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martes, abril 22, 2014

Cosas de espanto o hacia la construcción de personajes



LA SEMANA PASADA fui al cine con un buen amigo a una función de media noche que no es como las de mi juventud. No vimos "Emmanuel 75" o "Garganta profunda 87, atragántate con esta". Vimos "El Hombre Araña". Siendo de media noche primero pensé, ¿qué le voy a ver al héroe! No es lo mismo los huevos de la araña negra que... Pero ¡ash! el hombre no arañó ni el asiento, jajajaja... Luego mi amigo y yo charlamos largo, analizando la película como acostumbramos. Estábamos en mi casa. De pronto vi una rara sombra sobrevolar las escaleras de la sala.

Yo estoy acostumbrado a las manifestaciones "sobrenaturales" que suceden en mi hogar aun desde antes de la muerte de mis padres. Mi amigo también ha experimentado algunas de ellas. Esta vez se sintió incómodo.

Pasaron los días. El jueves 17 de abril murió el grandioso Gabo. El viernes sucedió el temblor de más de siete grados que sacudió a la ciudad y me llamó una querida prima y bruja cartomanciana (los primeros ojos verdes fulgurantes que iluminaron mi vida, desde antes de mi primera musa) para saber si me encontraba bien. Charlamos de esto y lo otro y aquello y de que mi abuela Luisa, que ella conoció bien, había leído en su juventud la baraja española hasta que cumplió una manda de retirarse tras curarse mamá de un accidente por el que, siendo una adolescente, picando cebolla, se cortó una falange de un dedo.  Contaba mamá que mi abuela Luisa era muy atinada en sus vaticinios y la buscaban mucho las señoras pomadosas para consultarla en calidad de oráculo.

Volvieron a pasar los días con sus horas. Una noche, Micha estaba de necia maullando sin que yo comprendiera sus motivos, me miraba como fastidiada de tratar de hacerse entender, de pronto abrió por completo sus ojos y movió la cabeza rápidamente dirigiendo la mirada a un punto sobre mi cabeza, un segundo después salió corriendo de la habitación dando fin a su necedad.

Esta mañana... ¡Pum! Un golpe sonoro y el movimiento brusco de mi cama me despertaron de pronto. Inmediatamente hice en un santiamén asociaciones lógicas sobre la fuente: no podía haber sido ocasionado en la casa del vecino pues la cabecera ni hizo ruido. Me levanté, di una patada a cada lado de la base de la cama. El sonido era idéntico. Por supuesto no podía corroborar el movimiento de la cama como consecuencia de la patada, pero era obvio. Descarté otras causas lógicas como que era absurdo que la gata ocasionara algo semejante. Así, sólo pensé: alguien me pateo la cama, pero ¿quién? Más tarde, en las noticias confirmé como falsas mis sospechas de algún estallido como el sucedido en San Juanico hace una veintena y que se sintió hasta en mi casa, a muchos kilómetros de distancia. Aquella vez comencé a soñar la pesadilla de que soldados del ejército estadounidense arremetían con ariete contra la puerta en medio del fragor de una encarnizada batalla. ¿Qué había pasado ahora?

Mi madre me despertaba o llamaba (incluso un par de veces tras su muerte) susurrándome al oído, acariciando mi cabeza con suavidad o gritando mi nombre o haciendo ruidos desde su habitación o la de enfrente, casi como hace Micha que por cierto, ¡qué coincidencia! llegó a mí, me adoptó justo el día del cumpleaños de mi Coneja cabeza de alfiler. Sólo quedaba la posibilidad de que el causante hubiera sido mi padre, el pícaro Duende Verde.

Cuando yo era chico a él le daba por despertarme jugando a la motoconformadora. Como él, siempre he tenido el sueño muy pesado, así que él llegaba temprano, me daba mi mamila y colocaba sus brazos bajo mi cuerpo y las cobijas; haciendo ruidos como de motor ¡bssss! ¡groarrrrr! ¡pfff! ¡uuuugrrr! Con sus brazos me iba removiendo y empujando hasta provocar divertido mi caída de la cama, y yo lo dejaba hacer también gozando el momento, excepto por el asqueroso embrión de huevo con que él hacía mis licuados y que invariablemente se atoraba en el orificio del chupón (hasta los nueve años disfruté de este tratamiento de bebé; a diferencia de mi padre, mi madre separaba el embrión). Luego de caer, yo volvía a la cama y a seguir durmiendo.

Mi horario habitual es más bien vespertino y nocturno, como de gato, crepuscular. Desde bebé voy conciliando el sueño a eso de las tres de la mañana, así que entro en la oscuridad del dormir cuando dicen que empieza la actividad de los espantos.

