la que prometía ser una puñeta de lujo, cargó el frágil cuerpo de su princesa para llevarla hasta su recamara. Desde que su BernAsno la atacó en el sofá, la entrega de la princesa había sido tan total y absoluta que no había movido para nada sus extremidades, pero no fue sino hasta que el asno la colocó en su cama que la princesa comprobó con horror que por más esfuerzos que hiciera no le era posible mover un solo músculo, el erótico tratamiento que había recibido desde el principio, más el brutal agasajo en el sofá, habían impactado a tal nivel su sistema nervioso que el placer desconectó temporalmente la movilidad muscular de sus extremidades, ahora se sentía como una verdadera muñeca de hule, tal era el deseo subconsciente de sus alocados sueños que ahora se habían hecho realidad. Y una vez despojada de su fina ropa y acomodada en la posición deseada, el asno caía sobre ella, mugiendo y casi babeando de placer ante la visión del desnudo cuerpo de su princesa adornada con la más fina lencería que solo había visto en documentales de moda, y que haciendo juego con unas finísimas zapatillas de tacón alto encintadas a los tobillos, resaltaban al máximo las femeninas formas de su princesa, era el tipo de lencería que no necesitaba quitarse para el acto, y cuyo diseño totalmente plegado a la piel no estorbaba para nada, y sin poder moverse y con el ansioso asno acomodándose sobre ella, la chica se mordía los labios mientras sentía como éste repetía paso a paso cada una de las acciones de la vez anterior, y una vez lubricada como el asno acostumbraba, la princesa volvía a pasar por todos los rigores de un feroz enculamiento que ya había empezado y no pararía hasta la fecunda y total consumación, para la cual eran inevitables los rudos y salvajes movimientos de asno en celo que ya conocía, pero esta vez no había tenido ninguna práctica previa con su juguete africano, y la brutal abertura que tanto la había preocupado en la ocasión anterior estaba completamente cerrada, lo cual duplicó el dolor de la penetración, pero también el placer de la misma, y con la frente clavada en la cama y los parpados apretados, la princesa sentía como si fuera la primera vez que recibía a Don BernAsno en sus entrañas, hasta que finalmente y tras vencer las mil dificultades que se presentaron, la princesa experimentó la delicia de tener al asno en plenitud de funciones llegando hasta la parte interna de su ombligo, haciéndola sentir en todo momento como doncella recién desflorada, victimada por un enardecido e insistente acosador que conocía sus más intimas debilidades, y sin haber emitido más queja que un sofocado gemido, la princesa derramaba lágrimas de luna, producto de un ovulante deseo de entrega que pagaba con dolor, era como la protesta callada de una geisha que muere envainada por sable negro de incomparable dureza y calidad, y una vez ganchada y asegurada por el asno, el lampiño trasero de la princesa era presionado con furia por el enardecido asno, en un continuo e instintivo esfuerzo por adentrarse cuanto podía, hasta que finalmente se calmó, echando el peso completo de su cuerpo sobre ella, y con los escasos movimientos que la princesa podía hacer con el arco de su espalda, trataba de buscar el mejor acomodo posible para el asno que excitado insistía en pegar por completo su pesado y oscuro cuerpo al de ella, embonando perfectamente su barriga en la parte baja de la espalda de su princesa, y su velludo pecho contra el resto de la misma, y al igual que la vez anterior, durante los acomodos el asno había aprovechado la primer oportunidad para pasar sus antebrazos bajo el abdomen de su princesa, para empezar a abrazarla con rabioso deseo, acción con la cual ambos quedaban con sus cuerpos perfectamente acoplados, como las piezas de un molde hecho a la medida, y mientras el asno rociaba de besos y cariños la nuca y la espalda de su princesa, ésta experimentaba en todo momento el calor de las peludas y colgantes gónadas en contacto continuo contra su excitada vulva, debido al instintivo y persistente esfuerzo del asno por asegurarla. Fue en esas