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martes, octubre 26, 2010

Responso por Alí Chumacero



Apenas enterado de la muerte del insigne poeta y editor mexicano Alí Chumacero repasé mi biblioteca y busqué lo más apropiado para recordarlo. Todo lo era, pero elegí, por la época del año y la causa de esta entrega, unos fragmentos del poema intitulado "Responso del peregrino" del hoy finado autor y que encierra en las palabras del mismo lo que, me parece, ninguna reseña de su obra podrá aportar fuera de datos biográficos y bibliográficos. Sirva pues este Elogio como un gancho para conocer más de la obra poética de este sólido poeta que, junto con Octavio Paz, atravesó el siglo dejando honda huella en la cultura mexicana.

Yo, pecador, a orillas de tus ojos
miro nacer la tempestad.
Sumiso dardo, voz en la espesura,
incrédulo desciendo al manantial de gracia;
en tu solar olvida el corazón
su falso testimonio, la serpiente
de luz y aciago fallecer, relámpago vencido
en la límpida zona de laúdes
que a mi alma despliega tu ternura.
...
Hablo y en la palabra permaneces.
No turbo, si te invoco,
el tranquilo fluir de tu mirada;
bajo la insomne nave tornas el cuerpo emblema
del ser incomparable, la obediencia fugaz
al eco de tu infancia milagrosa,
cuando, juntas las manos sobre el pecho,
limpia de fama y destrucción
de ti ascendía al mundo la imagen del laurel.
...
En ti mis ojos dejarán su mundo,
a tu llorar confiados:
llamas, ceniza, música y un mar embravecido
al fin recobrarán su aureola,
y con tu mano arrojarás la tierra,
polvo eres triunfal sobre el despojo ciego,
júbilo ni penumbra, mudo frente al amor.
...
Ruega por mí y mi impía estirpe, ruega
a la hora solemne de la hora
el día de estupor en Josafat,
cuando el juicio de Dios levante su dominio
sobre el gélido valle y lo ilumine
de soledad y mármoles aullantes.

Tiempo de recordar las noches y los días,
la distensión del alma; todo petrificado
en su orfandad, cordero fidelísimo
e inmóvil en su cima, transcurriendo
por un inerte imperio de sollozos,
lejos de vanidad de vanidades.

Acaso entonces alce la nostalgia
horror y olvidos, porque acaso
el reino de la dicha sólo sea
tocar, oír, oler, gustar y ver
el despeño de la esperanza.

Sola, comprenderás mi fe desvanecida,
el pavor de mirar siempre el vacío
y gemirás amarga cuando sientas que eres
cristiana sepultura de mi desolación-
...
(Tomado de Ómnibus de poesía mexicana, Siglo XXI Editores, 1973)

domingo, octubre 24, 2010

Literatura uruguaya sin distancias

"La Verdad... y otros cuentos será presentado
el próximo 29 de octubre
Recientemente me fue presentado por medio del messenger Ramón Núñez Fernández. Esto fue posible gracias a un contacto mutuo, una amiga argentina que, conociendo las cosas que dizque escribo, le pareció conveniente introducirnos. Tan pronto como hicimos contacto, Ramón Núñez y quien suscribe tuvimos claro entendimiento y compenetración, gracias principalmente al gusto por la literatura y de modo especial por el cuento, un género que como la crónica, yo no sé por qué, a pesar de su bondad sintética, es un género poco socorrido por los lectores y ya no digamos los editores.
La historia corta es un género difícil. Narrar una trama en unas escasas páginas requiere no nada más de poder de síntesis en la redacción, como una claridad mental para constreñir las imágenes descriptivas, las características de los personajes, el devenir de cada uno de ellos con un extraordinario ahorro de palabras. Y no porque el cuento apueste a la brevedad por la brevedad misma, sino porque el cuento, la fábula, tiene como fin esencial plasmar una circunstancia ya de un momento o de toda una vida.
Raíz de cualquier novela, el cuento en tanto simiente sustancia los sentimientos, las emociones, da fluidez y densidad a los pensamientos. Si la novela, por su extensión, se antoja como un género complejo, el cuento no lo es menos, sino al contrario a veces lo es mucho más. No basta usar frases cortas como recurso, los grandes párrafos también tienen cabida en el cuento, pero la inteligencia en su utilidad es lo destacable tanto como la sencillez de la expresión acabada, independientemente del léxico empleado.
En este libro  intitulado "La Verdad"... y otros cuentos de reciente publicación bajo la firma de la uruguaya Rumbo Editorial, Ramón Núñez nos presenta una antología de narraciones breves ancladas en las vivencias personales o vicarias tenidas en la población uruguaya donde radica. Decía Alfonso Reyes que la universalidad deviene de la localidad, y en la obra de Ramón Núñez queda confirmada esta opinión, pues aún siendo locales las historias que narra, el peso de la humanidad específica de cada personaje y situación nos permiten identificarnos en uno o varios aspectos.
Gracias a la moderna tecnología y a pesar de la distancia geográfica que me separa de Ramón Núñez tuve oportunidad de leer varias de las narraciones, entre ellas "La Verdad", cuando el volumen se encontraba en preparación. La liviandad de su estilo, la fluidez y el cuidado artesanales me colocaron ante un escritor, de ocupación electricista, con el don de, metafóricamente, dar "toques" de divinidad a lo mundano y cotidiano.
Es esta una muestra más de que la literatura latinoamericana y en particular la uruguaya se encuentra fuerte como nuestra lengua y cultura compartidas y su campo y su futbol y tantas cosas más.