No puedo achacar mi puntual impuntualidad a mi padre, pero en buena medida contribuyó a que adore la cama, a que procure dormir mis ocho o nueve horas, pero también a llegar corriendo a la escuela y otros sitios hasta que mamá tomó las riendas y ni así. Ya adulto, ni siquiera mis dos despidos laborales que usaron ese pretexto cuando las causas reales obedecían a otros motivos, ni el psiquiatra con que me sometí a terapia para ajustar mi ciclo circadiano consiguieron ciento por ciento su cometido de meterme en la norma. Por lo tanto, sólo mi padre muy dado a las bromas pesadas pudo haberme movido el lecho; es más, haciendo memoria creo recordar que alguna vez en esos años de infancia me lo hizo eso de patear la cama, pero no es igual despertar abruptamente y ver a papá atacado de la risa que despertar igual y no ver al causante.

Poco después de la muerte de papá le dije que podía venir a visitarme cuando y cuanto quisiera, y sabiendo su interés y curiosidad por la tecnología lo conminé a emplearla para contactarme. Pronto hizo lo propio y una noche, cuando estaba yo comenzando a dormir, en mi celular sonó solito un archivo de audio de broma muy simpático que algún amigo me había enviado tiempo atrás con motivo del Día de la Madre. Era el tipo de vaciladas que a papá le habrían gustado recibir y enviar del modo como hizo el lapso que usó la computadora. Sospeché la causa, pero no hice caso. Minutos después, el mismo audio volvió a sonar; entonces percibí con toda claridad a papá (a mis muertos no los veo o escucho, los presiento) y charlamos y recordamos anécdotas y contamos chistes y reímos, como reí esta mañana cuando caí en cuenta de su broma. Es más seguro que eso sea y no un lúgubre aviso de alguna pena por enterarme.

A pocos días de la muerte del creador del realismo mágico, luego de presenciar una luna enrojecida, escribo esto y dudo. Lo narrado aquí no es propiamente un cuento ¿o sí? ¿Dónde queda la frontera de ese país fantástico, mágico en que las mariposas amarillas transportan levitando a la memoria a su morada de olvido y la realidad?

En 1998 decidí escribir la novela sobre la historia de mi genealogía, pero es tiempo que no trazo ni una línea. Sólo he acumulado apuntes de investigación, datos. Hacia 2002 leí una novela alrededor de este tema, La Lágrima. Historia de una familia que bebía de los vientos, escrita por Ignacio Gómez-Palacio, que me cimbró. Muy cercana en algunos aspectos a mi familia, la familia en que se centra la historia narrada en esa novela situada en Michoacán (de donde también es parte de mi familia materna) experimenta entre otras cosas cómo los alacranes precedidos de mariposas negras anunciaban horrorosamente el final de alguno de los miembros. Quién me hubiera dicho que me sucedería algo semejante; no lo habría creído, pero pasó especialmente con los decesos de mis familiares maternos.

En 2013 al fin me decidí a leer Cien años de soledad. Me sentí con la madurez suficiente para apreciar la novela de Gabriel García Márquez de quien ya había leído otras obras y esta aguardaba en la estantería desde los años setenta del siglo veinte.

Tras leer este libro más me he detenido en la empresa de escribir la novela de mi genealogía. Temo caer en lugares comunes, imitar involuntariamente al genio colombiano porque también en mi historia familiar hay mucho de realismo mágico. Sé por dónde empezar, pero no por dónde transitar.

¿Y si fue Gabriel García Márquez quien pateó mi lecho como una especie de enviado para sacudirme, mi personal Melquiades para sacarme del marasmo y evitarme ser un remedo del Coronel Aureliano Buendía, o como José Arcadio perder la cordura y morir atado al tocón del jacarandá en mi jardín y que está pendiente de que ponga manos a la obra en tallar el torso inscrito en la suave madera; porque tengo tanto manuscrito por leer y escribir?

Tendré que esperar al próximo espanto para saber qué quiere de mí ahora mi soledad.

martes, mayo 28, 2013

ABURRIMIENTO

 

Seguro te ha pasado que de pronto, en una relación (y mira quien habla, quien jamás ha tenido una relación de pareja) llegas a una etapa de aburrimiento.

¡Aburrir! Todo depende del cristal con que lo mires. Las cosas no aburren por sí mismas ni las personas, es uno el que da y quita el valor, el significado, ya por sobrevaluar o por minusvaluar, la rutina no es un accidente eventual, ocasional, es de todos los días, sólo que de pronto, en algún momento, caemos en cuenta de ella y creemos que todo se ha devaluado y perdido interés para nosotros. Es entonces cuando hay que reinventar y reinventarse... fluyendo, disfrutando, dejándose ser, dejando a las personas y las cosas ser, caer por su propio peso, ya para arraigarse o para pudrirse

miércoles, abril 03, 2013

Hacedora de ensueños

Debo a mi buena amiga cibernética (ojalá algún día podamos estrechar manos, cruzar bocas y miradas y entregarnos al tiempo) Atenea Lara, con quien coincidí en Facebook, el siguiente cartón de una ironía filosófica estupenda. Es un buen cartón, pero del que, tal vez, muchos pueden hacer una lectura equivocada. 