complicadas condiciones que la princesa se dio cuenta de que al mover el arco de su espalda podía mover al pesado asno, haciéndolo deslizarse sobre ella como si éste se moviera por su cuenta, alguna vez vio a su artista favorita hacer esos movimientos en una cama de agua, ahora sabía para que servían, y con el pretexto de seguir acomodándolo, la curiosidad de la princesa la llevó a ejecutar con su columna una ondulación que hizo que el asno se meciera suavemente sobre ella, pero bastó tan solo ese intento de movimiento para que la princesa quedara inmóvil y con la boca abierta, absorbiendo aire con el mismo gemido de quien sale del agua, era el efectivo y doloroso “calambre Africano” que la había dejado completamente postrada y sin movimientos, y aunque la sensación era deliciosa, una vez más se daba cuenta de que no era posible aplicárselo por su propia voluntad, después de todo, sentir la entrada de su delicado y fino conducto brutalmente dilatado por la expansiva hinchazón de esa excitada verga, cuyos potentes latidos podían sentirse desde la raíz hasta la endurecida punta, ya era para ella toda una recompensa, sin embargo, sabía bien que en cuanto el asno empezara a restregarse para hacerle un “abreculos”, la haría enloquecer de placer, lo cual ocurrió tan pronto como terminó de pensarlo, y con sus largas y bien torneadas piernas extendidas a ambos lados del asno, y con la frente clavada en la cama, gimiendo y casi chillando, la princesa sentía como las imitaciones de púas de los brazaletes de Don BernAsno se clavaban bajo sus costillas, haciéndola sentir como reloj de arena, mientras cada uno de los lentos pero insistentes remolineos con los que el asno forzaba su elástica carne para que atrapara por completo el velludo pelambre de esa enorme verga, arrancaban desde su garganta espontáneas y femeninas quejas de placer. “Mhh… ¡Oh Wey!… ¡Oh Por Dios!… ¡Oh!… ¡Auu!… ¡Dios Mío!… ¡Creo que voy a morir!” La terrible práctica del “abreculos”, que ahora sabía bien era del todo necesaria para darle facilidad a los vigorosos movimientos que vendrían a continuación, la hizo recordar la primera vez que vio a Don BernAsno hacerle eso a su muñeca, y pensaba que si alguien los observara en ese momento, vería lo mismo que ella vio desde arriba, una oscura y robusta masa, mecerse y retorcerse sobre la blanca y lampiña figura de una exuberante y virginal chica de increíbles formas, cuyas extremidades a pesar de estar extendidas dejaban apreciar que ella era ligeramente más alta que el enardecido asno que apretaba con furia su delgada cintura, haciendo un gran contraste entre ese calvo, obeso y velludo hombre enfundado en cuero, contra la delgada, femenina y bien proporcionada figura de la chica que tenía bajo su completo dominio. Ahora, la princesa estaba exactamente en esas mismas condiciones, completamente inmovilizada y a merced del abusivo asno que pronto empezaría a moverse con ansia loca, y no pararía hasta que la acción preñadora pusiera fin a esos dolorosos movimientos y el asno quedara satisfecho reposando sobre la espalda de su princesa, hasta que llegara el antojo de la siguiente embestida. Con la cara en la cama, la princesa ahogaba las quejas de placer que salían desde su garganta, al sentir como su BernAsno le jaloneaba el alma con la característica ansiedad del macho urgido por descargar ese vital contenido que no acepta freno alguno, y que era la causa de la terrible hinchazón de esa enorme verga, sin embargo pasaría un buen rato antes que el enardecido asno gruñera con furia, arrancándole a su princesa los atormentados gritos del supremo placer con los que anunciaría los torrentes de semen con los que el asno la arrastraba de nuevo a un orgasmo continuo. Las cosas continuaron con su delicioso curso, repitiendo una y otra vez esas interminables y lujuriosas noches de “Luna de Miel” que me cambiaron por completo el modo de caminar, pues ahora era el doble de provocativa que antes, y mi BernAsno ya me había prohibido varias veces que hiciera esos movimientos al caminar, pues como todo hombre quería que su muñeca fuera una reina