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viernes, mayo 11, 2007

MELANCOLÍA


Recientemente he visto con grata sorpresa la
 cita referida a mi persona que incluyen ciertos usuarios del foro del sitio Portal Adulto Mayor en sus intercambios de misivas. La sorpresa es grata porque, lejos de cualquier sentimiento ególatra, me da gusto descubrir que unas pocas palabras mías pueden servir de ayuda ya sea para describir o explicar un estado de ánimo de forma real, más allá de lo puramente intelectual o académico, como me propuse al escribir esas líneas sobre el blues, pertenecientes a un ensayo sobre la familia intitulado Dos obras, dos autores que escribí y publiqué para la revista Razón y Palabra del Tecnológico de Monterrey.


Palabras extraídas, palabras transformadas
La descontextualización de las palabras suele ser problemática y hasta odiosa, pues les resta su sentido original, su nivel de pertenencia a un todo literario. Sin embargo, cuando la transliteración recarga a las palabras de un nuevo significado más personal de parte de quien las lee y al hacerlo las reconstruye, eso deja sin aliento aun al autor más exigente.
Gracias por citarme. Gracias a Dios por darme la inspiración suficiente para, a mi vez, servir de materia para la expresión de alguien más.
Si de algo les sirve a los melancólicos leer más cosas mías, tomando en cuenta esta experiencia, los invito y a sus allegados también a visitar mis blogs cuyos vínculos pueden encontrar en la columna lateral.
Ah, y de vez en cuando, no olviden hacer click en los anuncios que patrocinan estos sitios, al lector no le cuesta y así se sostiene mejor este espacio.

martes, abril 24, 2007

REBELDÍA O ¡AL DIABLO CON LA CRÍTICA

 








Declaración de Principios

(Texto escrito el 25 de febrero de 2007 y ampliado el mismo día de su publicación)

No existen las palabras perfectas; sólo hay construcciones oportunas e intenciones afortunadas.
La verdad de un texto descansa en el entramado de sus elementos, sea que estos se ajusten a un arreglo resultante de la casualidad, siempre espontánea, sea que obedezcan a un disciplinado orden previsto por una voluntad siempre inconforme con el estado que guardan las cosas.
Hace tiempo me preocupaba mucho -demasiado, diría yo- que lo escrito por mi pluma fuera perfecto, acomodado a las normas más estrictas de la literatura y sujeto a las posibles expectativas de futuros e ignotos lectores y críticos de mi trabajo expresivo. El temor al rechazo me hizo dudar en más de una ocasión y a causa de ello muchos poemas, cuentos, ensayos y novelas se quedaron durmiendo el sueño de los justos en cajones, cuadernos, papeles sueltos, como simples notas tímidas ante del qué sentirán.

Entre el rechazo y la aceptación
Pero no sólo el miedo al rechazo de mi producción literaria fue un freno, también lo fue el temor a su aceptación, a los efectos probables y soñados que podría tener mi palabra. Y este arredramiento fue más fuerte por fundado.
Jamás, en realidad, estuve siquiera sometido al juicio de críticos profesionales, a no ser las opiniones de condiscípulos, amigos o familiares, quizás alguno que otro discípulo. ¡Claro que esas no son críticas! Apenas son halagos comedidos o desaprobación desinteresada. Sin embargo, hubo un día...
Uno, que guardo celosamente en la memoria y hoy escapa indecente mientras ambienta la habitación la versión orquestal de Stokowsky a la Tocatta y Fuga de J. S. Bach. Ese día, por descuido de mi parte, una compañera de la universidad hojeó mi cuaderno de poemas y leyó uno que la conmovió hasta las lágrimas.
Me reclamó admirada. Cuando caí en cuenta del hecho, no supe cómo reaccionar. ¿Con vergüenza del que sabe desnudada su alma? ¿Con coraje de quien se siente vejado en su intimidad? ¿Cómo?
Sólo acerté a callar, a cerrar mi cuaderno de poemas y a meditar sobre el poder de las palabras y sobre la medida de sus intenciones.
Fue un descubrimiento maravilloso: con mis palabras, auténticas y sin retoques perfeccionistas, podía conmocionar ya a llanto, ya a risa.
Desde entonces no me preocupo por hacer grandes correcciones. Este mismo texto, sale de un sólo intento o casi. Eso sí, el esfuerzo consiste en dejar que la naturalidad del lenguaje fluya de manera comprometida, pues cada letra, cada signo, cada frase, es mi responsabilidad, y la amplitud del léxico no puede ni debe verse mermada en afán de la simplicitud y la simplicidad.
Hoy construyo desde la vena, y con su tinta saludable firmo la declaración de principios a partir de la cual me rebelo ante la crítica y grito desde la colina, como Zaratustra: ¡Adelante! ¡Léeme! ¡Arranca mi corazón palpitante! ¡Crítico, ya llegó el que estaba ausente!