El que una escultura se levante a "hacer" (quién sabe qué y cómo) no vuelve al concepto que representa el mejor. ¡Cuánta gente hay que hace por hacer!, ya por inquietita, por impaciente y no nada más por perseguir un objetivo concreto.

Por otro lado, no todo el que se detiene a meditar lo hecho y por hacer adopta la mejor postura (y no me refiero a la física). Pensar también es un hacer. Todo acto es un hacer, así se trate del más aparentemente pasivo.

Los seres humanos hemos entendido muy mal la diferencia entre acción y pasión. A la segunda le damos el valor exactamente contrario, por ejemplo, al hablar de la pasión amorosa: un amor ardiente, desenfrenado, lo llamamos apasionado, cuando no lo es en realidad, sino al contrario es llevar a efecto, a la práctica activa lo que previamente, en la pausa que significa la pasión fue acumulándose en la forma de energía, de emoción hasta alcanzar tal punto bullendo que se hace difícil si no imposible impedir su estallido "pasional" (origen de la acción).

Infusión
Yo no conozco ninguna escultura llamada así "The Doer" (El hacedor), ojalá algún lector me dé luz al respecto y me permita ampliar en consecuencia el elogio de la lectura de este cartón y de lo que, derivado de su disfrute, he hallado a continuación. Pero sí conozco, entre mis pasiones que mueven a mi alma a la acción pensativa, reflexiva obras tan elogiables como las siguientes:


Aunque la idea de una infusión pueda parecer pasiva, en la profundidad de la meditación está el motivo de infundir en las cosas el alma de quien las piensa. Algo que bien sabe también "El hacedor de guachipola".

"El hacedor de guachipola"
Guachipola es un barbarismo, no es una palabra que exista. Deriva de un error de pronunciación del término usado en Ecuador para denominar al aguardiante de caña: guachicola. Tampoco debe confundirse con la palabra "guaripola", como se llama en Chile al bastón o la persona de mando con que se dirige un desfile. En esta pintura y siguiendo con la idea original de este Elogio de la Lectura, la propuesta de diferenciar al pensador del hacedor descansa en los efluvios motivadores que colocan al hombre entre la embriaguez adormecedora y la efusividad deshinibida por causa del espíritu de la caña. El mismo espíritu que, metafóricamente, empapando el bastón de mando puede ser soporte del meditabundo o potenciador de la acción con rumbo.

"El hacedor de Máscaras" por
Carlos Orduña Barrera
De esta manera empieza uno, en esa búsqueda de justificar la reflexión que mueve a la aventura. Y navegando en esa tarea me he topado con el blog del taller "El hacedor" dedicado a la escultura y artes manuales.

Por supuesto salta a la memoria la compilación de narraciones, ensayos breves y textos poéticos más íntimo de Jorge Luis Borges intitulado El hacedor, donde incluye el texto así nombrado, libro por el que a Borges se le conoce con el sobre nombre de "El hacedor";
 la novela "El hacedor de fantasmas" escrita por Dan Abnet; la pintura mexicana "El hacedor de máscaras"; la novela de Olaf Stapledon El hacedor de estrellas; cuentos como "El hacedor de milagros", este otro de filiación cristiana, "El sabio hacedor de milagros"...
Este título de "hacedor de milagros ha sido empleado para distintos textos, filmes, obras de teatro, poemas como este "Hacedor de milagros: sentimiento" escrito por Sahid Villela o este otro "El hacedor de milagros" salido de la inspiración de Anita González Llamas. Sin olvidar la maestría literaria (sin desprecio ninguno respecto de los ya mencionados) de Gabriel García Márquez en el cuento "Blacamán el bueno, hacedor de milagros" (incluido en sus Cuentos Peregrinos).

Así podría seguir, elogiando textos, imágenes, obras diversas, compartiéndolas para el solaz de quienes se asomen a esta aportación. Pero es obvio que no lo haré. No por pereza, sino porque la idea sola de ser hacedor puede ser tan tentadora...

Hay personas para quien "El Pensador" de Rodin encierra la desesperación de la inactividad evidente, sin detenerse a observar que muchas veces, si no a cada momento, cada decisión y oportunidad que se nos ofrecen en la senda de la vida no pueden efectuarse a tontas y a locas. Es verdad que dejarse llevar por los impulsos, fluir con las cosas y el tiempo es lo que puede sacarnos del marasmo existencial, sin embargo es de sabios prudentes ubicarse en el justo medio: ni la ataraxia del escepticismo, ni la alocada euforia de la prisa por comenzar y acabar.

Termino recordando y elogiando el monólogo teatral que me ha venido a la mente tras este cartón, también salido de la pluma del gran Gabo, "Diatriba de amor contra un hombre sentado"; porque sí, la mujer tiene tanto de hacedor no solamente por la maquinaria maravillosa de sus entrañas milagrosas, sino por la fuerza que la impele a amar, a huir, a confrontar la vida.