en el exterior y una puta bien hecha en la alcoba. En una ocasión, me llevó a la bodega de la que él tenía llave, para “estirarme la rienda”, tomándome de los cabellos de la nuca, y apuntándome con su dedo índice al rostro, me dijo que no le gustaba que su muñeca fuera tan coqueta, el pobre tenía miedo de que se la fuera a ganar otro asno, pero yo no podía hacerlo de otro modo, en cuanto me descuidaba lo hacía sin darme cuenta, pues esa era mi forma natural de moverme, lo que me hizo ganarme algunos azotes con el cinto, los cuales debido al cuidado y suavidad con que los aplicaba pretendiendo asustarme, sólo lograban excitarme, en realidad mi piel era mas resistente de lo que imaginaba, y sentir el quemante golpe de su cinto lamiendo mi espalda, lejos de ser el castigo que parecía era algo que me provocaba las mas increíbles sensaciones de placer, así que mientras lo hacía yo le arañaba la mano con la que me sujetaba de los cabellos y le decía palabrotas para hacerlo enojar, y en esa forma conseguía que aumentara el castigo a su rebelde muñeca, lo cual pronto se convirtió en una práctica que yo manipulaba a mi antojo sin que él se diera cuenta. Para conseguir eso, en vez de tomar la actitud complaciente que él quería, hacía exactamente lo contrario, adoptaba la de la altiva y orgullosa reina que él había conocido, así que durante toda la semana lo ignoraba haciéndolo sentir que su muñeca se alejaba, luego pasaba a propósito por su casa en mi bicicleta, ataviada con sugestivas prendas, sin voltear siquiera a verlo, lo que provocaba que prácticamente me secuestrara durante las oscuras noches de fin de semana, entrando a mi cuarto que estaba justo a la salida del patio de la alberca, para llevarme de los cabellos hasta su casa, sabedor de que yo era tan culpable que no haría ningún ruido que me delatara, haciendo de su victima su cómplice, la que una vez encerrada en su casa era castigada como ramera rebelde, primero con severos regaños y excitantes amenazas de castigo, que lejos de atemorizarme parecían hacerme cosquillas en todo el cuerpo, mientras en silencio, yo continuaba resistiéndome en todo momento a ser besada o agasajada, como si eso me desagradara, haciendo que el acto pareciera más una escena de abuso sexual que una relación de amantes, yo sabía bien que nada era mas placentero para mi BernAsno que abusar de esa altiva, orgullosa, y presumida reina, y para eso mi BernAsno era un verdadero sátiro, abusivo y degenerado, que no paraba hasta salirse con la suya, haciendo uso de cuanta sádica fantasía estuviera en su imaginación, incluido el azote, para el cual ataba las manos de su muñeca tras la espalda, pero en la forma “dura”, uniéndole las manos a los codos, en esa forma evitaba los rasguños en la mano con la que la sujetaba del cabello mientras la mantenía de rodillas en el suelo y con una venda en los ojos, el brutal tratamiento, que sin duda era el que daba a las indefensas reclusas de la prisión donde trabajó, terminaba por desatar la locura hormonal en el cuerpo de su muñeca, que presa de un incontrolable ataque de lujuria, y sin poder disimular más su deseo de ser poseída, era levantada del suelo para ser atrapada de frente por un apretado abrazo, y con los pies bien separados del piso, y atada como estaba, era llevada hasta la recamara, para ser usada por el vigoroso asno como muñeca de hule, primero de pie y con la frente apoyada en la pared Don BernAsno se clavaba en su interior con gran habilidad, empujón, tras empujón, siempre hasta la raíz, haciéndola sentir como ramera de cantina, que enculada por uno de sus clientes, era fornicada de pie, en un baño de cara a la pared, sin embargo, la cornación de cara a la pared, solo era el comienzo de la brutal faena, pues una vez ganchada, la muñeca era asegurada por un férreo abrazo a su cintura con el que la obligaba a caminar por todo el cuarto para que encontrara la cama, dándole una mordida en la espalda cada vez que fallaba, aprovechando la breve pausa para moverse tras la chica con canina ansiedad, paso a paso, con las manos atadas, con los ojos vendados, y con