Imagen de Antonios Ntoumas en Pixabay |
Anoche, luego de estar dando algunos pespuntes a mi saga Calima en esta labor de revisarla, pararla de cabeza, modificar el esquema y redactar de nuevo lo necesario para darle mejor sustancia, puedo decir que dejé ya listos, preparados para republicar en el blog creado para el efecto de difundir mi blovela los dos primeros capítulos.
Pero —siempre hay un pero— vino a mi memoria el video con los consejos para escritores que compartí días atrás en mi página de autor en Facebook y en la publicación previa a esta.
Uno de los consejos que se suelen dar a los escritores noveles o entre nosotros mismos —que no lo somos tanto después de un tiempo de presumir de marquesas y abanicarnos, aunque cada día es como empezar de cero en este oficio y arte—, está ese de someter a la lectura de terceros lo escrito para calar desde la perspectiva de un "lector beta" los efectos de nuestra creación en sus simientes o incluso en su completud previa a ser publicada por entero. He ahí el máximo problema que recalca la calidad de solitario de nuestro quehacer. Muchas veces no tenemos a quién someter nuestro trabajo para ser criticado, destrozado para bien o para mal. O, si lo tenemos, es como si no lo tuviéramos porque el favor no es puesto en la misma prioridad por famiilares o amigos o vecinos que a veces se comportan, duro es decirlo, como plagas en el taller del hortelano. Y es que, como dijo Joan Miró:
Considero que mi taller es como un huerto. Por allí hay alcachofas. Por aquí, patatas. Trabajo como un hortelano… las cosas llegan lentamente… siguen su curso natural. Crecen, maduran. Hace falta injertar. Así maduran en mi espíritu…
Por lo tanto, a uno le quedan dos opciones, esperar a que los "jueces" se dignen ojear el mamotreto apilado en sus pendientes y hasta entonces, recibida su retroalimentación, continuar nosotros el proceso creador afinando lo señalado y lo necesario; o el segundo camino, seguir como el náufrago resolviendo día a día como Dios, el universo, la naturaleza o la intuición manden o nos den a entender los meandros, recovecos y obstáculos cotidianos de nosotros como escritores y de nuestros personajes y sus situaciones, hasta que quizás tardíamente llegue la ayuda solicitada por nosotros en el errático mensaje embotellado.
En parte por eso es que ocurren también las realistas y odiosas observaciones acerca de lo frustrante que puede ser dedicarse al arte, a cualquiera de las artes, auque parecería más acusado en la literatura como bien describe en su video de advertencia crític este escritor y profesor Andreu Martín, tan desconocido para muchos como puedo serlo yo o quizás menos que yo desde que él sí ya consiguió una ficha en Wikipedia y toda una larga lista de títulos publicados mientras a mí hasta me expulsaron alegando que mis correciones son motivadas por la autopromoción; ¡ah, si la envidia fuera tiña, me dirán algunos! Mas, ¡no, nada de envidias! A cada cual lo suyo en su tiempo y su espacio, si a honor merece.
Y ya sé que no faltará quien, conociéndome y si lo hay, dirá enseguida que la frase inmediata anterior implica una contradicción en mi lógica desde que me he declarado apóstata de la meritocracia execrable. Lo soy, empero no dejo de reconocer que, guste o no, el mérito como lo que se hace ya merito son dos de las llaves que abren el cerrojo de la puerta que separa la habitación del anonimato del salón de la fama y la popularidad.
Dicen quienes han podido abrir esa puerta que detrás hay una enorme galería repleta de retratos, algunos de ellos empolvados porque la posición en que cuelgan de las paredes vuelve muy difícil pasar el plumero o siquiera enfocar la vista para extraer de ellos más que las pistas evidentes como enseñanza de lo que la luz de la razón puede iluminar. Pero también dicen que hay algunos que han acabado arrinconados, ocultos bajo sábanas o francamente maltrechos por el descuido o por el olvido o por la erosión del tiempo o roídos por el hambre de los imitadores o desgastados por la recurrente consulta de maestros y aprendices que los siguen considerando, aun siendo piltrafas, referencias fundamentales de lo deseable y ejemplar.
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