Personalmente me identifico con el pensador, no nada más en tanto varón meditabundo, sino por haber en él (en mí) el gérmen del hacedor, el mismo que ahora, aquí, has podido ver en la forma de un discurso hecho con algo mucho más que solo palabras y que se desvían ahora en este punto para llevarte a mi VETA Literaria, para compartirte mi poema "Hacedora de ensueños" inspirado por la detonadora de este elogio enteramente dedicado a su escultural belleza, no a modo de autoelogio, sino con el afán de, quizá, obtener de ti, amigo lector, un mínimo de atención elogiosa.

sábado, noviembre 10, 2012

De críticas y amateurs

En ocasiones se acercan a mí alumnos o ex alumnos, aspirantes a escritores (yo mismo me sigo entendiendo como tal), escritores amateurs, en especial quienes saben que pasé por la academia y dejando una huella cuya calidad yo no estoy calificado para describir. Lo hacen en calidad de amigos más que de otra cosa. Se acercan para que opine sobre sus textos. Me recuerdan las veces que en mi juventud hice lo propio inquieto por insertarme en este maravilloso mundo de las letras, la expresión y la comunicación, acercándome devoto a mis maestros de la universidad o a escritores, periodistas o artistas que impartían conferencias, o los que fortuitamente cruzaban mi camino en la calle o algún recinto cerrado como un museo. Así o en el transcurso de la carrera profesional y el trabajo conocí a unas muy pocas celebridades: Octavio Paz, Juan José Arreola, Emma Godoy, Pita Amor, José "Perro" Estrada (amigo de mi madre), los hermanos Bichir (Odiseo, compañero de banca), José María Fernández Unsaín, Jacobo Zabludovsky, Valentín Pimstein, Ernesto Alonso, y muchos más cuya memoria no quiero ofender omitiéndolos, pero tampoco quiero cansar con una lista larga y una petulancia fuera de lugar. Digresión aparte, me recuerdan también las críticas que me llegaron a hacer sobre mis textos esas u otras personas, en su mayoría familiares, amigos o compañeros de escuela o trabajo.

Recientemente hice una observación (no simple opinión) a una joven aspirante a escritora, indicándole algunos aspectos y detalles de carácter formal. Su cariñosa respuesta de agradecimiento se limitaba a decir que "no todos piensan eso"; se entiende, lo que yo pienso en cuanto al ritmo, la medida, la respiración del micro poema objeto del comentario y que con todo propósito anoto editado: 
Préstame tus labios esta noche,pero bésame cada día hasta mojarnos en las mieles de tu cama
por Janet Louth
Apostillé:
Hay algo que he notado últimamente en tus "micro poemas": generalmente los formas con dos ideas, en enunciados adversativos. Eso no está mal, pero preocupada por la imagen metafórica estás descuidando la respiración del verso, el ritmo y la métrica. 
Tus textos en cierto modo podrían derivar al hai kai, pero la adolescencia anotada se los impide. Es decir, el primer enunciado avanza lentamente: Prés-ta-me tus la-bios es-ta no-che (10 sílabas comenzando con una esdrújula frenada por un monosílabo y siguiendo con tres vocablos graves). La imagen auditiva es de un brinco seguido de una caída rápida y continuando con un largo trecho horizontal. Luego, el segundo enunciado de más sílabas, comienza igual, con esdrújula rimando (esto está bien), pero la ubicación de los acentos siguientes precipita y alarga la caída. El problema, insisto, no está en la extensión, sino en el control de la métrica, el ritmo y la respiración. Recuerda siempre que la poesía se basa en mucho en la creación de imágenes auditivas, no sólo conceptuales. No es gratuita la relación melódica de la poesía con la canción. Besos. Vas evolucionando.
Su respuesta, breve como dije, me movió a reflexionar aún más, sobre todo alrededor de la idea de la crítica y los críticos, y en especial de los lectores dados al elogio fugaz, espontáneo, gratuito. Y, entre haciendo memoria y criticando la labor de crítico colijo una verdad que se antoja de Perogrullo, aunque no parece serlo en primera instancia: que quizá no todos los lectores son tan analíticos y son más bien "condescendientes". Si lo segundo, es lo más común en el medio artístico o entre aspirantes al oficio de cualquier arte, entre los que el temperamento a flor de piel los tiene en general aterrados ante la sola idea de ser criticados.

Anécdota: más de una vez algún artista ha respondido exaltadamente a una crítica, aún bien intencionada y fundamentada, al amparo de su "libertad de expresión".