miércoles, febrero 28, 2007

CONLLEVADERÍAS

Como opera prima poética (y editorial), el poemario Conllevaderías escrito por Antonio Andrade y publicado por ENNOVI Producciones presenta la sensibilidad a flor de piel de un joven que, como muchos de su generación, opta por incursionar en la defensa de la palabra como el vehículo central de la comunicación. Y lo hace con valentía y compromiso creativo, mas no exento de yerros e imprecisiones como ocurre en algunas obras de primera factura.
El equilibrio crítico obliga a señalar tanto los defectos como las virtudes de una obra, y no deja de ser difícil exponer estas especialmente tratándose del primer trabajo impreso de un joven escritor. Por lo general, la tendencia de algunos expertos es vapulear hasta el hastío, con saña, a las jóvenes plumas; o, por el contrario, mirarlas de reojo, con cierta condescendencia paternal. En cualquiera de los casos, la objetividad se ve minada por el afán interpretativo del lector erigido en juez de un trabajo surgido del alma, que no sólo de las manos, la piel o el pensamiento.

¿Una obra que tiene que ser leída?

A despecho del prologuista, no es así. Ninguna creación tiene que ser atendida, a menos que se trate de un texto académico con una finalidad práctico-teórica muy determinada. Es una opción más en el panorama sensible que experimenta todo ser humano. Otra cosa muy distinta es decir que una obra merece ser leída, es decir interpretada. El merecimiento es resultado de las capacidades, habilidades y logros personales o de grupo, y en el caso de Conllevaderías el aspecto formal en más de una ocasión orillaría al lector más avezado y exigente a considerar indigna del merecimiento de su atención una obra literaria plagada de errores gramaticales.
No merece ser leída una obra que, desde el prólogo, presenta fallas elementales de ortografía, puntuación, concordancia, alteraciones en torno al sujeto, al verbo; inconsistencia lógica en la relación antecedente-consecuente. Pero como toda creación humana, más allá de la forma, el fondo del poemario que nos ocupa aporta elementos suficientes para establecer un equilibrio editorial. Al respecto, sí merece ser leído. Y lo merece porque es mucho más que un intento o un esfuerzo; porque es una entrega.
Si bien Conllevaderías es, como define Antonio Andrade, "simplemente esas frases y palabras que nos ayudan cuando… [las cosas] se convierten en carga… tan pesada, que solo podemos recargarla en un puñado de renglones", es también una colección de poemas y canciones surgidas de momentos. Es añoranza en rebeldía, afán de modernidad y romanticismo revisado. Si pensamos cada una de las páginas, tratando de ajustarlas a un estilo conocido, lo más probable es que nos viéramos tentados a ubicar las "conllevaderías" bajo una etiqueta que sería más clasificatoria que descriptiva.
Distribuidos en dos partes, "Conllevaderías" y "Cortometrajes", y escritos cada uno de los poemas en aparente verso libre, en términos generales, no logran apegarse a las normas que implica semejante forma de creación poética. En cada uno de los poemas, vistos como obras aisladas aun cuando en el libro presenten una ideología de conjunto, el ritmo y la musicalidad son inconstantes. Cuando logran conducir al oído interno del lector realmente provocan sensaciones e imágenes sólidas, memorables, pero no pronto lo consiguen cuando la estructura se ve afectada, rota por la impericia en el manejo de las sílabas durante la versificación.
Mientras el poema intitulado "Conllevaderías" aspira a la prosa poética sin conseguirlo, quedando en comentario introductorio, en lo referente al poema "La palabra", lo antedicho se observa con claridad. Construido en cuatro estrofas con vaivén respiratorio, éste se ve mermado por la aparición de la última, en la que enunciados truncados semejan versos. No es que un verso, en cuanto discurso, no sea un enunciado, pero es importante para el poeta novel tener cuidado con aquellos puntos léxicos, con aquellas coyunturas significativas que posibilitan la conversión de un sujeto en predicado y viceversa. "Entre toda la inmundicia natural que nos otorga el cotidiano perdida en cualquier hocico o embarrando un renglón estará la palabra mi querido hermano". La idea puede ser buena, incluso razonable, atractiva, persuasiva, pero no es poética en su forma, de ahí que requiera de puntuación: "Entre toda la inmundicia natural que nos otorga el cotidiano, perdida en cualquier hocico o embarrando un renglón, estará la palabra". Aquí no cabe esgrimir como justificación al estilo literario.

