Introducción
Emiliano alzó la voz entre carcajadas y cerveza –¿no les has contado la historia del vapor?- a uno de sus amigos, en ese instante, la hermosa chaparrita a quien yo acompañaba esa tarde y un servidor, cruzamos las miradas como si a los dos nos hubiese caído un veinte, fue así que nació este concepto de “Historias al vapor”, que muy por el contrario de lo que cochambrosos y mentes non-sanas pudiesen pensar, no son cuentos (aunque podrían serlo) surgidos de un sudoroso baño de vapor comunal, donde al calor (obviamente) del vapor y un buen habano, podrían contarse estas y peores aún vivencias.
“Historias al vapor” es una selección de vivencias cotidianas que después de masticarlas concienzudamente, desmenuzarlas y limpiarlas, se someten a un periodo de cocción estilo olla express, donde se ablandan y amoldan para ser más que un manojo de renglones, un sabroso motivo de entretenimiento pasajero y de vez en cuando, un poco de reflexión.
Vengan pues lectores míos, a disfrutar de esta nueva saga de aventuras que de pronto podrían ser trozos de la vida mía y en ocasiones de algún incauto que se atraviese en mi camino.
Emiliano alzó la voz entre carcajadas y cerveza –¿no les has contado la historia del vapor?- a uno de sus amigos, en ese instante, la hermosa chaparrita a quien yo acompañaba esa tarde y un servidor, cruzamos las miradas como si a los dos nos hubiese caído un veinte, fue así que nació este concepto de “Historias al vapor”, que muy por el contrario de lo que cochambrosos y mentes non-sanas pudiesen pensar, no son cuentos (aunque podrían serlo) surgidos de un sudoroso baño de vapor comunal, donde al calor (obviamente) del vapor y un buen habano, podrían contarse estas y peores aún vivencias.
“Historias al vapor” es una selección de vivencias cotidianas que después de masticarlas concienzudamente, desmenuzarlas y limpiarlas, se someten a un periodo de cocción estilo olla express, donde se ablandan y amoldan para ser más que un manojo de renglones, un sabroso motivo de entretenimiento pasajero y de vez en cuando, un poco de reflexión.
Vengan pues lectores míos, a disfrutar de esta nueva saga de aventuras que de pronto podrían ser trozos de la vida mía y en ocasiones de algún incauto que se atraviese en mi camino.
Balón pié
Quién iba a pensar que después de 18 años de cuidados intensivos, sanaciones, limpias, purgas, exorcismos, rezos, circo, maroma y teatro para contrarrestar los efectos hipnóticos, fanáticos, pasionales, escandalosos y tumultuosos así como la limpieza profunda y constante –de esas que hasta duelen- de la mancha consanguínea que desafortunadamente había cargado durante los primeros ocho años de mi existencia, me iba a encontrar aquí sentado, contando esta historia...
Entre olas y patadas
Cuando la selección mexicana le ganara a la selección Búlgara en 1986 en pleno Estadio Azteca donde ya no cabía un alma más, yo no podía comprender muy bien lo que pasaba, todos levantábamos los brazos de manera intermitente formando así la famosa ola mexicana -que nos diera aún más fama de ocurrentes y creativos-, el comercial de la chiqui-ti-bum pasaba una y otra vez en las enormes pantallas del Azteca, corrían los vasos de cerveza, los perros calientes, se escuchaban los silbidos, las porras, los cornetazos y aún cuando no me lo creas, en aquellos ayeres, hasta los granaderos podían, despreocupadamente, permanecer atentos a las acciones en la cancha y los más aguerridos, hasta tomarse una cheve a discreción.