Una ocasión hice apuntes debidamente fundados y razonados sobre el texto de alguien y la aspirante a escritora se ofendió amargamente, me odió por semanas o meses, de no dirigirme la palabra. Cuando, retadora, optó por estudiar autodidácticamente y tomó libros adecuados para el oficio y no nada más dejó a su ser fluir alocada y libremente, cayó en cuenta de las torpezas que cometía y cómo estas incidían en el equívoco de significado de lo que en realidad quería expresar. Se acercó de nuevo a mí, rencorosa, con afán reticente de aceptar mi razón e incrédula me dijo: ¿por qué los demás no me dicen lo que tú?

Los otros, la mayoría legos, sólo condescendían con ella, para animarla, para motivarla a continuar en la labor de desarrollar el oficio de escritora. Así hicieron conmigo y han hecho con muchos más. Ella, ciega por los halagos de los neófitos, engreída por ello, creyendo haber alcanzado "la perfección" de forma y fondo, de pronto entendió que, si de verdad quería Escribir y no escribir, su deber era no tanto para consigo misma y su necesidad de desahogo y expresión, sino aún más para con la herramienta que le hacía posible satisfacer dicha necesidad: el lenguaje, y por lo tanto con el oficio. No hacerlo era tanto como prostituirse por puro sporting y ligereza de entretenimiento. Entonces se puso a cuidar cada detalle, conocer cada norma para comprender el modo de romperla, transformarla, reconstruirla.

En la experimentación de la forma, el fondo de sus textos comenzó a pulir su sentido y a ser aún más certero en sus efectos. Entonces los amigos dejaron de loarla con la típica palmada en el lomo. Callaron. Dejaron de ser compasivos y los nuevos comentarios empezaron a ser de respeto y admiración, algunos de envidia, otros porque, en su limitada comprensión se sintieron lejanos de la forma y el fondo renovados, madurados. El elogio visceral, el elogio diplomático más interesado en no herir susceptibilidades empezó a dar pie a otra clase de elogio más comprometido, más dispuesto a examinar las razones detrás de lo que sorprende a los sentidos y al pensamiento; un elogio de la lectura más atento al detalle, más exigente de sensaciones dirigidas.

Ella hizo pues, ahora, oídos sordos para no caer en las trampas de la vanidad. Siguió siendo autocrítica sin pasmar por ello su producción, sin dejar de ser aventurera de la palabra. Comenzó a ver que entre los amateurs hay más petulancia aún que entre los profesionales del oficio, y que más vale una crítica formal dada a tiempo, que cientos de vítores y vituperios ganados por desidia o desiderata.

Es verdad que cada escritor es, somos dueños y señores del destino de nuestras palabras. Pero, padres y madres al fin, engendradores de mundos y percepciones, tenemos, debemos reconocer el compromiso que nos ata íntimamente con lo que nos define como escritores, como artistas. Ay, pero hay tantos artistas olvidados de sí mismos, caníbales de los efectos de su belleza mientras dura...

De ahí mi llamado a los noveles, entre los que siempre me incluyo aun sin parecerlo, para no caer ni en las trampas de la fe, ni en las de la vanidad y mucho menos las de la literaria, artística soberbia. Jamás critico en otros lo que no he pasado antes por el mismo tamiz siendo derivado de mi autoría. Y aún así, no estoy exento de yerros incluso de fallas de criterio, pues también es cierto que ninguno poseemos la verdad y cada cabeza y corazón son un mundo.

martes, mayo 15, 2012

Elogio a Carlos Fuentes

Hemos perdido un maestro de maestros, en el día del maestro.

El mejor homenaje que me nace hacerle a Carlos Fuentes, el otro pilar de nuestra cultura que ahora nos deja tras Octavio Paz y Carlos Monsiváis, una de mis principales influencias, es guardar silencio. Callaré al menos por un día o dos, cuanto sea necesario, mi poesía. Amordazaré mi pluma, para que no suelte su tinta de lágrimas anegadas; para que no forme letras que enturbien la región más transparente en esta terra nostra. Me volveré espectro, ominoso chac mool de melancolía áurea y dejaré que los otros digan todo lo que yo no puedo. Dejaré que las líneas, esas ondas de crestas como palabras tiñan mi página de blanca ausencia, ensombrecida solo por el dulzor del naranjo floreciente. Permitiré que la voz de Cervantes, en la forma del viento que mueve molinos, sea principio y fin de su herencia. Defenderé como ellos mi lengua, con el mismo ahinco, con la misma soltura. Narraré lo que me han dejado, que no es poco, pero ya tampoco es tanto. Seré negrura que geste blancura. Imaginación que aspire a instaurar la democracia libérrima entre las ilusiones.

Yo no sé si alcanzaré su estatura, para pararme en sus hombros y desde su cima, desde su testa, mirar y medir la morada de mis musas, como a su vez ellos hicieran sobre sus precedesores.

Soy un hombre que ha llegado tarde a todo, empezando por su nacimiento. Soy un escritor que, aun cuando comencé a temprana edad, he llegado tarde a la literatura. Lento y tarde, para menoscabo de las buenas conciencias.