Letras verdes, prometedoras

Es verdad que no puede esperarse como regla una propuesta revolucionaria e iluminadora en una opera prima, en un autor novel, pero eso no quita que, a pesar de las fallas, trasluzca en la obra de Antonio Andrade la simiente de una pluma de altos vuelos, siempre y cuando no sucumba como muchos de su generación (y de generaciones anteriores, por qué no decirlo) al prejuzgamiento de las propias habilidades.
Los poetas pretenciosos, como cualquier persona carente de humildad, resultan chocantes. Quien menos debe creerse el epíteto de poeta es el poeta mismo, porque está al servicio de algo superior: el verbo. En una época donde la juventud detesta el "verbo", el hombre de palabra es un ave raris. Lo preocupante es que aun cuando recurre dicha ave a las fórmulas del habla cotidiana, simplificando la expresión para acercar su sensibilidad al pedestre espectador de su arte, solicitándole por ejemplo "no te encueres", "no un orgasmo escandaloso", no consigue totalmente pervadir la conciencia porque parece una consigna el hecho de que "la frase se escapa / y me deja renglones / repletos de frases". Motivo suficiente de desesperación.
Quizá por esto habría sido mejor denominar Conllevaderías como "conllevadurías", nombre etimológicamente más exacto pues refiere al estado o acción relativa a conllevar, es decir a ayudar a uno a llevar los trabajos, sufrir el genio y las impertinencias, ejercitar la paciencia en los casos adversos. Porque eso está en el sustrato del poemario.
El autor requiere de la palabra para sobrellevar las penas, los amores, la libertad y su precio: la soledad –así diría Iván Portela en alguna ocasión. Pero también el autor nos provee de una especie de manual para sobrellevar las insolencias ocurrentes del autor y las de la vida misma. "Sólo déjese llevar…", nos aconseja acentuando el fondo al dejar de acentuar la forma, clarificando sentidos, revolviendo significados. Recurre a la modernidad mediática, tecnológica y sus símbolos, pasando por alto el significado que conllevan –vaya contradicción–, para ajustarlos al ingenio propio. @, entonces, en la poesía de Andrade, no implica una medida de peso o volumen tan antigua como el ánfora o la arroba, ni supone una proposición simbólica "en" o "a", con el significado de localización o relación, y tampoco un adjetivo distributivo cual “cada” para designar separadamente y de por sí una o más cosas o personas con relación a otras de su misma especie; menos pretende referir una dirección de correo electrónico. No representa un fonema específico /a/ u /o/, sino más bien apunta a la hoy muy extendida "sobresaturación en su uso, y se está convirtiendo, junto con su primo hermano «e-», en un comodín, que lo mismo vale para un roto que para un descosido"; pues, en la actualidad, es habitual ver en los mensajes escritos de las organizaciones políticas, sindicales y de acción social el símbolo @, pero utilizado en un contexto muy alejado del que le dio origen. Se trata de una extensión gráfica de lo políticamente correcto: en lugar de decir "amigos/as", por ejemplo, se prefiere "amig@s". Lo mismo cabe decir para "compañer@s", "querid@s", "estimad@s", etcétera[1]. Así, @, entre horrendas sílabas sin tilde (no les caería mal tanto al autor como al editor tener un buen diccionario de cabecera y suficientes manuales de redacción) es inspirada inclusión: cualquiera "debe estar prepara@ para oír la verdad sin omisiones", cualquiera puede "entregarsel@ al viento" (sic transit) y dejarse envolver por el silencio, el sentimentalismo, la cursilería o el arrebato capaces de arrobar aun a los "cuerpos envueltos en miedo".

