Hay escritores publicados y premiados y no por ello son del todo conocidos. Hay los que sin pasar por los ojos de los lectores gozan de fama indescriptible.
Habemos los que no sabemos desatarnos de la circunstancia y los que son en sí mismos lo que ya Ortega y Gasset apuntaba: snobs en constante búsqueda y construcción de la propia.
Esta vez quiero compartir un poema que, a mi juicio, goza de una fuerza y una solidez descomunales, de esas que solo pueden surgir del alma. Ya quisiera leer más textos de escritores mexicanos coetáneos o más jóvenes con la honestidad y desgarro espirituales que hallo en este texto como en su autor, Manuel Pérez- Petit (algo tendremos de parientes por causa de su apellido materno) de quien no quiero decir mucho, porque temo que no le haría debida justicia.
Coetáneo, español (perdón, catalán) de origen, avecindado en México por causa, como les pasa a tantos, de enamorarse de lo que esta maravillosa, prodigiosa tierra nuestra ofrece y muchas veces quienes somos oriundos de ella no aquilatamos, tuve ocasión de conocerlo, de tratarlo unas pocas veces por motivo de laborar para él y su editorial Sediento Ediciones algunas dictaminaciones de libros. Su semblante afable empero ligeramente adusto me reveló desde la primera impresión un alma decidida, aventurera, melancólica y colérica, ingredientes estos necesarios para hacer de la mezcla literaria verdadero polvorín. Periodista de profesión, poeta por vocación, pluma de buena cepa, déspota para algunos (ni yo me salvo de que me tachen con semejante adjetivo, ya se ha visto y lo he comentado) su grado de exigencia en lo que la palabra y sus usos se trata lo hacen un escritor y un editor un poco a la vieja usanza; lo que es bueno para unos y no tanto para otros. ¿Buen amigo? Quizá, no lo conozco tan a fondo.
Coetáneo, español (perdón, catalán) de origen, avecindado en México por causa, como les pasa a tantos, de enamorarse de lo que esta maravillosa, prodigiosa tierra nuestra ofrece y muchas veces quienes somos oriundos de ella no aquilatamos, tuve ocasión de conocerlo, de tratarlo unas pocas veces por motivo de laborar para él y su editorial Sediento Ediciones algunas dictaminaciones de libros. Su semblante afable empero ligeramente adusto me reveló desde la primera impresión un alma decidida, aventurera, melancólica y colérica, ingredientes estos necesarios para hacer de la mezcla literaria verdadero polvorín. Periodista de profesión, poeta por vocación, pluma de buena cepa, déspota para algunos (ni yo me salvo de que me tachen con semejante adjetivo, ya se ha visto y lo he comentado) su grado de exigencia en lo que la palabra y sus usos se trata lo hacen un escritor y un editor un poco a la vieja usanza; lo que es bueno para unos y no tanto para otros. ¿Buen amigo? Quizá, no lo conozco tan a fondo.
Confieso que, aun cuando tenía noticias de su regular fama y nombre, en realidad desconocía su obra. Es apenas cuando ha estado soltando aquí algunos poemas suyos que me he ido acercando aún más que cuando le estreché personalmente la primera vez.
Este poema en particular me ha colocado en una posición peculiar, parafraseando el dicho, entre el espejo y la pared. Porque encontrarme un extranjero que se sienta, como decía un amigo cubano de mi padre, más mexicano que el pulque no es frecuente y me conmueve hasta el corazón mismo del agave. Más cuando se expresa con la fuerza y precisión con que este poeta lo hace. Me atrevo a decir, aun habiendo leído poco, que estamos ante un escritor que cae en la descripción de Unamuno para quien la densidad de la palabra lo era todo.
Es este un poema denso por sustancioso. Es este, lo aseguro, un poeta denso por su gravedad y su soltura, complejo en su simpleza y simple en su proposición.