Carlos Fuentes, el hombre, descansará en paz, pero el escritor universal, apenas hoy ha nacido para la eternidad.

Otra pérdida en mi haber. Otra razón para extrañar.

martes, abril 24, 2012

Sexo elogioso

El cuerpo humano es de las cosas más bellas de la naturaleza. Cómo lo usemos, cómo lo interpretemos (cómo lo leamos) determina su corrupción o su maldición. He leído en Facebook una narración muy buena intitulada “Ronquido rojizo” salida de la pluma del joven escritor queretano Hoz Goliardo Leudández, de quien ya hice elogio de la lectura en el pasado. Texto que incluyo sic transit (algunos puntos y aparte no le vendrían mal) más abajo para su respectivo elogio y el cual, considero, aún más que ser leído por varones, debe ser disfrutado por las mujeres, quizá las más reacias a hacer florecer el erotismo en ellas.

Los mojigatos, de cualquier tinte, dirán (por ser mis cuentas públicas) ¡esto lo leen niños! ¡Que le corten la cabeza! (y no faltarán los que quisieran caparme por hereje, atrevido indecente, luego de pasar por el torque del garrote vil al autor de las líneas incluidas más abajo.) No obstante, la belleza de metáforas empleadas por el autor, la valentía y audacia en el manejo del lenguaje, de un tinte podríamos decir (si hacemos el intento de clasificar) entre posmodernista y reaccionario neoexpresionista, aunadas a la hermosura de la imagen que ilustra el texto, más que soliviantar y pervertir han de ser abonos en la ardua tarea de educar en la sexualidad, tarea que el estado mexicano (y no únicamente) ha acometido no sin trabas por parte de obtusos padres de familia, maestros, clérigos, y demás runfla de intolerantes que, si bien tienen y respeto y defiendo todo su derecho de expresar su sentir y pensar alrededor de estos temas, así como sobre la ecología, la tauromaquia, la política o quién mató a la vaca, no pueden (no deberían) perder de vista que la omisión como consecuencia de la vergüenza lo que propicia es la ataraxia de los sentidos.

Nos quejamos de tener los gobiernos, las economías, la educación que tenemos, pero somos los primeros a título individual en negarnos la maravillosa experiencia de explorar, y a modo de legado  pretendemos que las generaciones ya presentes y las venideras continúen nuestra herencia de  vilipendios y falsos pudores Olvidamos que es lo primero que hacemos en nuestra tierna infancia, y que el primer terreno en el que nos aventuramos a conocer lo que de divino hay en nosotros es precisamente nuestro cuerpo y el cuerpo del otro (el de la madre, el del semejante a cada cual). O, qué, ¿no sucede que hay madre y padres que al momento de cambiar los pañales a la cría se ruborizan al corroborar que  tiene pene, que se erecta y por lo tanto es señal de que funciona?; o los que, independientemente de la cultura, siguen viendo en la vagina y el clítores la cueva de los ladrones de ilusiones de la familia?

La soberbia que podemos observar en calidad de “sentido común” en los individuos adultos educados en la culpa, conduce a la conformación de sociedades frustradas en lo más elemental de sus sentidos: la piel.

Si hablamos de miradas de deseo, las llamamos lascivas. Si hablamos de olfatos que se incitan por causa del aroma bajo la axila o el cabello de alguien cercano, los empatamos con la fineza sensitiva de los cerdos o los perros. Si hablamos de gustos deseosos de confundir la vulva con la boca, decimos que son muestras de hambrienta procacidad. Si escuchamos los gemidos que encienden nuestras carnes, los nombramos con apelativos embriagantemente irrisorios cuando no ridículos. Si tocamos lo que otros dicen es intocable, nos sentimos morir entre la culpa el placer. No digo más.