Poesía que se ve y se siente

Imágenes fuertes, palpables, habitan las palabras de Antonio Andrade. Como cuerpos que chocan, "se enfrentan al deseo / se rinden y aún triunfan / se apresan / se entregan / se liberan" más allá del concierto de voluntades expectantes, ¿programadas? Son imágenes que hablan desde la profundidad de un idioma enriquecido con vocablos prestados o inventados, como el que emplea en el poema intitulado "Punto com": tafitazos, y con el cual no sabemos a qué quiere referirse el autor, pero suponemos por el contexto que alude a tafiletazos, es decir a golpes con tafilete, cuerazos en una palabra, con lo cual comprendemos su rechazo a la idea de que la letra con sangre entra[2].
O como el terminajo sollorosos, derivado a fuerza de lloro y empleado en vez de los correspondientes sollanto, sollozo. ¿Qué de malo hay en sollozantes? Como si no fuera lo bastante vasta la lengua castellana.
A la disparidad rítmica de algunos poemas, al bienhadado atrevimiento literario se suma (o resta, según se vea) la discontinuidad visual, cuando por obvia decisión o quizá impericia editorial el tamaño de la fuente tipográfica del poema "Película" desmerece frente a la propuesta literaria de unos versos prometedores tras los que el diálogo con el papel, reducto y representación de la piel femenina, hace que se vean mejor que chingones, explosivos, plenos de historias contadas, descontadas, por narrar, invadiendo la nada del poeta descubridor de lo que le hace falta, de las secuencias. Aunque la principal secuencia de paginación (sin número de orden) parece alterada al centro del poemario.
"El bufón" es una agradable narración, correcta en su hechura dramática, no así en su forma (otra vez) y en la selección que lo incluyó en este poemario, pues rompe drásticamente con su propósito al no aproximarse siquiera a la prosa poética, como sucede con los textos definitorios "Conllevaderías" y "Cortoletrajes". De hecho, habría sido más coherente ubicar el cuento como primera lectura de la sección comenzada por "Cortoletrajes".
Finalmente, la sinceridad, mejor dicho, la honestidad de sentir y pensamiento de Antonio Andrade culmina agradecida esta obra Conllevaderías, mostrando al desnudo el alma de un joven poeta dispuesto a vivir la vida plenamente, en todas sus letras.
¿Es un libro que tiene que leerse? No. Es un libro que merece leerse, gozarse, porque a pesar de los yerros técnicos irradia la valentía de la expresión humana. Nada más valiente y valioso que un corazón henchido de amor. Lo formal puede (y debe) corregirse como parte de la natural evolución literaria y no configurarse entre las lisonjas, pero lo fundamental, eso, nutre ya al lector con una nueva experiencia. Todavía no puede hablarse de un estilo definido, de una marca de autor, pero el tesón que caracteriza a Andrade pronto prodigará los frutos cosechados.


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[1] Cf. http://www.arroba.com.ar/empresa.html; http://www.telecable.es/personales/carlosmg1/glosario.htm
[2] Si partiera del mexicanismo tafite, haría referencia al garnucho, papirote o capirote, que son formas de nombrar al individuo tonto, una definición que de plano no concuerda con el contexto poemático.