viernes, octubre 08, 2010

Cita feliz y un Nobel


Reconocer las palabras de otro a veces es reconocer las aspiraciones de uno mismo.
Este día ha sido premiado con el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, de los autores indispensables de Alfaguara, mi librero y de mi mesa de curiosidades, de esa de donde van surgiendo los elogios de la lectura y los trazos de vida plasmada entre papeles, y con la forma de líneas interminables que voy acomodando en gratos e importantes espacios como este.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa
fue nombrado Premio Nobel de Literatura 2010
"Al principio, no me verás ni entenderás pero tienes que tener paciencia y mirar", apunta Vargas Llosa en el Elogio de la madrastra, en el capítulo que hoy por hoy une sus palabras con mis aspiraciones; cuando, repasando las ideas dentro del "Laberinto del amor" reconozco la huella del gigante en las humildes parcelas del libro que estoy terminando de escribir, otra vez, ese mi Laberinto bestial.
En efecto, primero, el escritor en su literatura no ve ni entiende el derrotero de los personajes. Parte de un concepto, pero en el trayecto de la construcción narrativa hace falta paciencia y mirar las aspiraciones de esas sombras con nombres inventados, tomados de una realidad ficticia que acaba convirtiéndose en una realidad palpable o viceversa.
"Con perseverancia y sin prejuicios, con libertad y con deseo, mirar", continúa el autor de ¿Quién mató a Palomino Molero? y de quien en entregas pasadas hicimos otros elogios de la lectura sobre El Hablador, Pantaleón y las visitadoras, Los cachorros, etcétera. Y lo dice con razón. "Con la fantasía desplegada y el sexo predispuesto -de preferencia en ristre- mirar", sigue Mario, para llamarlo familiarmente, y sí, mirar, aún más, observar es, a ojos del escritor peruano el primer paso en el curso de adentrarse en el dédalo de los sentimientos como en el de la libertad. "Allí se entra como la novicia al convento de clausura o el amante a la gruta de la amada: resuéltamente, sin cálculos mezquinos, dándolo todo, exigiendo nada y, en el alma, la seguridad de que aquello es para siempre".
Para siempre, una fórmula que se antoja exagerada en su determinación, sin embargo determinante en su propósito. Cada novela, cada cuento, cada ensayo, cada decisión de Vargas Llosa, el incluso ex candidato presidencial, proyecta una rebeldía sempiterna. Una postura congruente, en ocasiones insensata pero que por su impertinencia socava las estructuras más elementales, provocando la novedad, la reflexión sobre lo que no se quiere mirar, ya se trate de una "dictablanda" como la del régimen priyista en México, la necedad de una izquierda acrítica de sí misma, o las aparentes bondades de una socialdemocracia que no acaba de comprenderse en sus entretelas; y todo esto para siempre.
"Sólo con esa condición, poquito a poco la superficie de oscuros morados y violetas comenzará a moverse, a tornasolarse, a revestirse de sentido y a desplegarse como lo que, en verdad, es: un laberinto de amor". Un conjunto de senderos que se bifurcan recordando, llevando y trayendo a Borges; un sistema de habitáculos donde la selva se transforma en la ciudad del ansia y la urbe se devuelve al bosque de los instintos.
Mario Vargas Llosa con su premio bajo el brazo y la polémica siempre tras de sí, suma potencia a la ya innegable fuerza de la lengua castellana en el mundo, muy a pesar de los aparentemente pocos lectores, muy a pesar de las inequidades aparentemente propias de nuestros países latinoamericanos, siempre con hambre y sed de ser, de figurar, carentes en apariencia de líderes, de héroes capaces de competir con los extraídos del imaginario resultante de la historia.
Virrey Don Juan de Acuña
Regalo bicentenario, este Nobel, para Perú y el resto de los países que conmemoramos el momento cuando vimos la cara de la independencia. Reconocimiento de la palabra libertaria vestida de academia y sayal que lo mismo derivó de Lima a Guayaquil a Acapulco y San Juan de Ulúa con el nombre del, a mi juicio, verdadero padre de la independencia no sólo de México, Fray Melchor de Talamantes; que padeció la saña del asesinato indescriptible como Atahualpa, o mucho antes fundara en México la primera Casa de Moneda por determinación de -mal está en decirlo, lo sé- un vulgar ancestro mío, el virrey don Juan de Acuña.
Mario alguna vez equiparó a México con Perú, especificando que tal igualdad iba mucho más allá de la herencia maya-quiché. Y es cierto, Perú es México, porque México es Perú, porque en sus montañas, desiertos y costas y ríos y selvas se esconde el resplandor del sol para descubrir al oro de la iluminación, la creencia en que aún puede recorrerse el cielo yendo de la mano de un chamán.
Feliz cita de un autor, para mí, entrañable. Cita, referencia a su creación. Cita, con el fruto del talento y el trabajo. Cita, próxima y simplemente, tras la que la pluma, por causa del merecimiento, se transforma en cetro.

