Veo una video reacción con dos años de diferencia acerca de cierto canal que luego he compartido aquí y cuyo giro es tratar sobre conspiraciones. Comprendo y acompaño algunas de las reacciones del yutuber especialista en Google y sus observaciones, lo que no significa por fuerza que esté de acuerdo con algunas de ellas. Como tampoco estoy de acuerdo con las aseveraciones que llega a hacer el conductor del canal sobre el cual reaccionó.
Yo tengo haciendo contenidos en mi blog en Blogspot y en YouTube y otras plataformas ya no sé cuánto tiempo, añales. Muy al comienzo sí "ganaba" dinero, pero solo lo pude cobrar siendo una bicoca hasta siete años después de estar taloneando. Luego, vinieron los cambios en Google, tanto de políticas como de algoritmo, los que no aplican igualmente en todos los países, por lo que he observado que hay una censura discriminante y diferenciadora, a veces hasta segregacionista que haya en la "neutralidad" programática del algoritmo su mejor justificación.
Hay temas que los españoles se quejan que no pueden ni hablar y sin embargo en otros países no pasa nada. Los filtros no son meros artilugios de programación, obedecen también a los intereses de quienes los desarrollan e incluyen con apego a las presumibles "normas de la comunidad", una comunidad tan anodina como anónima.
Hay contenidos que no representan problemas de derechos de autor en algunos países, y en otros sí, las reacciones a videos musicales, por ejemplo, alegan estar forzadas a hacer cortes cada tanto por motivos de copyright, cuando hasta donde sé las leyes de muchos países no especifícan argumentos para sostener esas falacias. Las grandes corporaciones se han adueñado de los derechos y a tiro por viaje sus reclamos implican o derivan en penalizaciones para muchos de nosotros que a veces ya no sabemos ni cómo sortear el vendaval para ilustrar, vestir los contenidos, hacerlos atractivos. Conseguir música, imágenes, clips de video se ha vuelto una monserga, ya no hablemos del handycap que significan las novedades efímeras de las historias breves o las transmisiones en vivo. Por ello yo, que antes defendía con mi vida los derechos de autor, hoy los vomito, los execro y opto por defender el copyleft de creativecommons, más flexible y justo.
Personalmente con el paso del tiempo y viendo la manera como todos estos cambios me han afectado en la generación y difusión de contenidos tengo sentimientos encontrados. Por un lado me siento frustrado. Sin los recursos económicos, infraestructura, asociación con terceros (solo), la ardua y depredadora competencia de las grandes corporaciones o de los que, aun siendo pequeños le invierten en el desarrollo, los criterios imbéciles con que algunos cretinos que conforman el staff revisor de las plataformas hacen que me sienta devaluado. ¡Vaya hasta de Wikipedia me sacaron como editor porque una modificación la calificaron como motivada por la "autopromocion"!
Si al comienzo conseguí un crecimiento lento, adaptándome a los cambios, haciendo lo necesario técnicamente para posicionarme, hoy esa frustración me ha llevado a claudicar. No puedo estar creando diario, ¡es de locos estando solo! O escribo o grabo, o como o me pongo a aprender las técnicas para conseguir tráfico. Sí, como lo lees he renunciado a crear con frenesí, hoy lo hago cuando se me antoja, sobre lo que se me antoja y me importa un bledo si tengo o no audiencia, suscriptores, likes. Ya no vivo esclavo de esas mediciones. El rating y el ranking me los paso por el arco del triunfo. Y si me penalizan hago caso omiso, no vivo a expensas del "qué dirán Google o los patrocinadores". ¡Que tiznen a su progenitora!
Por otro lado, me siento ansioso. Porque tengo claro que les debo a los pocos o muchos que me han seguido (o creo que aún me siguen, no sé, ya no entiendo Google Analytics, me lo han complicado) no solo respeto sino calidad de fondo y forma. Traté de vender publicidad con AdWords y me lo complicaron aparte de que no puedo vender y crear y analizar. Me han incrementado las trabas para la monetización y hoy, harto de cambios y pretextos y reglas, ya mandé al demonio a GoogleAdSense porque nomás no jalan los anuncios o hay que hacer circo, maroma y teatro para colocarlos y ser visible. La pandemia, pudiendo haber significado una oportunidad para retomar todo esto me entrampó más pues en ese mismo tiempo los hábitos de consumo se revolucionaron, se atomizaron. Así, hoy he tenido una regresión franca y en vez de ser un creador, un prosumidor, soy un vulgar consumidor más de entre tantos y uso las redes sociales no para avanzar en la divulgación del conocimiento, sino en la replicación de los contenidos, chuecos o derechos, falsos o verdaderos que las grandes firmas o los afortunados garbanzos de a libra hijos de vecino que por ahí deambulan nos ofrecen como verdades. Me esfuerzo, pero ya no más allá de lo estrictamente básico. Hago las cosas con amor, pero ya me importa poco si soy retribuido igualmente. De haber hecho y administrado más de veinte blogs hoy me he reducido por economía de tiempo, dinero y esfuerzo y ganas, a un puñado donde concentro y acopio mi obra.
Me disculpo por la extensión de este comentario, pero necesitaba sacar esto de mi ronco pecho. Para terminar quiero decir que como amante de todo lo que la tecnología de comunicaciones nos ha venido ofreciendo, me siento fastidiado, enojado con ese afán avaricioso detrás de todos los desarrolladores que quieren cobrar hasta por el módulo más insignificante. Yo entiendo que el trabajo de programar cuesta y se espera la ganancia respectiva, pero ya raya en abuso: aplicaciones para cualquier estupidez, engañifas de toda suerte para engañar a bobos o esquilmar a ingenuos o crédulos de toda ralea.
Cuando miro mis estadísticas no sé si llorar o reír. Ellas dicen que soy un fracaso. Cuando veo que nadie o casi nadie comenta lo que hago, no sé cómo interpretar el silencio. Y esto contrasta cuando, hablando con la gente cercana, alguna de ella ubicada en posiciones políticas o económicas destacadas en mi localidad, en mi entidad, en mi país, ¡hasta me mandan vigilar! pendientes como están de lo que puedo decir o dejar de decir sobre los temas que abordo y que suponen una visión crítica, objetiva sobre sus quehaceres. Dicho por esas mismas personas, soy un "influencer" que les da elementos de juicio para las tomas de decisión y hasta una alcaldesa, en mi cara se declaró mi fan, a pesar de mis duras críticas a su gestión. Un gobernador y después presidente de México me puso vigilancia, espionaje, y lo sé porque incluso los espías se me acercaron tratando de sacarme información sobre ciertos personajes y asuntos sobre los que en su momento escribía. Entonces, vivo en confusión existencial. Soy y no soy. A ojos de unos mi peso específico parece ser tal que incide hasta en políticas públicas, aunque mis estadísticas de suscripción, likes, interacciones se muestran y antojan francamente ridículas.
No sé qué pensar. No sé a quién acudir o si vale la pena recurrir a alguien cuando ni para pagar asesoría tengo y a veces apenas para comer. Detenerme a comprender las entretelas para adaptarme constante y continuamente me desgasta y obstaculiza mi labor creadora. Por eso hoy me declaro con todo y mis más socorridos Indicios Metropolitanos un barco fantasma a la deriva, que espanta cuando se lo vislumbra en medio de la niebla caprichosa de la información.
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