el asno resoplando en su espalda, la muñeca cruzaba una y otra vez el cuarto con el asno a cuestas que enardecido por la excitación, la abrazaba con tal fuerza y pasión que la excitada muñeca se mordía los labios ahogando en su garganta toda queja de dolor para impedir que el lujurioso asno se compadeciera de ella y detuviera ese desfile de exquisitos tormentos que tanta falta le hacían a su juvenil cuerpo, y que el marrullero asno sabía muy bien como aplicar, hasta que sus tobillos tropezaban con un improvisado colchón sobre el suelo y caía con el asno en su espalda poniendo fin a esa caminata de castigo, pero solo para acomodar de la mejor manera posible al pesado asno en su espalda mientras esperaba la segunda parte del castigo, que el ofendido asno reclamaba con rebuznantes gruñidos, los cuales se asemejaban a los de un fiero combatiente a punto de iniciar una feroz pelea, pues como experto en lucha olímpica que había sido, Don BernAsno sabía como hacer esos ruidos para atemorizar, y en este caso para excitar a su indefensa muñeca, con el anuncio del inevitable precio que tendría que pagar en desagravio a su falta, así pues, Don BernAsno desataba las manos de su muñeca dejándola en aparente libertad, solo para poder hacer hábiles demostraciones de su poderío y dominio con la indefensa y rendida muñeca, aplicándole castigos de baja intensidad que en realidad eran mas psicológicos que físicos, con esas manos de gorila que le arrancaban sofocados y femeninos gemidos del doloroso placer que ahogaba en la almohada mientras sentía como cada uno de los fieros y dolorosos agarres de castigo que ponían a prueba su resistencia, lentamente reducían su intensidad hasta convertirse en una libidinosa y relajante caricia que la hacía gritar de placer como si realmente estuviera sufriendo, mientras escuchaba como el asno fingía gruñir enfurecido como si realmente estuviera esforzándose para hacerle daño a un poderoso rival, pero como todo buen verdugo, el lujurioso asno ignoraba por completo los gritos de su victima mientras administraba con la paciencia de un inquisidor ese prolongado, fino, y doloroso tormento, que estaba destinado a curar la desobediencia de su rebelde muñeca, y con el cual normalmente terminaba provocándole severos orgasmos que la dejaban como muerta, sin otro signo de vida que una tranquila respiración de hembra satisfecha. Por lo menos una vez al mes, la muñeca se encargaba de provocar esa alucinante situación, la cual funcionaba bien para ella, y solo lo sentía por su BernAsno, que a veces parecía sentirse arrepentido de tratarla así, el pobre no podía comprender que su muñeca lo estaba utilizando en esa forma, para evitar la culpa que le producían los intensos placeres a los que la sometía, pues por increíble que parezca, ese tratamiento le permitía disfrutar y gozar de cada entrega amorosa, como si se tratara de la primera vez, y su efecto persistía durante largo tiempo, era como si su conciencia le dijera: Muy bien “Niña Mala”, ya pagaste por adelantado tu falta, ahora si, tienes derecho a gozar todo lo que quieras sin temor a represalias de mi parte. Era la misma razón sicológica por la que las prostitutas tienden a caer subyugadas por el dominio de un hombre mayor que sustituye la imagen paterna a la que sienten que le han fallado. Para ellas él es: “Papi autorizándome toda la libertad que mis instintos exigen, porque me ama”, y cuando es maltratada por él, entonces se trata de: “Papi castigándome por ser niña mala, me lo merezco”. Durante un tiempo todo parecía marchar sobre ruedas y sin tropiezos para esta muñeca, sin embargo hubo una ocasión en que Don BernAsno tuvo que salir de viaje por negocios de la hacienda, ausentándose por un par de meses, tiempo en que la muñeca tuvo que soportar la necesidad que su cuerpo tenía de ser copulada, sobre todo durante las tranquilas y pacificas noches de ese campestre lugar, donde podía sentir como le circulaba fuego por las venas, y el silencio de la noche era roto por los insistentes rebuznos que se escuchaban en la campiña, los cuales eran interpretados por su mórbida