viernes, septiembre 03, 2010

Almohada de la ironía


Germán Dehesa falleció a la edad de 66 años.
Su último tuit en Twitter fue:
"Gracias quiero dar al infinito laberinto
de las causas y los efectos".

Pocas horas antes de escribir esta entrega (que ahora sí me tardé en publicar en Cadena de Lectores de Editorial Alfaguara y acepto todos los cocos, jalones de oreja, recriminaciones, escupitajos, mentadas por incumplir mis promesas por culpa de la mala influencia de la necesidad cotidiana, que orilla a la distracción en cosas menos edificantes para el alma pero más nutritivas para el cuerpo); pocas horas, decía, antes de escribir esta entrega falleció otro grande de las letras: Germán Dehesa. Ah, dolor.
Quiero aquí, para recordar a un autor que aún no siendo del catálogo de Editorial Alfaguara tiene capital importancia para las letras mexicana, hacer no una semblanza, que de esas hallaremos muchas en la red y en los periódicos y demás medios en todos los formatos. Quiero detenerme, para seguir mi costumbre, en la relación que guarda con dos de mis amores: mi madre y la lectura.
Mi madre gustaba de y aborrecía a Germán Dehesa. Gustaba de su ironía, aunque no siempre la entendía o compartía. Gustaba de su lucidez y agudeza mental. Gustaba y admiraba su compromiso social. Y aunque aborrecía su letárgica forma de expresarse ante cámaras y micrófonos, gustaba de su programa televisivo que tuvo hace muchos años intitulado "La Almohada". Era una revista miscelanea, como se conoce a ese formato, con bloques de música, entrevistas, reseñas de libros, reportajes, etcétera. Gustaba de ese programa porque era edificante, pero aborrecía que le provocara un sueño irremisible y también por eso le gustaba, porque descansaba profundamente llevando a sus sueños gratos comentarios, imágenes y sonidos.
En cuanto a la lectura quiero retomar, para no aburrir con mis decires y opiniones que a algunos les han parecido, conforme a algún comentario, propios de un puto, lo que el propio Dehesa coincidiendo con ellos, pero con más autoridad que un servidor, dijo en alguna entrevista al sitio Club de Lectores sobre el tema que nos convoca aquí.

