Si bien en muchas ocasiones comulgo con Arturo Pérez-Reverte en muchos temas, esta vez no es así (léase la nota adjunta:"El Quijote crea buenos ciudadanos: Perez-Reverte").
Comprendo a cabalidad la importancia literaria y que para la cultura y la lengua hispanoamericanas reviste El Quijote entre muchas otras obras "consentidas", no obstante me queda claro, desde la experiencia en la academia y la personalísima que, dadas las características de las nuevas generaciones, lo peor que puede hacerse en la educación, cualquiera que sea, y especialmente en niveles primarios y secundarios es imponer, obligar a la lectura, así se trate de los clásicos.
Por lo menos en México, donde muchas veces los mismos profesores no están debidamente preparados para conducir a los educandos en la lectura analítica y de comprensión, forzar la lectura de ciertas obras so pretexto de ser fundamentales para el desarrollo humanista de los individuos, en lugar de incidir positivamente en el interés y afán de cada cual por acercarse a los libros redunda en su rechazo. Si a esto aunamos las "facilidades" que conllevan las tecnologías en aspectos didácticos y en el "ahorro" expresivo, pero aún.
Hoy más que nunca antes, a los lectores se les debe persuadir, seducir. Los clásicos no son el garbanzo de a libra, como sí ocurre con algunos textos que, a pesar de su discutible calidad tienen la ventura de tocar la curiosidad, de hacerse significativos para los estudiantes, atraerlos como moscas a la miel de las páginas de un libro.
No estoy afirmando ¡guácala con los clásicos! Ellos también tienen la virtud anotada y muchas más. Solo reconozco y enfatizo que cada lectura tiene su tiempo de maduración. No todos empezamos, de niños, leyendo a Salgari ni de él mismo sus obras de aventuras en los siete mares. No todos tenemos la capacidad imaginativa para comprender el surrealismo de Ende o de Franz Kafka, para el caso de traducciones al español (luego poco confiables). Yo mismo no me atreví a leer Cien años de soledad hasta que me sentí mental, intelectualmente preparado para acometer la empresa. Y es fecha que no he leído Don Quijote de la Mancha. En el arte en general hay obras cuya relevancia no puede ser atajada como si nada.
No todos le entran a la poesía (si lo sabré de sobra en tanto poeta), así se trate de un texto erótico o uno plagado de consignas contra los politicastros.
Hoy veía una nota sobre un grupo de jóvenes cantando una canción de protesta contra el gobierno mexicano y lo primero que noté fue el rango de edades de los cantantes. Luego atendí la letra y no pude más que concluir: alguien mayor de veinte años está detrás de esto. Y es claro, no por hacer menos a los muchachos, pero naturalmente, por más avances que haya, la mentalidad de los jóvenes es maleable, llena de huecos, con tendencia a la imitación de patrones, ideas, conductas, actitudes y valores, no se diga de opiniones. Esto no los hace menos, no obstante los hace vulnerables a los intereses mezquinos de los oportunistas, los hace carne de cañón predilecta de los que albergan esperanzas aviesas frente a la posibilidad de hacerse de un modo u otro con el poder. Lo hemos visto generación tras generación: jóvenes que en su despertar a la vida contrastan su experiencia con la de sus ancestros y predecesores, fincan sus ideales en una realidad que sienten les va quedando chica y acaban por minar con iracunda virulencia cuando no con desidia, llevados por el rencor, la desesperación, la ambición, las aspiraciones frustradas, más dispuestos a destruir para reconstruir que a construir sobre los construido.
Es más, la digresión anterior sirve para examinar. A esta altura de este texto, habrá que contar cuántos ya se van quedando y siguen dispuestos a seguir ya no nada más el próximo párrafo o la inmediata línea de abajo, sino esta palabra antes del punto y aparte.
Si tú, amigo lector, has rebasado la frontera del punto, antes que nada gracias. Por tu paciencia, interés y gusto por la lectura. Pues no siendo yo un clásico y diciendo quizá barrabasadas me has dado permiso de entrar por los ventanales de tus ojos hasta ese rincón íntimo de tu mente y tu corazón donde habita la curiosidad por saber. Algo, aun anterior a este artículo, detonó tu hambre y tu sed de letras. Te nació pizcar las migajas dejadas por mi retórica, y si llegaste hasta aquí nadie te obligó, ni un profesor ni un programa académico ni tus padres ni Dios, acaso solo tu libre albedrío.
Y en este darme y darte permiso de entrar en un diálogo a través de la distancia confirmo que ninguna letra puede ingresar en la conciencia a punta de insidioso deber. Hay cosas que sí son necesarias y vitales. La lectura puede serlo, pero no el modo como se lo ha venido enseñando por siglos. Que conste, no me opongo a la lectura de nada, sino a meterla con calzador en el ánimo del lector incipiente.