imaginación como un llamado de la naturaleza para el apareamiento, y tenía que resistir el tormento de sentirse obligada por sus entrañas a atender con urgencia el rebuznante y primaveral llamado del macho en celo. La muñeca sabía bien que todo eso era obra del diablito que le había despertado Don BernAsno, y que ahora corría libremente por su cuerpo provocándole una necesidad que ya no podía ser engañada con una simple masturbación, pero conseguir lo que necesitaba no era propio de una jovencita como ella, que estaba obligada a soportar la difícil situación de guardar una apariencia angelical, cuando sus emociones eran las de un demonio. No era fácil controlar a la puta que había bajo su piel cuando al pasearse por los establos en construcción era abordada por alguno de los atrevidos albañiles que trabajaban en la finca, quienes con el pretexto de ayudarla a cruzar algún área de trabajo, no perdían oportunidad para tocarla en la forma que fuera posible, sentir en sus brazos y espalda las ásperas y calientes manos de trabajo de esos hombres le provocaba tal emoción, que simulaba desequilibrarse con su acostumbrada gracia femenina, para ser sujetada con fuerza por ellos, soltándose con una sutil sonrisa en cuanto pretendían ganar terreno, comparada con su atractiva madre, ella era para ellos como la cachorro de leona a la que podían tocar con confianza antes de que se convirtiera en la fiera que los podría poner a raya con la sola mirada. Sin embargo, la muñeca sabía bien que en alguno de los establos de esa área en construcción había un burrito miniatura, que era el que hacía esos ruidos que tanto la inquietaban por la noche, este pequeño era un verdadero capricho de la naturaleza que no servía para ningún trabajo, pero que a ella si podría servirle para resolver su problema, pues en su inquieta y lujuriosa mente tenía el conocimiento de que este tipo de bestias eran usadas para ese servicio, y de que eran muy efectivos, cosa que no dudaba, pues ella misma lo había visto en varias ocasiones montarse sobre los bultos de grano para gancharlos, gruñendo con furia cuando encontraba la abertura para abrirlos, adentrándose cuanto podía, luego, durante todo el acto les aplicaba un fuerte abrazo que los dejaba con la forma de un reloj de arena, y divertida veía como los bultos violados por el pequeño y malvado burro quedaban escurriendo su espeso semen casi hasta el extremo contrario del bulto, debido a la tremenda presión y abundancia con la que éste manaba de su largo miembro, y en secreto, pensaba en lo que este lujurioso animalito podría hacerle a una muñeca de carne y hueso, desde luego que no sería tan cómodo como hacerlo con Don BernAsno, amen de que estaba enterada de que se requería de ciertos aditamentos deportivos para protegerse, tal y como lo había visto en un video, en el que se mostraba como uno de estos pequeños enloquecido de placer con una chica a la que traía ganchada, literalmente paseaba a su victima por todo el cuarto, buscando como todo macho el mejor y más firme acomodo para inmovilizar a su hembra, la cual a pesar de ser una exuberante y bien desarrollada chica de aspecto nórdico, en comparación con el pequeño y humilde burro, era gobernada con toda facilidad por ese pequeño, cuyas ventajosas armas para dominarla eran su potente y largo miembro, alojado por completo en la región rectal, y un férreo abrazo a su cintura, del que no había forma de librarse, así que sujetada y ganchada en esa dolorosa forma, el femenino y escultural cuerpo de Venus estatuaria de esa singular chica, era llevado de aquí para allá como si fuera una muñeca de trapo, incapaz de oponerse a los caprichos de su atacante, unas veces contra la pared, y otras contra el piso, gruñendo con furia y tironeando a su victima por la cintura, el indeciso burro la cambiaba continuamente de un lugar a otro. Es muy posible que debido a su tamaño, estas posesivas y dominantes criaturitas tuvieran la necesidad de dejar muy en claro quien mandaba, como si ésta fuera una condición exigida por su naturaleza para transmitirla y heredarla a su descendencia