A la pregunta de "¿usted diría que los libros tienen un gran impacto en la vida de las personas?", Germán respondió:
¡Enorme! No porque haya lecciones inmediatas, ni moralejas; todo eso es muy trivial, es como la epidermis de un libro. La forma es la que siempre acaba pegando, te hace entender que hay un milagro en todo. Porque yo no veo una rosa y digo: ¡Ah, mira! "una rosa divina que en gentil cultura / es con su fragante sutileza / magisterio purpúreo a la belleza / enseñanza nevada a la hermosura"; yo ya me conformo con saber que es una rosa, pero Sor Juana... la veía y encontraba en ella "un amago de la humana arquitectura" y simplemente esa música que ella creaba con las palabras hace darme cuenta de que se puede hacer una flor de puras palabras, es decir, Sor Juana termina, no hablando de la rosa, sino edificando una rosa verbal. Y eso es ¡alucinante! Entonces se puede ir creando una especie de mundo paralelo y entendiendo mejor este mundo. Casi como el lobo de "Caperucita" "para entenderte mejor" ... para eso leo, para eso escribo, "para mirarte mejor"... Seguramente pasé por la etapa narcisista donde uno al leer se está buscando a sí mismo. Es decir, el libro funciona como un espejo y el libro que más nos gusta nos refleja mejor. Leía en la infancia, febrilmente, a "Los tres mosqueteros", porque en mis delirios imaginativos pensaba que podía ser uno de ellos, que sólo las circunstancias de espacio-tiempo ya no me permitían ser D'Artagnan, Aramis, Porthos o todos juntos. Era para mí un gran espejo.
Y Germán Dehesa, autor oriundo de Tlacotalpan, Veracruz, donde ahora sus cenizas serán esparcidas y quizá con las inundaciones se distribuya por más espacio del imaginado, continuó explicando:
Hay lectores que mueren en esta etapa narcisista, de "espejito, espejito, dime que soy bello, dime que soy valiente o el más málo de toda la región". Pero debería haber un momento en que descubres que no hay tal, que más que un espejo, el libro es una ventana. En el momento en que la ventana te es revelada, la lectura se vuelve absolutamente imprescindible. Porque desde ahí tienes el mejor mirador hacia el mundo.
Aprendes a leer, para leer mejor a tu pareja, para leer mejor a tus amigos, para entender mejor a tu país. Para ubicarte de mejor manera en el mundo, hasta donde esto es posible. Tomar conciencia del misterio, no resolverlo, pero por lo menos, adivinar las orillas del misterio o, como proponía Sor Juana "Rotular el silencio". Esa es nuestra tarea.
Y así, con esas ideas de Dehesa, esta ha sido mi tarea que sigo y seguiré cumpliendo por vocación y convencimiento inculcados por mi madre.
Parafraseando a Dehesa, tanto para su vida como para la de quien escribe esto, los libros la atraviesan y vamos circulando entre coches y libros como toreros al encuentro del destino. "El mexicano siempre está sentado, a ver qué le trae la vida", hay que "salirle al paso a la vida, no esperar que llegue, sino encontrarla, agarrarla de buenas y con un libro en la mano, porque el libro te va a permitir descifrarla mejor". (Me parece estar escuchando a mi madre que, como la de Dehesa y según él apuntaba, era mucho más sabia que el de la palabra.)
Aún así, algunos llegamos tarde a las cosas de la vida. Hoy llego tarde para hablar de la muerte de José Saramago, de la muerte de Carlos Monsiváis, pero llego temprano para, al igual que Dehesa, mostrar que, atravesando mi existencia, Todas mis vidas posibles de Beatriz Rivas, de entre los títulos en mi actual lista de lecturas de Alfaguara, me ha llevado a comprender, entre otras muchas cosas, que "la palabra cura, transforma". Que "cada letra  me reconstruye" y, quizá por ello, "no cabe duda de que mi soledad se intensifica ante la falta de una promesa". Que "la ausencia es un objeto concreto, tangible, con un peso específico. Ocupa un espacio tristísimo, lo invade congelando las sonrisas. Se puede medir, cuantificar. Duele".

Elogio de ultratumba

Hace medio día que falleció el grande escritor mexicano Germán Dehesa, un hombre de punzante humor, aguda inteligencia, amante del teatro y la literatura, materias de las cuales fue profesor en sus años mozos para, por necesidad, convertirse un día y como él mismo definió en un "mojado de la cultura", al irse a trabajar en Estados Unidos para enseñar español.
Aquí, fue un elemento indispensable en la promoción de la cultura así como en la promoción de las causas sociales más sensibles, y lo mismo organizaba acopios de víveres, cobijas para los necesitados, como señalaba las insensateces de los políticos, los gobernantes y todos cuantos descuidadamente pasaran por delante de su lupa ácida.


Aquí lo podemos disfrutar en una sus entregas a la revista electrónica Reporte Índigo, publicada el año 2009, hablando del entonces recién fallecido, otro grande de las letras, otro de mis pesares que siguieron a mis ás grandes duelos, Mario Benedetti.
Este Elogio de la Lectura se vuelve mágicamente y por azares del destino en un doble Elogio, el que hacemos a la obra y la persona de Germán Dehesa, autor de libros como por ejemplo No basta ser padre, Viajero que vas, Fallaste corazón o espectáculos como Borges con música, Pacto con botas, El pórtico de las palomas, entre otras más. Y está el Elogio que hacemos a Benedetti una vez más (ya lo habíamos hecho en su momento en Cadena de Lectores de Editorial Alfaguara) a través del elogio que de viva voz hizo el hoy fallecido.
Así, por raro que parezca, hablamos de un muerto que habla de un muerto, y ambos muertos nos hablan desde la letra viva de sus palabras escritas.