Recientemente efectué un viaje a Villahermosa, Tabasco, estado al sureste de México. Tierra donde por muchos años vivió la hermana de mi madre, ambas con poco, muy poco tiempo de haber fallecido.
Una de las cosas que procuro hacer cuando viajo adonde sea es mantener alerta la vista en busca de lecturas. ¿Cómo es esto? Sencillo, al lugar que voy trato de hacerme de folletos, periódicos, revistas locales, o visito librerías o las busco si estas brillan por su ausencia.
Gracias a este prurito me pude percatar, por ejemplo, cuando viajé a la ciudad de Campeche, que en ella sólo hay una librería y la mayoría de los libros que ahí pueden encontrarse o son viejos y maltratados o estrictamente escolares; pero además si tratarse de una variedad siquiera suficiente. Triste, muy triste, aunque comprensible dado el nivel de lectura que se reporta para esa ciudad capital del estado de mismo nombre.
Lo dicho se refiere a un viaje realizado hace alrededor de cinco años. En el actual viaje que relato, además de obedecer a la necesidad de un cambio de aires dado mi estado anímico a causa del duelo tras la muerte de mi madre, supuso un reencuentro con la memoria.
Pero quiero ir paso a paso, así que en la próxima abundaré en la razón del mis lecturas empolvadas.
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