durante el apareamiento, así que sin ninguna prisa por terminar, el burro tranquilamente se tomaba varios minutos con ese juego, en el que solo hasta quedar satisfecho con la docilidad de su victima, o tal vez hasta que ya no aguantaba mas la excitación que le provocaba el dominio que ejercía sobre ella, apoyaba su peludo pecho contra la desnuda y bien torneada espalda que le servía como soporte, para moverse tras la chica, deleitándose con agitados movimientos de entrada y salida, hasta saciar sus bestiales ansias de hacer burritos, no una sino varias veces, y durante las breves pausas en las que le daba un respiro para recuperarse, aprovechaba para acariciar y acomodar con su peluda y resoplante nariz el dorado y liso cabello de su excitada victima, para casi en seguida continuar abusando de ese cuerpo perfecto que tenía en su poder, y en su fantasiosa mente, la muñeca se imaginaba a si misma durante una oscura y fría noche de terrible tempestad, caminando hacia el establo como solo ella sabía hacerlo, con sus protectores de rodillas deportivos y su casco de ciclista puestos, para ofrecerle a ese infeliz bruto que estaba condenado a vivir sin aparearse, un manjar de incalculable valor, imaginaba que acomodaba su cuerpo sobre una pila de sacos de trigo que dieran la altura necesaria para apoyarse contra estos, descansando sobre sus protectores de rodillas, mientras esperaba el apretado abrazo seguido de la inevitable cornada y de las indescriptibles emociones que esa salvaje criaturita le podría arrancar como recompensa por servirle de burra, tal y como lo hacía la chica del video, a la cual el fiero burro arrancaba genuinas y espontáneas expresiones de placer que serían muy difíciles de fingir para una actriz, mientras era mantenida de cara al piso y abrazada a uno de los postes del corral, debido a la difícil posición que le había impuesto el burro mientras repasaban la lección de “quien manda”, y mientras la cámara enfocaba su hermoso rostro cubierto por un antifaz, podía apreciarse como sentía aproximarse la llegada del burro, debido a los gestos que hacía, así como a las casi involuntarias expresiones que escapaban desde su garganta como sofocados gemidos de placer, al terminar ambos quedaban en el suelo postrados por el éxtasis, el burro completamente inmóvil, mientras la chica aún hacía contracciones con su cuerpo moviendo al pesado burro hacia delante y hacia atrás, hasta quedar exhausta, sin embargo, el burro no dejaría de aplastarla hasta que perdiera por completo la rigidez de su largo miembro, amen de hacerle dos o tres travesuras mas de su repertorio, luego, la cámara se retiraba para que se apreciara por completo el dantesco cuadro, pareciera que ese drama venéreo representaba un pequeño pago que una especie le hacía a otra por haber abusado de ellos durante tantos siglos como bestias de carga, ahora estos pequeños debido a sus adecuadas dimensiones y a su infalible método para provocar placer, eran los encargados de cobrar por su milenario trabajo. Ahora, la muñeca sabía que el truco para manipular a estos pequeños consistía en luchar como fiera contra ellos, y después soltar por completo toda su frágil y femenina figura, haciéndolo sentir que había ganado. Y aunque hubo noches ideales en las que el insistente llamado de ese lujurioso amiguito casi logra vencer su voluntad, la muñeca continuaba resistiéndose, pero finalmente fue la naturaleza quien terminó por quebrantar esa frágil voluntad, y durante una de esas tormentosas noches de la temporada de huracanes, con la respiración agitada y con el corazón latiendo como tambor, la muñeca llegó hasta las puertas del establo con sus aditamentos deportivos puestos, mientras el ruido de la fuerte lluvia que caía como diluvio, y los ensordecedores relámpagos, la tentaban ofreciéndole la invaluable oportunidad de cubrir los agitados gritos de angustioso placer que sabía bien ese pequeño sería capaz de arrancarle si lo dejaba descargar en sus entrañas la bestial lujuria que lo atormentaba, y mientras se decidía, tragaba saliva con dificultad, al darse cuenta de que el inquieto