|
Germán Dehesa falleció a la edad de 66 años. Su último tuit en Twitter fue: "Gracias quiero dar al infinito laberinto de las causas y los efectos". |
Pocas horas antes de escribir esta entrega (que ahora sí me tardé en publicar en
Cadena de Lectores de Editorial Alfaguara y acepto todos los cocos, jalones de oreja, recriminaciones, escupitajos, mentadas por incumplir mis promesas por culpa de la mala influencia de la necesidad cotidiana, que orilla a la distracción en cosas menos edificantes para el alma pero más nutritivas para el cuerpo); pocas horas, decía, antes de escribir esta entrega falleció otro grande de las letras:
Germán Dehesa. Ah, dolor.
Quiero aquí, para recordar a un autor que aún no siendo del catálogo de Editorial Alfaguara tiene capital importancia para las letras mexicana, hacer no una semblanza, que de esas hallaremos muchas en la red y en los periódicos y demás medios en todos los formatos. Quiero detenerme, para seguir mi costumbre, en la relación que guarda con dos de mis amores: mi madre y la lectura.
Mi madre gustaba de y aborrecía a Germán Dehesa. Gustaba de su ironía, aunque no siempre la entendía o compartía. Gustaba de su lucidez y agudeza mental. Gustaba y admiraba su compromiso social. Y aunque aborrecía su letárgica forma de expresarse ante cámaras y micrófonos, gustaba de su programa televisivo que tuvo hace muchos años intitulado "La Almohada". Era una revista miscelanea, como se conoce a ese formato, con bloques de música, entrevistas, reseñas de libros, reportajes, etcétera. Gustaba de ese programa porque era edificante, pero aborrecía que le provocara un sueño irremisible y también por eso le gustaba, porque descansaba profundamente llevando a sus sueños gratos comentarios, imágenes y sonidos.
En cuanto a la lectura quiero retomar, para no aburrir con mis decires y opiniones que a algunos les han parecido, conforme a algún comentario, propios de un puto, lo que el propio Dehesa coincidiendo con ellos, pero con más autoridad que un servidor, dijo en alguna entrevista al sitio
Club de Lectores sobre el tema que nos convoca aquí.
A la pregunta de "¿usted diría que los libros tienen un gran impacto en la vida de las personas?", Germán respondió:
¡Enorme! No porque haya lecciones inmediatas, ni moralejas; todo eso es muy trivial, es como la epidermis de un libro. La forma es la que siempre acaba pegando, te hace entender que hay un milagro en todo. Porque yo no veo una rosa y digo: ¡Ah, mira! "una rosa divina que en gentil cultura / es con su fragante sutileza / magisterio purpúreo a la belleza / enseñanza nevada a la hermosura"; yo ya me conformo con saber que es una rosa, pero Sor Juana... la veía y encontraba en ella "un amago de la humana arquitectura" y simplemente esa música que ella creaba con las palabras hace darme cuenta de que se puede hacer una flor de puras palabras, es decir, Sor Juana termina, no hablando de la rosa, sino edificando una rosa verbal. Y eso es ¡alucinante! Entonces se puede ir creando una especie de mundo paralelo y entendiendo mejor este mundo. Casi como el lobo de "Caperucita" "para entenderte mejor" ... para eso leo, para eso escribo, "para mirarte mejor"... Seguramente pasé por la etapa narcisista donde uno al leer se está buscando a sí mismo. Es decir, el libro funciona como un espejo y el libro que más nos gusta nos refleja mejor. Leía en la infancia, febrilmente, a "Los tres mosqueteros", porque en mis delirios imaginativos pensaba que podía ser uno de ellos, que sólo las circunstancias de espacio-tiempo ya no me permitían ser D'Artagnan, Aramis, Porthos o todos juntos. Era para mí un gran espejo.
Y Germán Dehesa, autor oriundo de Tlacotalpan, Veracruz, donde ahora sus cenizas serán esparcidas y quizá con las inundaciones se distribuya por más espacio del imaginado, continuó explicando:
Hay lectores que mueren en esta etapa narcisista, de "espejito, espejito, dime que soy bello, dime que soy valiente o el más málo de toda la región". Pero debería haber un momento en que descubres que no hay tal, que más que un espejo, el libro es una ventana. En el momento en que la ventana te es revelada, la lectura se vuelve absolutamente imprescindible. Porque desde ahí tienes el mejor mirador hacia el mundo.
Aprendes a leer, para leer mejor a tu pareja, para leer mejor a tus amigos, para entender mejor a tu país. Para ubicarte de mejor manera en el mundo, hasta donde esto es posible. Tomar conciencia del misterio, no resolverlo, pero por lo menos, adivinar las orillas del misterio o, como proponía Sor Juana "Rotular el silencio". Esa es nuestra tarea.
Y así, con esas ideas de Dehesa, esta ha sido mi tarea que sigo y seguiré cumpliendo por vocación y convencimiento inculcados por mi madre.
Parafraseando a Dehesa, tanto para su vida como para la de quien escribe esto, los libros la atraviesan y vamos circulando entre coches y libros como toreros al encuentro del destino. "El mexicano siempre está sentado, a ver qué le trae la vida", hay que "salirle al paso a la vida, no esperar que llegue, sino encontrarla, agarrarla de buenas y con un libro en la mano, porque el libro te va a permitir descifrarla mejor". (Me parece estar escuchando a mi madre que, como la de Dehesa y según él apuntaba, era mucho más sabia que el de la palabra.)
Aún así, algunos llegamos tarde a las cosas de la vida. Hoy llego tarde para hablar de la muerte de José Saramago, de la muerte de Carlos Monsiváis, pero llego temprano para, al igual que Dehesa, mostrar que, atravesando mi existencia, Todas mis vidas posibles de Beatriz Rivas, de entre los títulos en mi actual lista de lecturas de Alfaguara, me ha llevado a comprender, entre otras muchas cosas, que "la palabra cura, transforma". Que "cada letra me reconstruye" y, quizá por ello, "no cabe duda de que mi soledad se intensifica ante la falta de una promesa". Que "la ausencia es un objeto concreto, tangible, con un peso específico. Ocupa un espacio tristísimo, lo invade congelando las sonrisas. Se puede medir, cuantificar. Duele".