RONQUIDO ROJIZO
Hierve el contraste al margen del que la tenía en cuenta a la venuseta que acaba de terminar la faena, sobre la colchoneta yace su cuerpo tendido, exhausto, aún con el espasmo del orgasmo nítido que derramó sobre mi ombligo, en esa misma cama donde antes galopaba con fiereza, rompiendo las temples de mi olvido semanal donde no la tengo, donde ando sin ella perdido, esperando el escape clandestino a su casa para soltar rienda al libido, esperando a que venga si quiera un pequeño rato para calmar las fauces de mi urgencia por su ausencia. Termino, y ella termina, las horas en las que nuestros sexos se enlazaron en ritmos, parecen no ejercer su gravedad sobre nuestros cuerpos vencidos, pero no por esa gravedad horizontal –la que avienta a los cuerpos hacia delante y nos hace envejecer–, sino por la opereta de cuerdas bucales que enrollaron los racimos de gemidos atosigados, esos que parieron mudos porque en el cuarto de abajo estaban durmiendo sus padres. Éramos prófugos de la luz reptantes aullando a nuestros abismos, suspirando a nuestras honduras, e inundando con gritos nuestras oquedades, para que los “suegros” no tengan sospecha alguna, de que un reptil se coló hasta la alcoba con las vestiduras de una sombra, de un murmullo, de un crujir nocturno que ronda el paseo de sus recintos desnudo y con la mecha hecha tromba, filosa y fiera. Durante, ella avasallante mostraba esas poses relampagueantes que chasqueantes, pregonaron los óleos más bellos, con su cabello de fuego y sus carnes alumbradas de blancas y casi transparentes y alucinantes desaires, eran harems perspicuos que invitaban al delirante vaivén, era su piel un enjambre de sabores desconocidos y de golpeteos irreconocibles a su status de “ven con tus pedales, no vente con tus genitales”. Los torpedos que surgían sin aviso, eran el ronroneo de una felina en pleno delirio, en justo celo, uno que otro suero que goteaba, de entre sus piernas o sobre mis garras, emulaban a una cascada de cristalino néctar, de entre su vestido negro, solo se podía entre ver un remolino maligno turbosuccionante que regocijaba y clamaba mi nombre, y sabía mi hambre, era ella una telaraña tejida de goce de cuerdas de acero y de encaje en pantaletas en jugos de veneno. No hubo de necesitar mostrar por completo su desnudez, lo necesario fue solamente doblar el revés y entrar sin esperanza de salir limpio, sus ojos en la oscuridad resplandecían verdosos, céfiros arcaicos de alguna deidad occidental inventada para rezarle un buen movimiento de caderas o alguna cosecha de cultivo afrodisiaco para fortalecer al sexo, su cabello fosforecía con su fuego, era un rojo carmesí que emulaba un Armagedón de meteorogemir que amenazaba a mis tierras. Sus manos plácidas de astucia tentáculos de evavulva frutapulpo, acomodaban mi arma que entraba como un fusil en ambos de sus cañones bélicos obtusos, salía la bala de una para entrar a otra sin remedio a decir; que alguien saldría vivo cuando decidiera escurrir la pólvora de mis adentros. Ella develaba hermosura en sus gestos, revelaba locura en su coqueto sieso, ella plasmaba vanguardismo en su vagina y elasticidad en sus envestidas, pero, todo en silencio, todo a oscuras, todo en blanco y negro y sin el dobly sourround de nuestras palabras rudas. Al término, rastros de mi vida líquida aún le perforan en gotas grosas la idiosincrasia de su pecho, recorren sinuosas hasta estancarse pariendo un bordo de agua aglutinante al final de su garganta y al principio de su cuello, charcos tibios que rebasan las calcas de pliegues capilares con mis renacuajos híbridos que nadan y nadan, hasta difuminarse tatuaje y volverse el ropaje de unos humores pervertidos. Algunos peces de mis mares tuvieron alas y descansan en sus labios vívidos y en sus mejillas lívidas, boca sorbemoles, rostro ninfosonoroerótico. Muchos perecieron entre las queratinas flamas de su cabello, pero es el crimen perfecto, ni un mensaje, ni un sonido, ni una sola palabra alojada en las esquinas de eco de su recinto permanece crucificada en las paredes, ninguna incitación hacia algún pómulo, hacia alguna protuberancia curva, hacia algún lunar o hacia algún movimiento que causó morbo el uno en el otro, nada, no hay pistas y nada se alcanza a dibujar en los espacios que sudan en la alcoba que fue lupanar, ni una miga de bruma permanece latiente ni aún después de tanto resuspiro humedénico, ni de tanto regemido recaliente. Ella pide calma y sigilo, ella clama paz después de lo llovido y de lo arremetido, y yo encaro la necesidad de más, pero ella en fatiga me mira con los ojos entre cerrados y los sentidos entre dormidos, y me trago la insaciabilidad reptilica. Un eslabón son sus piernas rodeándome de frente, sus brazos son cadenas que son imposibles de romperse, y en calor, y en dulzura, admiro su rostro de tranquilidad después de la batalla que casi me roba la cordura y me quedo dormido. Nada se escucha, el edicto era permanecer quieto, callado, sin ningún movimiento brusco para no causar un despilfarro de los padres que, si llegasen a entrar, hagan que terminé en una situación difícil para mí humanidad e imposible de escaparme. Pero yo duermo confiado de su ausencia, confiado de su invisibilidad, de sus voces tenues con el arrullo en mute. Mis ojos resguardan su sublime soltura y su epicúreo rostro, su hermosura aún después de la justa es insoportable y endiabladamente saboreable y exquisita. Pienso; no cabe duda que no tiene más que la suerte de una belleza espontánea que jamás veré con alguna otra anti-musa, pero al cabo de sueños, empieza un auge nuevo. Un berrido se escucha, la belleza de sus definidos trazos faciales permanece hundida en la almohada con esquizofrénicos reptares, su boca entre abierta suelta saliva ácida, mientras sus cuerdas bucales cantan una satánica misa aguda y luego grave. No pienso en ella como nada más que una bruja que con sus wicas cantares, qué belleza me resulta el ronquido bélico de tan diminuta boca suya que, antes parió de ahí mi suspiro. Y despierto por completo, asediado por los espectros de su sueño pesado y su crujir de muerto, y la observo, detenidamente, y me vuelvo a sentir incitado vehemente por su pose de cadáver mal enterrado. Su pecho derecho vibra con cada verso salmo de su ronquido edénico arrastrado, y no soporto el solitario pezón que parece casi desterrarse de la aureola, y lo meto a mi boca, y le respaldo con mi lengua loca que quiere calmarle el aparente danzón por frío, pero no, es el ronquido de la venuseta que es imparable y erógenamente rico. El cuarto se llena de más oscuridad y su susurro se vuelve graznido, y aletean los poros nasales de forma descomunal que se me hace inhumano el dejarlos así, sin darles a probar esto que se humedece en mi mano. Pienso que quizás evoca miles de maldiciones, es el gutural reclamo del Ichiredión, el engolar arcaico del Grimorio, o el blasfemar prosaico del Malleuz Mallefecarum, o quizás un poema del Necronomicón y una imagen del Codex Gigas. Y me incita excitándome con malicia a penetrarle nuevamente mientras ella desfallece en los artilugios de Morfeo, arqueo un poco su vientre, y me mojo un poco con su lengua, y quiero salvarle pese a cualquier cosa; persignándola con mi pene para que no sufra de algún demonio que entrar a su cuerpo osare y aterra. En el nombre del padrote, del tipejo y del espíritu sátiro… amén y va para su boca. La pose atropellada de la desfallecida venuseta, me parece la más bien lograda que no pude transmutar en la noche en que la tuve completa, y no me aguanto, y el movimiento chusco de su pie desnudo volando fuera de la cama, me mata, me enerva, me ata, y lo lamo, y lo felo, y lo mamo, y lo quiero todo dentro para no dejar caer ni una sola gota si es que ella eyacula desde su pies pedazos de cielo, pedazos de plumas, porque ella cree que no sobre pasa los pisos, cree que sus pies no rebasan el suelo, pues ignora que sabe levitar y sabe transformar sus piernas en alas hechas al vuelo como un demonoave multi enérgico. Y me introduzco dedo por dedo, y su alarido de dormida parece una sicofonía que presagia el holocausto, es una vocera eficaz del apocalipsis, incauto permanezco en sincronía con sus flemáticos cantos, su boca de six strings poseen un distorsionador muy escueto, pero aún así yo bailo; ella inhala y yo me meto, ella exhala y yo me salgo. Es un fox throt de cuatro pasos que, me carcome y me hacen ponerme a tope, su vestido negro aún está mal puesto con un muslo suelto y un pecho fuera que la hacen estar criminalmente erecto. Separo sus piernas y me abro paso, quito por completo la pantaleta y escucho un gemido que da un cambio, no como el graznido de hace un rato, es más bien como el alarido de un conjuro que seguro profanará el santo legado de Jehová, y su pose de muerte es tan poética que, me parece imperdonable el no dispararle, fuerte, recio, directo y a quemarropa.