y ansioso burro había captado su presencia en la entrada del establo, hacía varios días que lo tenían encerrado en ese lugar debido a las travesuras que hacía, y por entre las rejas de su corral resoplaba con impaciencia observando con lujuriosa atención la imponente y femenina figura de esa presumida diosa a la que había rendido, pues como animal que era podía ver las emociones humanas, y ahora sabía que lo que había atrapado con su anzuelo era nada menos que “el premio mayor”, una verdadera cena de lujo que no debía escapar por ningún motivo, razón por la cual permanecía tranquilo y silencioso, tratando de inspirar confianza a su victima, sin embargo, lo delataba su agitada respiración, que podía verse por el vapor que exhalaba evidenciando la tremenda temperatura interna a la que se encontraba su cuerpo, pero luego de un rato en el que la larga espera empezaba a impacientarlo, instintivamente ejecutó con su cuerpo un vigoroso movimiento dorsal con el que se dio un fuerte golpe en la panza con su largo miembro, con esto le hacía saber a la muñeca que “la de hacer burritos” estaba lista y disponible para ella, y aunque la muñeca sabía bien que ese pequeño cobraría muy caro la prolongada espera a la que lo estaba sometiendo, una parte de ella ansiaba ser castigada por ese salvaje y despiadado burrito, y recibir en sus entrañas la fenomenal mecateada que acostumbraba darle a los bultos de trigo, y mientras ajustaba a su cintura y tórax la apretada faja del chaleco que usaba como gimnasta, el cual era recomendado por el video para minimizar el efectivo y doloroso “Estirón de la Obediencia” con el que estos pequeños doblegaban la rebeldía de sus victimas, otra parte de ella le decía que una vez capturada y colocada en posición por este pequeño, no habría marcha atrás, y que ese largo y anchuroso miembro cuya tremenda hinchazón primaveral lo mantenía casi pegado a su panza, invariablemente sería clavado contra lo único que estaba a esa altura, y que una vez internado en sus entrañas, no la soltaría hasta quedar deslechado a mas no poder y la hinchazón primaveral aliviada por completo. Finalmente la muñeca se acobardó y regresó corriendo a su cuarto, una vez adentro, recargó su espalda en la puerta para cerrarla mientras se deslizaba al piso con los parpados apretados, sufriendo tanto como ese pequeño, cuyo enojo se podía escuchar aún con la lluvia, esta vez había ganado la batalla, sin embargo sabía bien que la guerra estaba perdida, pues faltaba menos de una semana para que se presentara su periodo de ovulación, que sería justamente la noche en que estaba pronosticada la peor tormenta tropical de la temporada, y cuando eso sucediera no habría para ella mas remedio que rendirle cuentas a este amiguito, que emprimaverado y sin riendas como estaba a causa del prolongado encierro, y ansioso por dar su primera cogida, no tendría clemencia para aplicarle un feroz enculamiento colmado de bestiales orgasmos con los que la haría pagar por todas las veces que lo rechazó, así que por lo pronto decidió esperar confiada en que soportaría el paso de esos días hasta que su BernAsno llegara, el cual tardó casi un mes más de lo esperado. Cuando Don BernAsno regresó a la hacienda, las cosas volvieron a la normalidad, y a pesar de que la muñeca tenía preparado y actuado un cuento fantástico y sumamente convincente, su BernAsno haciendo uso de esa gran madurez que otorga la edad, jamás le preguntó nada acerca de las mordidas de burro que tenía en su espalda, y solo se dedicó a amarla como siempre lo había hecho, pues nada era mas importante para él que estar de nuevo con su amada muñeca, esto la hizo sentir por primera vez el calor y la protección de alguien que era capaz de amarla tanto como para perdonar sus debilidades humanas, las cuales a fin de cuentas, habían sido implantadas por él mismo. Sin embargo la vida nos lleva de un lugar a otro, y tras los festejos de mis quince primaveras, mis padres me mandaron a estudiar al extranjero, la noche antes de mi viaje la pasé con mi BernAsno, y le aseguré que jamás lo abandonaría. Por la madrugada, antes