Disfruté conocerlo y ojalá el trato se prolongara, a pesar de mi encierro. Le entregué con posibilidad de publicación mi Laberinto Bestial 1. Semillero de Indicios. Le vio potencial y también coincidió en la necesidad de enmiendas menores (que no hice para la autopublicación, pero sí he efectuado para una segunda edición). No supe si finalmente cabía en sus intereses, pero poco importa, porque al fin somos bestias que abrevamos en el mismo venero de la, como calificó Octavio Paz, libertad bajo palabra.
Dolor de México
De Mi pensamiento (2005-1011, incluido en Sin tierra soy, 2013, Tintanueva ediciones)
Manuel Pérez-Petit mirando el Templo Mayor de los mexicas en México, D.F. Agosto 2010. Imagen: Search Pofy |
que es mi deber ser mudo aunque mi lengua
explote con serpientes y con gatos;
que en este levantar de la hemorragia
debo tragarme entero cual cicuta
este dolor que siento y nadie siente.
Manuel sin tierra soy, y así me aguanto.
Se puede preguntar, pues hay respuestas
deseando borbotar a nuestro encuentro
en esta nopalera del camino
y bajo el sol que mata ya es mi apuesta
apostar por el sol que resucita.
Yo soy mitad durazno medio tuerto,
de corazón helado y reclamante,
ser de mieles cuajadas de tristezas,
nave desvencijada y con espinas,
apenas un proyecto, apenas nada,
reventado de erratas sin sutura.
Yo soy un ser sangrante sin remedio,
yo nací defectuoso y esto es crónico,
y más desde que piso nuestra tierra,
la tierra prometida, Tenochtitlan,
amor de mis amores, y si pesa,
recomiendo camotes y ajo y agua.
Yo soy el megalómano si opino,
la piedra en el zapato que anda solo,
otro nuevo Cortés y otro Alvarado,
el que contrasentido se encamina
en una meteórica carrera
dedicada a medrar y a ser insulto.
Yo soy el alacrán que quita el sueño,
una especie de chinche maliciosa,
un chapulín incómodo y chocante
que aparece de pronto entre las sábanas,
llenándolas de olor a puro caño,
el escamol perdido y la urticaria.
Yo soy un ser molesto por ser libre;
por venir de los mares que cruzaron
quién sabe quién y qué tristes torturas,
y aunque de la chingada sea mi padre
también soy hijo pródigo y querido,
y en la patria común de la palabra.
Yo soy el pinche ser que siempre ofende,
el que impone lecciones y se arrastra,
y, en lugar de humillarme y ser soluble,
voy dictando doctrinas de otro mundo,
que siento que es peor que en el que vivo,
a este país de fuego, edén del agua.
Y aunque deba callarme no me callo,
pues no me da la gana, y que expatríen
mis huesos en el hueco de este pino
el puñado de amigos que aún no tengo,
los que cosen mi boca, los censores,
negando libertades que son mías.
¿Qué pinto, pues, joder, en el dolor
y cuando este dolor no siendo mío
es más mío que el duelo enlutecido
que envuelve a lo que amo en esa manta
podrida por un virus de ignominia
y en la que estando todos yo no quepo?
No soy indiferente a tanta sangre
ni al duelo vergonzoso establecido
por lo institucional que se denigra,
y en la revolución a que me apunto
espero hallar un hueco respirable
para mi ser de apátrida cansado.
Y al llanto que me clama y moviliza
por un México limpio de dolores
me alzo y alzo mi lápiz y este puño
de corajudos versos, manos blancas,
banderas de silencio y ventanales,
-y ya me vale madres qué digáis-,
me alisto de inmediato a la batalla,
con la sola defensa de mi pecho,
y quiero ir al frente para siempre,
a vuestro lado, al tuyo, así a morirme,
por esta causa noble de la patria,
y por mucho que pese a quien le pese,
mi grito es: ¡Viva México, cabrones!
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