No sé en que momento le perdí el gusto al deporte de las patadas -si hasta lo llegué a jugar durante la escuela primaria y tenía una colección de estampas de los jugadores por países- y peor aún, comencé a considerarlo como un complot extra-terrestre para mantener distraídas a las masas o en el mejor de los casos para controlarlas –porque no vas a negar que el balón-pie controla poco más a la raza que la religión que practican- me resultaba aberrante la manera en que los aficionados permitían que la pasión se adueñara de sus estómagos e hipotálamos y se soltaran a llorar o a gritarle al televisor, cómo salían eufóricos a las calles cuando su equipo ganaba y sin más, detenían el tránsito de la avenida Reforma para juntarse en el Ángel de la Independencia y así promover el auge de las nuevas tradiciones mexicanas, pero algo sí es seguro, de que le perdí el gusto, se lo perdí, en verdad, si hasta evitaba las conversaciones sobre el tema, es más, nunca pude conversar al respecto con nadie, tanto era mi desinterés que ni sabía de estas cosas.
Quesadillas, tostadas de pata y novias con sabor a estadio
No sé en que momento le perdí el gusto al deporte de las patadas -si hasta lo llegué a jugar durante la escuela primaria y tenía una colección de estampas de los jugadores por países- y peor aún, comencé a considerarlo como un complot extra-terrestre para mantener distraídas a las masas o en el mejor de los casos para controlarlas –porque no vas a negar que el balón-pie controla poco más a la raza que la religión que practican- me resultaba aberrante la manera en que los aficionados permitían que la pasión se adueñara de sus estómagos e hipotálamos y se soltaran a llorar o a gritarle al televisor, cómo salían eufóricos a las calles cuando su equipo ganaba y sin más, detenían el tránsito de la avenida Reforma para juntarse en el Ángel de la Independencia y así promover el auge de las nuevas tradiciones mexicanas, pero algo sí es seguro, de que le perdí el gusto, se lo perdí, en verdad, si hasta evitaba las conversaciones sobre el tema, es más, nunca pude conversar al respecto con nadie, tanto era mi desinterés que ni sabía de estas cosas.
Quesadillas, tostadas de pata y novias con sabor a estadio
Y es en esta parte de la historia donde repito, quién iba a pensar que después de 18 años de cuidados intensivos, sanaciones, limpias, purgas y exorcismos, me iba a encontrar aquí sentado, comiendo una quesadilla de tinga en compañía de mi novia (Puma de corazón), mi suegro (anti-Puma de corazón y Pachuco de corazón) y mi suegra (partidaria ocasional del equipo favorito de corazón) con mi cara de palo, mis sonrisas condescendientes y un sinfín de preguntas reglamentarias inundándome el cerebro, -pero ahora entiendo lo que el contra-golpe significa, también del saque de meta y el de banda, el tenso penal, arbitro hijo de la chingada, si hasta me da coraje cuando interrumpen la transmisión para irse a comerciales- contando la historia de una época donde las Águilas del América han perdido preocupantemente a miles de adeptos al igual que las Chivas rayadas del Guadalajara, los Pumas de la UNAM llegan al bicampeonato y vaticinan un triple con la contratación de Bruno Marioni; un narcotraficante funda su propio equipo con el que segurito lava cantidades importantes de dinero, le pone Los dorados y nadie la hace de pedo, por todas partes vemos playeras, banderas, pintas, tajes, gorros, sombreros y hasta bufandas de su equipo favorito, el sí se pue-de, sí se pue-de, es hoy por hoy una plegaria que corean los alborotados aficionados, era una época salvaje donde la violencia entre porras se ha convertido en un incentivo para asistir a los estadios, una especie de costumbre animal les hace insultarse a diestra y siniestra y danzar por las calles y avenidas gritando conjuros extraños y por veces incomprensibles, era una época en la que el fútbol se ha convertido en un larguísimo y fortísimo brazo de la mercadotecnia de muchas marcas y ahora el sí se pue-de lo gritan los empresarios que a pasos agigantados inflaman sus arcas con el dinero de -los por fin pertenecientes a un movimiento- consumidores, era una época de excesos, de leyes incomprensibles, de brutalidad y de ignorancia, de goyas y huelums, de pechito en el césped, de caguamas y Bacardi.
¿Mi aprendizaje de todo esto?, Saber que al final de cada partido, seguiré teniendo una novia futbolera pero contenta, barriga llena, ideales rotos y una cita para el próximo encuentro, a la misma hora y por el mismo canal, sólo me queda una duda, ¿quién pagará esta vez las quesadillas?
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