de salir de su habitación a modo de broma le dije a su muñeca de hule: “Te lo encargo hermana, cuídalo y quiérelo… llévalo al Paraíso”. Don BernAsno me abrazó tan fuerte que me tronaron todos los huesitos del cuerpo, y me beso durante tanto rato que tuve que separarlo de mí o me lo tendría que llevar de equipaje. El tiempo pasó, en verdad miles de cosas pasaron, y cada vez surgían nuevos compromisos y retos que ocupaban mi mente por completo, con innumerables tropiezos iniciales había logrado hacer grandes cosas, pues en algún momento cuando me sentí derrotada y triste tratando de recordar todo lo que amo y no tengo, encontré algo que cambio el rumbo de mi vida por completo, descubrí que con solo cambiar los términos de la petición, la oración de Don BernAsno servía para atraer como imán las cosas que amamos pero que siempre están fuera de nuestro alcance, no soy religiosa, pero creo que eso mas bien tiene que ver con formulas de inducción mental, pues en poco tiempo logré realizar una de mis mayores ambiciones, algo para lo que muchas nacimos pero que muy pocas consiguen, las semanas se convirtieron en meses, y un buen día, cuando por fin encontré la oportunidad de visitar mi país y mi hacienda, surgían de nuevo los recuerdos, y mientras el vuelo y los tramites de aduana transcurrían, pensaba en mi BernAsno, el dueño de mis tres virginidades y a quien tendría que rendirle cuentas a mi llegada, pues yo no había tenido actividad sexual en todo ese tiempo y pensaba que mi encuentro con él sería igual de doloroso que la primera vez, pero no me importaba, tenía ansias de ser atormentada de nuevo por esa verga de asno que no conocía la clemencia, y quería darle la sorpresa, decirle que su muñeca fue seleccionada para participar en la “Primera Línea” de la exclusiva pasarela “Victoria’s Secrets”, y que esta vez tendría en su cama a una autentica “Súper Modelo“ para hacerle todo lo que él quisiera, después nos iríamos a una playa donde podría presumir con su chica paseándola con una deliciosa tanga, la cercanía de esa situación y la vibración de las ruedas del avión al posarse suavemente en tierra me produjo unas cosquillas que ya me eran bien conocidas. Al llegar a mi pueblo muy temprano me recibió mi familia, los sirvientes de la casa estaban felices de que la princesa había regresado, pero mordiéndome los labios por la ansiedad y casi sin discreción volteaba continuamente hacia el área donde habitaba mi BernAsno, pero no lo veía, en fin, pensé que andaría ocupado en el pueblo cercano. Luego, cuando mi madre organizó el desayuno casualmente vio que hacía falta cierto condimento, y de inmediato vinieron a mi mente los recuerdos de la bodega de vinos, y con el mayor disimulo le dije a mi madre que le pidiera a Don Bernardo que lo trajera, ya que seguramente él estaba en la bodega. Mi madre y dos de las sirvientas se quedaron mirándome sin decir palabra, luego, a una señal de ella las sirvientas salieron del comedor y ella se acercó a mi, le pregunté que estaba pasando, y pude leer en su rostro la respuesta, le dije: “No… ¡NO!, dime que no es cierto”, como mujer que es mi madre intuyó inmediatamente lo que había entre él y yo y me abrazó para consolarme, mientras lloraba le pregunte como pasó, y sólo me dijo que había sido un infarto mientras trabajaba, nadie mas me quiso dar detalles, pero yo estoy segura de que lo encontraron abrazado a su muñeca, venerando a su diosa. Luego de varios días tuve que partir de nuevo a cumplir con mi pesada agenda de compromisos, pero antes de irme fui al cementerio del pueblo, quería darle el último adiós a quien no solo me enseño a gozar, sino a ser humilde a pesar de tenerlo todo, a valorar el contenido humano por encima del aspecto, pero por sobre todo: a obrar milagros con el poder mental del amor. No fue difícil encontrar la lápida que yo misma le mandé hacer, llevaba conmigo una flor como la que él me obsequió cuando me dio mi primer beso, la deposité en su lápida, la cual tenía la siguiente inscripción: “Aquí yace un hombre de verdad, a quien tuve el privilegio de hacer sus sueños realidad”