Sus cabellos rizados se electrizan y crean una nueva forma simbolista de cómo divisar una enredadera mortal, ella ignora de sus bellas deformidades, y yo disfruto el violarle el sueño, porque en la mañana que apenada me pida que mis ojos los tape, para no verla en sus incomodidades matinales, le diré que soy el más afortunado superviviente de sus evocaciones de bajos astrales, y que no me importa si perdió el estilo o se le corrió el maquillaje. Ya que hay magia en ella, negra, pero magia al fin de cuentas, tanto hay que me hacen enloquecer hasta en sus poses más fatídicas, donde parece ser la encarnación de pesadillas bestiales. Le diré que no me importa y que no me pesa, le diré que me enamora y que me embelesa… ser yo la víctima de sus posesiones demoniacas, donde ella me muestra que la belleza se encuentra; hasta en las posiciones más extravagantes que da la fatiga, y en los cantos más hilarantes… como lo pueden ser sus ronquidos que tanto me incitan, a hacérselo mientras sueñe, importándome poco el no haber dormido, importándome poco que el rocío del sueño deje eses en sus ojos, importándome poco que el alud de la noche provoque manchas, importándome poco que el glamur de su fino rostro que tanto se aclama en las calles, permanezca borrado por los derrames del cansancio impiadoso que borra los amperajes de su electricidad embriagante. Le diré que no me importa y que no me pesa, le diré que lo único que sé, es que quiero que sea ella el ángel de la guarda en mi cama cuando duerma, y el monstruo que me desvele en mi cama cuando insomnio tenga, no importa; lo de menos, es volver a persignarla queriendo exorcizarla con mi húmeda y erecta arma. Y no, no me importa nada más que siga ella, a mi lado, como cómplice y prófuga de la luz dándome más y merecida guerra.